Mascotas que inspiran: ocho autores y sus acompañantes del reino animal
Todo escritor o escritora necesita una musa. Muchos han buscado en sus mascotas inspiración, consuelo o el medio para aparecer como verdaderos excéntricos en los libros de historia. ¿Conoces las mascotas de algunos escritores? Aquí te platicamos de ocho autores y sus acompañantes.
Virgilio, poeta de la Antigua Roma, adoptó como mascota a una mosca en cuyo suntuoso funeral se gastó el equivalente a casi un millón de dólares y para el que contrató a un grupo de músicos. Y como no podía ser menos, mandó construir un diminuto mausoleo.
Gérard de Nerval, poeta simbolista francés, tenía una langosta a la que sacaba a pasear por las calles de París. Afirmaba que estos crustáceos eran magníficos como animales de compañía: son “criaturas pacíficas serias que conocen los secretos del mar. Además no ladran”. Nerval se volvió loco en 1841.
Elizabeth Barrett Browning tuvo un cocker spaniel pelirrojo llamado Flush que fue, con posterioridad, el protagonista de una “biografía” escrita por Virginia Woolf. Browning escribió el poema “Para Flush” en honor a su can, e incluso intentó enseñarle juegos de mesa para entretenerse durante sus largas convalecencias.
George Eliot, gran amante de los perros, se gastó el adelanto que recibió por uno de sus libros en un canario.
Aunque no parece encajar en su carácter, Ernest Hemingway prefería los gatos a los perros. Tenía más de treinta mininos y muchos tenían seis dedos (de ahí que se los conozca como gatos Hemingway). Para distinguirlos, les puso nombres muy originales, como Casa de Pelo, Dillinger, Éxtasis, Hermano Solitario o Pilar.
Mark Twain fue un digno rival de Hemingway en materia de nombres gatunos. Entre sus mascotas felinas destacaban Belcebú, Pecado, Satanás y Zoroastro.
Sin embargo, el mayor amante de los gatos entre los escritores fue, naturalmente, T. S. Eliot, quien redactó un libro entero de poemas sobre felinos (en el que se basa el musical Cats). Y si bien no contaba con Rum Tum Tugger en su camada, sí con Jorge Matadragones, Patitas y Noilly Prat.
En cierta ocasión, a Dorothy Parker le regalaron dos crías de cocodrilos. Como no sabía qué hacer con ellas, las metió en la bañera y allí las dejó. Al día siguiente encontró una nota de su sirvienta. “Querida señora: me marcho, porque no puedo trabajar en una casa donde hay cocodrilos. Debí habérselo dicho antes, pero nunca pensé que tendría que hacerlo.”
Toda la información, extracto de: Vidas secretas de grandes escritores de Robert Schnakenberg
MasCultura 19-may-16