Antón Chéjov, zar de los cuentistas
Redacción +C
Traspasar los obstáculos del tiempo no es fácil. Son pocos los escritores que lo logran y llegan, incluso, más allá de lo que suponían en vida.
Hay muchos casos paradigmáticos. Antón Chéjov, que fue médico y comenzó a publicar relatos para ayudar económicamente a su familia, es uno de ellos. Horacio Quiroga, escritor rioplatense, lo reclutó en su “Decálogo del Perfecto Cuentista”, en el número uno, junto a Maupassant, Kipling y Poe. “La dama del perrito”, obra de Chéjov, a más de cien años de su publicación sigue siendo citada en películas como The Reader (2008), basada en la novela homónima de Bernhard Schlink publicada en 1995; y sus obras están montándose con robots, algo que jamás imaginó el escritor ruso.
Antón Chéjov nació el 29 de enero de 1860. Fue el tercero de seis hermanos que aguantaron el carácter fuerte, casi despótico, de su padre y acogieron las historias de aventuras a lo largo y ancho de Rusia que les contó su madre. Durante la década de 1870, el negocio de Pável Chéjov, padre de Antón, se fue a la quiebra, por lo que se vio forzado a huir a Moscú para que no lo encarcelaran. Hacia finales de la misma década, Chéjov entró a la Universidad de Moscú como estudiante de medicina.
Las dificultades económicas en su familia continuaron, por lo que el joven Antón Chéjov se vio obligado a buscar una forma de proporcionarles dinero, y la encontró: escribió relatos humorísticos de la vida en Rusia. Así comenzó un proceso que se convertiría en “el resto de su vida”, pues, aunque terminó su carrera de medicina, él continuó escribiendo y jamás lo dejó.
Antón Chéjov es recordado por las grandes obras, como Un drama de caza y su infinidad de cuentos. Sin embargo, en otros libros, donde se hallan notas y reflexiones del escritor podemos encontrar otra de sus facetas: el hombre reflexivo, sencillo, con sentido del humor y ocurrente, y el escritor, que dice:
El suelo es tan rico que si uno planta aquí un limonero, un año más tarde brota un coche.
Cuando estamos sedientos tenemos la impresión de que podríamos beber el mar entero: eso es la fe. Pero cuando comenzamos a beber, sólo podemos tomar uno o dos vasos: eso es la ciencia.”