Para una Sociología Fantasmal

En aras de no desaparecer, aparece. El yo se desdobla para no desaparecer. Entre el otro y el Otro habita el fantasma. “El fantasma lo definiremos, si les parece, como lo imaginario capturado en cierto uso de significante”, dice Lacan en el seminario 5.

El fantasma, sin embargo, es tan viejo como la civilización. Mucho antes que el yo aprendiera a caminar y campeara entre el Occidente, los antiguos de todas latitudes habían dotado su relación con el mundo de aquellos símbolos, relaciones y causalidades a las que llamamos magia, y las que según Borges, en “El arte narrativo y la magia”, son la veta “poética” de la narrativa fantástica: “En la novela de continuas vicisitudes, esa motivación es improcedente, y lo mismo en el relato de breves páginas y en la infinita novela espectacular que compone Hollywood con los plateados ídola de Joan Crawford y que las ciudades releen. Un orden muy diverso los rige, lúcido y atávico. La primitiva claridad de la magia”. Sí, en ese mismo ensayo de 1932, Borges tira por tierra al realismo y a la novela psicológica, y erige una “poética” narrativa que prefiere la magia (y su lógica interna) por sobre el realismo o las elaboraciones psicológicas: “He distinguido dos procesos causales: el natural, que es el resultado incesante de incontrolables e infinitas operaciones; el mágico, donde profetizan los pormenores, lúcido y limitado. En la novela, pienso que la única posible honradez está con el segundo. Quede el primero para la simulación psicológica”. Este fantasma no captura lo imaginario, sino que es su propia realidad.

No pretendo discutir a Borges o a Lacan o ponerlos a pelear, quiero tirar de ambas cuerdas para dialogar con los fantasmas de cuatro libros poblados de espectros y apariciones. Si el fantasma captura y significa, como dice Lacan, ¿qué es lo capturado y qué está significando? Por un lado su propio mundo (para seguir a Borges, es decir, algo por fuera de la racionalidad, y por lo tanto, mistérico), y por otro, el mundo presente en el que irrumpen. Su desdoblamiento.

Y es que el fantasma rebasa los acotamientos: desborda la casa, los edificios, el tiempo; como en Los fantasmas, de César Aira, extraño relato en el que los espectros desnudos andan como Juan por su casa en un edificio en construcción, riendo a carcajadas, a veces ignorados y a veces siendo vistos al extremo de servir a los vivos como muebles, literalmente. Pero Aira no ha podido sustraerse de la sociología que la novela fantasmagórica permite explorar de formas tan deliciosas, y a partir de esta interacción hace un panorama profuso en detalles cotidianos, entrecruzando las vidas de los albañiles que construyen el edificio y las familias de élite que los habitarán. Porque represente, signifique o simbolice, la magia y el fantasma, en tanto se narren, hablan de lo humano, y en ciertos casos, de lo específicamente social.

Igualmente deliciosas son las narraciones fantasmagóricas de Henry James, un maestro del género, sin duda. Educado en la más exquisita tradición narrativa del siglo xix europeo, los relatos de Fantasmas despliegan uno de los mejores panoramas de la aristocracia anglosajona de la época llevados al relato. Colmado de minucias y dotado de un particular sentido del humor, James hace gala de un conocimiento milimétrico de las costumbres de la sociedad acomodada de su tiempo, y muy en particular de los alcances de la frivolidad del alma humana. Sus fantasmas perturban en la medida en que dejan ver las pulsiones más elementales de que están hechos: celos, envidia, “diabólicas” bellezas, vampirismo emocional, etc., con un estilo seguramente entrenado en el folletín, que hace que el lector no pueda soltar el libro.

Y si de costumbres aristócratas se trata, un nombre lo dice todo: Oscar Wilde. El fantasma de Canterville, clásico relato fantasmal, se inscribe en esa misma línea narrativa de Henry James, y retrata ya no la frivolidad del alma humana, sino más bien sus amaneramientos sociales, como la lucha entre la entrega en la superstición casi de abolengo y el pragmatismo más racionalista que busca desmontarla. Cultura inglesa vs. cultura estadounidense fantasma de por medio, y no carente de humor.

No hay ciudad sin fantasmas. Y la Ciudad de México, con su Centro Histórico colonial y sus calles llenas de leyendas, no es la excepción. De ello da cuenta Ciudad fantasma. Relato fantástico de la Ciudad de México (XIX-XXI), tomo I, editado por Almadía, que reúne cuentos de autores nacionales emblemáticos del género, y otros a quienes no siempre se los relaciona con los espectros, de Ramos Arizpe a Bernardo Esquinca, pasando por José Emilio Pacheco y su notable “Fiesta brava”, un relato que lleva inscrito el sello de la segunda persona del singular tan evocativo de esa Aura ominosa, de Fuentes. Y en el que, desde luego, y una vez evocada Aura, no puede faltar “La cena”, de Alfonso Reyes. ¿Están todos los que tienen que estar?, ¿faltan nombres?, ¿sobran nombres? Eso es una discusión aparte a la que, por lo demás, no puedo sumarme en vista de mi supina ignorancia.

Entre el otro y el Otro habita el fantasma. Es decir, su hogar es el intervalo, una brecha. Una casa embrujada, un vagón del metro, una distopía, un baúl de ropas viejas. Uno o muchos libros. Quienes ven a los fantasmas, quienes lo narran, desdoblan o representan, deslizan, fabulan o fantasean, en todo caso descubren y testimonian. No es de ellos de quienes hablan. 

Por Isaura Leonardo

Mascultura 08-Nov-16