Columna Jóvenes: “La noche me dictaba versos…”
Típica historia de prepa: yo era una niña más o menos bien portada y de pronto me empezó a gustar un chavo “peligroso”. Ahora me da risa, claro, pero entonces sí parecía todo un rebelde: estaba repitiendo año, escuchaba death metal y vestía siempre de negro.
Se llamaba Armando, y ya se podrán imaginar: me encantaba. Así que el día que me pidió prestado mi cuaderno de Geografía casi me da un infarto doble: primero de la emoción de que me hablara y me pidiera prestados los apuntes, y luego porque… bueno, “más o menos portada” no quiere decir “aplicada y con todos los apuntes en orden”. Yo sólo llevaba el cuaderno de Lógica. Pues préstame ése, me dijo. Y se lo presté, claro. Ya después me acordé que Armando no estaba recursando justo esa materia, pero eso me dio más emoción.
Un par de días después me devolvió el cuaderno. Y adentro, entre las páginas, encontré un papelito en el que decía “la droga me dictaba versos / y en lugar de atenderla / me dediqué a descifrar tu belleza”. Estuve a punto de desmayarme. ¿Se le habría olvidado el papelito en mi cuaderno? ¿O estaría dedicado a mí? Y eso de “la droga” ¿sería real o metafórico? No sabía ni cómo preguntarle. Pero por suerte él se acercó de nuevo y me preguntó si había leído el papelito. Empecé preguntándole por la droga (lo de la belleza me daba mucho oso) y me dijo que era un decir: Si quieres, cámbialo por la noche. Y nos pusimos a platicar de eso: la noche, que parece ocultar tantos misterios. La noche, que hace que el mar sea más misterioso y romántico; que un jardín casero parezca un bosque tenebroso; que tu imagen en el espejo parezca tu gemela maligna…
Hoy, veinticinco años después, creo que todo eso es cierto: leer historias de horror por la noche tiene más punch que hacerlo de día. Si no me creen, intenten por ejemplo con La noche, de Francisco Tario (Atalanta): una colección de cuentos oscuros, que van desde el horror hasta el humor negro y que se disfruta más cuando afuera está en penumbras. Para más efecto, apaguen la lámpara y enciendan una vela, sobre todo para leer los cuentos “La noche del féretro” y “La noche del loco”. Advertencia: “La noche del perro” es el cuento más triste que he leído en mi vida.
Ahora bien: si ese cuento los deja chípiles o se les pasa la mano con los sustos, pueden dejar un rato a Tario y seguirse con algo que les haga reír un poco sin dejar el ánimo macabro. Una buena opción es Sepu y el Milanesas contra los zombis políticos, de Ricardo Guzmán Wolffer (Porrúa). Esta novela, como pueden suponer por el título, está llena de zombis, pero también de ironía y situaciones absurdas, en las que no sólo hay terribles zombis carniceros: también hay zombis burócratas y hasta celebridades de la talla de Pedro Infante (convertido en cadáver que camina, claro). Lo que más me gusta de este libro es el lenguaje: Ricardo Guzmán Wolffer tiene un oído muy atento y sus personajes chilangos hablan de un modo que hasta creerías que estás en Tepito o la Arena Coliseo (e incluso podrán enriquecer tu léxico. No con palabras que le gustarán a tus maestros, pero eso no es malo, ¿o sí?).
Volviendo a mi recuerdo preparatoriano, me gustaría contarles que la historia terminó en romance, pero —como ya sospecharán si han leído mis desventuras anteriores— no fue así. Una de mis amigas se empeñó en que pusiera yo tierra de por medio (Es peligroso. Es un drogadicto. No entra a clases, me decía) y cuando estaba yo con él “nos hacía compañía”. Así que acabó el año escolar y luego ya no estuvimos en el mismo salón y luego nos dejamos de ver para siempre. Tiempo después me enteré de que mi “amiga” estaba interesada en él y por eso me hacía la mala obra. Y que, de hecho, también estuvo interesada en al menos otros ¡tres! chavos que me gustaron en esos años. Por gente así es que uno dice: “con esas amigas, ¿para qué quiero enemigas?” y si alguna vez han tenido ustedes una relación así, de amor-odio con una amistad que es al mismo tiempo entrañable y malísima onda, no se pierdan por favor Las catrinas, de Lorena Amkie (Destino): una historia en la que Renata, la protagonista, descubre su propio lado oscuro al mismo tiempo que lidia con una amistad de verdad tóxica. Es de esos libros que simplemente no puedes soltar. Aunque la noche te esté dictando versos o el recuerdo de un muchacho guapo y una mala amiga se asomen por la ventana.
Por Raquel Castro
Twitter: @raxxie_
MasCultura 07-dic-16