El primer amor literario de Vargas Llosa: MUERTE DE UN VIAJANTE de Arthur Miller

En diversas ocasiones Mario Vargas Llosa ha contado que el teatro se convirtió en su primer amor literario luego de ver, cuando era muy joven, una representación de Muerte de un viajante, de Arthur Miller (Estados Unidos, 1915-2005). A tal grado impactó esta obra al peruano que su primer trabajo como escritor no fue un libro de cuentos o una novela, sino una pieza teatral: La huida del inca (escrita en 1951 y estrenada en 1952, cuando el autor contaba apenas 16 años).

Además, el recurso de alternar dos planos temporales en escena, que Miller ejecuta con maestría en la mencionada pieza, se convertiría en la técnica central, aplicada con mayor o menor éxito, de la mayoría de las obras de teatro de Vargas Llosa, que a la fecha suman ocho.

El entusiasmo de Vargas Llosa por este drama y la posterior influencia que tuvo en su teatro están del todo justificados. Estrenada por primera vez en 1949, Muerte de un viajante fue galardonada con el Premio Pulitzer, el de la crítica de Nueva York y tres premios Tony, y consagraría a su autor como uno de los dramaturgos norteamericanos más influyentes del siglo XX. No era para menos. Estamos ante una obra que innova y al mismo tiempo no descuida nunca la progresión dramática, es decir, la intensificación paulatina del conflicto central hasta su resolución. Pero no solo es un modelo esta pieza por su ejecución, sino también por la vigencia y profundidad de sus planteamientos.

Willy Loman, de 60 años, es un viajante dedicado al comercio cansado de su trabajo y presa de una sensación de fracaso asfixiante, aunque constantemente la adormezca con mentiras pueriles sobre su propia relevancia. Loman es padre de dos hijos ya en la treintena, Biff y Happy, que tampoco pueden considerarse unos triunfadores. Sin embargo, su padre no pierde la esperanza de que despunten apenas se les presente una buena oportunidad, sobre todo Biff, su favorito. En ocasiones, Willy Loman cede a la desesperación y no ve otra salida que suicidarse para que su esposa cobre el seguro de vida que lo ampara y se libre de los problemas financieros; luego conjura esas crisis con la esperanza, también pueril, de que todo cambiará pronto. Lo que en realidad viene para Loman es una serie de hechos inesperados que precipitará su caída.

Como decía líneas atrás, una de las características singulares de esta obra es la de alternar dos líneas de tiempo en escena. En vez de que el pasado sea solo evocado por el protagonista, es atraído por los recuerdos del presente y representado también, de manera que se muestra ante el lector o espectador de forma más viva, como si ocurriera de nuevo con la misma intensidad de la primera vez. El cambio de un tiempo a otro no es difícil de detectar, ya sea porque muda el aspecto de los personajes (los hijos de Willy, por ejemplo, pasan de treintones a adolescentes) o porque se recrea un episodio del que antes se había hablado en pasado.

Estos saltos temporales no son fortuitos, claro está: aunque en un principio pueden parecer episodios de poca monta, terminan revelándose como esenciales para entender la crisis de la familia central. En un caso, el retorno en el tiempo sirve también para azuzar la curiosidad del lector, ya que aparece, en actitud burlesca, un personaje que no se había presentado y que solo cobrará importancia, lo mismo que su risa sarcástica, en la última parte de la pieza. No es el único dato oculto de la obra. En otra ocasión, un personaje pregunta a Willy sobre la causa de que Biff no haya presentado un examen de regularización, lo cual sería el desencadenante de su fracaso escolar. Willy evade la respuesta, con lo que siembra la intriga en quien lee. Dicha respuesta se revelará a través de un salto al pasado en la última parte del libro y estará muy ligada a la aparición de aquella mujer misteriosa. Como se ve, cada episodio es significativo en Muerte de un viajante, cada técnica tiene un efecto buscado. Ello, aunado al manejo preciso de la intensificación del conflicto, dan como resultado una pieza maestra.

El retrato de familia que termina por dar la obra una vez que ha concluido es despiadado y sobrecogedor.  Los dardos de Miller parecen dirigidos al sueño americano, a la obsesión por ser un triunfador, el número uno, pero al mismo tiempo tienen alcances más universales. La mentira y la autocomplacencia terminan por ser el centro de la crisis de los Loman. El padre contagia sus taras a su esposa y la hereda a sus hijos, de modo que todo se convierte en una gran farsa. Sin embargo, al menos uno de los protagonistas se atreverá a arrancarse la venda del rostro y a enfrentar a la familia, con lo cual engendrará uno de los clímax más memorables e intensos de la ficción contemporánea.

La impopular lectura de obras de teatro cobra especial relevancia ante clásicos como:

Muerte de un viajante, Arthur Miller, Tusquets, 2006 en Gandhi

Por Javier Munguía