Mario Mendoza: escribir desde los márgenes

Mario Mendoza: escribir desde los márgenes

Por Victor Ruiz 

A lo largo de su carrera, Mario Mendoza ha transitado por géneros y registros muy distintos. Inició en el hiperrealismo en diálogo con la novela negra y policial, géneros que en Colombia carecían de tradición sólida pese a la presencia de carteles de droga tan poderosos como los que marcaron los años ochenta y noventa. “En México había voces como Elmer Mendoza o Paco Ignacio Taibo II, que me mostraron un camino”, suele recordar. Su novela Satanás, ganadora en 2002 del Premio Biblioteca Breve, le abrió una puerta definitiva: narrar la América Latina profunda desde la mirada oscura del género negro.

Con el tiempo se movió hacia la ciencia ficción, la literatura fantástica, la novela de viajes y aventuras. Es autor de la saga juvenil El mensajero de Agartha, de diez volúmenes, y ha explorado con entusiasmo la novela gráfica, el cómic y el cine. Dos de sus historias fueron adaptadas en películas para Prime Video y recientemente terminó una serie para Netflix que verá la luz en diciembre. 

Entre sus influencias se encuentran detectives como Pepe Carvalho, de Manuel Vázquez Montalbán, o a Mario Conde, de Leonardo Padura. También lo marcó Rubem Fonseca con El gran arte (Cal y Arena, 2011), una obra que lo deslumbró y que confirmó la potencia de una narrativa capaz de retratar el caos urbano de las megalópolis del sur: Ciudad de México, Río de Janeiro, Bogotá.

También lo ha influenciado el cine. Desde Herzog y Wim Wenders hasta el cine latinoamericano de películas como Ciudad de Dios o Amores perros, Mendoza reconoce en la pantalla un motor de su narrativa. No es casual que haya trabajado con directores como Andy Weiss o Carlos Moreno, ni que sus propios libros hayan encontrado un cauce audiovisual.

En ese contexto aparece Vírgenes y toxicómanos (Planeta Colombia, 2025), una historia que se adentra en un territorio extraño y deliberadamente incómodo. Surgió después de Paranormal Colombia (Planeta, 2021), un libro de corte periodístico. Mendoza sentía la necesidad de narrar, en clave de ficción, ese universo invisible e intangible que había explorado antes desde la no ficción. La duda lo acompañó hasta el final: temía que la novela resultara delirante, que los lectores se perdieran en ella. Sin embargo, la recepción en la Feria del Libro de Bogotá fue entusiasta y hoy el escritor confiesa su expectativa por ver cómo dialogará la obra con los lectores mexicanos.

El título encierra una paradoja que se convierte en clave de la historia. Las vírgenes no son las figuras femeninas asociadas al catolicismo, sino dos jóvenes con discapacidad que comparten soledad, marihuana y confidencias en la universidad. En un instante de franqueza, uno le dice al otro: “Somos vírgenes y drogadictos”. Esa frase sintetiza sus vidas: el deseo de ser amados frente al aislamiento radical.

En paralelo, este libro entrelaza lo íntimo y lo político. El padre de uno de los protagonistas es un senador corrupto; el del otro, un defensor de derechos humanos. Esa tensión refleja, en miniatura, la complejidad colombiana, atravesada por guerrillas, paramilitares y carteles. Para Mendoza es inevitable: se escribe desde el país que se habita, y el suyo es tumultuoso, imposible de silenciar.

Tras concluir el libro, Mendoza admite que la frontera entre realidad y ficción ya no le parece clara. Antes sabía dónde terminaba lo real; hoy todo se mezcla, todo se vuelve poroso. Espera que el lector comparta esa incertidumbre y se pregunte si su propia vida no ha caído en una rutina demasiado plana. “Me interesa que se atreva a jugar una carta distinta, más arriesgada, más libre”, asegura.

Presentar este libro en México tiene para él un valor especial. Recuerda que llegó por primera vez con Satanás, invitado por Paco Ignacio Taibo II, y que participó en ferias como la del Zócalo o Guadalajara. Habla de México como de un país hermano, ligado por una tradición surrealista que conecta con el trasfondo de su obra. Cita a Jacobo Grinberg, el científico mexicano desaparecido misteriosamente en los noventa, como una influencia decisiva en la construcción de la trama. “Colombia y México somos países gemelos en lo raro y en lo fraternal. Volver con este libro es una ilusión enorme”, dice Mendoza.

Vírgenes y toxicómanos habita el filo entre lo visible y lo invisible, entre la vida íntima y la violencia pública, entre el deseo y la soledad. Una obra que no ofrece respuestas sino dudas, que abre puertas en lugar de cerrarlas. Como si la literatura, en la voz de Mario Mendoza, no buscara domesticar la realidad sino volverla aún más misteriosa, más luminosa en sus sombras.+