Juan Patricio Riveroll: Todo el oro de Lisboa y otras curiosidades
Acercarse a Todo el oro de Lisboa (Tusquets, 2024) no sólo permite descubrir un mundo en el que pocos pensamos cuando la Segunda Guerra Mundial nos pasa por la cabeza; en esta novela también habita un personaje maravilloso que transita entre la realidad y la ficción: Federico Sánchez Fogarty quien sólo ha sido derrotado por Pierre Menard, el personaje de Borges. Platicar con Juan Patricio Riveroll —quien además de escritor es cineasta y crítico— era un asunto inaplazable. Algo de lo que conversamos se lee en los siguientes párrafos:
Cuéntame, ¿cómo le haces para hacer cine, novelas y todo lo demás sin morir en el intento?
Por fortuna no hago todas las cosas al mismo tiempo, primero hice un par de películas sin dejar de hacer crítica cinematográfica. Desde que estaba en la preparatoria comencé a escribir de una manera más o menos frecuente: había un portal —cuando internet empezaba en los noventa— que me permitió empezar a ejercitar la pluma. Así, cuando estaba terminando mi segunda película. Las cosas se complicaron como se acostumbra en ese medio: la necesidad de obtener recursos siempre es un problema en el cine. Y, mientras no la concluyera, no podía darme el lujo de pensar en la siguiente; por eso fue que comencé a escribir novelas. La literatura es una válvula de escape para mi veta de cuentahistorias: puedo escribir todos los días para crear una obra que va avanzando y creciendo sin las limitaciones que tiene el cine.
Tengo la impresión de que, cuando se escribe un guion de cine, siempre se tiene la calculadora a un lado: la lluvia cuesta y lo mismo sucede con el resto de lo que sucede. ¿Cómo sientes el cambio del guion a la novela?
La literatura es fabulosa… dos ejércitos pueden chocar y pelear y no te cuesta absolutamente nada. Ambas escrituras resultan totalmente diferentes y ése es el valor de la literatura. Por eso se convierte en mi refugio, el cine es más complicado, aunque te da dos diferentes tipos de experiencias. Son dos medios distintos y —como lector y como cinéfilo— estoy enamorado de ambos. Los temas filosóficos o morales, tan sólo por dar un ejemplo, son mucho más difíciles de explicar con la cámara.
Entremos a Todo el oro de Lisboa… en la novela hay muchas cosas que me sorprenden. La primera de ellas es que su capacidad para poner la imaginación en un lugar olvidado. Cada vez que pensamos en la Segunda Guerra Mundial nos vienen a la cabeza otros sitios, pero nunca Portugal.
La historia de Portugal en aquellos tiempos es fascinante. Era el único país absolutamente neutral que tenía un puerto de entrada y salida de Europa; de hecho, el personaje de James Bond nació en el Casino Estoril, que está a unos pocos kilómetros de Lisboa. Ian Fleming, su creador, estuvo ahí como agente británico. Incluso Casablanca —la maravillosa película de Michael Curtiz— trata sobre un salvoconducto para llegar a Lisboa. Portugal estaba lleno de agentes y espías de todas las naciones. Portugal es un caldo de cultivo muy interesante y Lisboa, una ciudad de la que es imposible no enamorarse.
Estarás de acuerdo conmigo en que en Todo el oro de Lisboa la realidad y la ficción se entrelazan para contar una historia donde sus límites no se notan…
Efectivamente, Todo el oro de Lisboa es una danza entre la historia y la ficción, entre la realidad y la imaginación. Sin embargo, lo importante no son sus límites ni sus entrelazamientos, sino el cuento que voy contando. Mucho de lo que sucede en ella resulta verificable y tan sólo habría que googlearlo, justo como sucede con mi bisabuelo Federico Sánchez Fogarty, que es una de las presencias más importantes. Evidentemente, hay muchas cosas de él que no están en la red, pero me las contó mi abuela.
Federico Sánchez Fogarty fue todo un personaje… autor de una versión del Quijote. También fue un publicista definitivo, un promotor del arte y autor de por lo menos un cuento infantil y las palabras que adornan a la estación del ferrocarril que recorre el zoológico de Chapultepec.
Mi bisabuelo era fan del Quijote y, como su lengua materna era el inglés, llegó a la conclusión de que ninguna traducción le hacía justicia; a eso se sumaba que estaba convencido de que la segunda parte no era tan buena como la primera. La consecuencia fue que creó una suerte de remix de la novela en la que sólo están las aventuras de don Quijote y Sancho, sin necesidad se asomarse a la continuación de la novela. Este hecho me permitió transformar a Todo el oro de Lisboa en una suerte de metaficción. Por esta razón, no es casual que la novela hable de sí misma, de cómo se fue construyendo.+