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La vida después de… “El Quijote”

19 de enero de 2021

¿Qué hace a un clásico… un clásico?, ¿cuáles deberían ser sus características?, ¿cuáles sus requisitos? Podría decirse que un clásico es un libro que no sólo trasciende el tiempo, sino que lo transforma. Sin él, el mundo, tal y como lo conocemos, sería diferente. No hay mejor ejemplo de lo que debería ser un clásico que El Quijote.

Pongámoslo así: sin El Quijote la literatura en español sería otra; más aún, sin El Quijote el idioma español sería diferente. Somos, a veces sin advertirlo, agentes de su influencia.

En 1605, año de su publicación -al menos de la primera parte-, el mundo era un lugar paradójico: aburrido y violento. El reino español gozaba del fruto de sus conquistas del otro lado del mar, y las rígidas estructuras sociales mantenían un orden injusto pero, al mismo tiempo, aceptado por todos. Entonces, un hombre taciturno y malhumorado, pero “leído y vivido”, decidió volar por los aires las estructuras y cimientos de la literatura. Se llamaba Miguel de Cervantes Saavedra.

Seguramente sin saberlo, pues las primeras recepciones a su obra no daban mayores y mejores pistas, Cervantes legó al mundo, y a la lengua castellana, una de las obras más influyentes de todos los tiempos. Curiosamente, una creación de este calado no estuvo acompañada de la solemnidad que acompaña hechos así de grandes y majestuosos. Nada de eso: El Quijote es una obra de humor, picardías e, inadvertidamente, hasta de albures.

El tema de Cervantes no fue otro más que la realidad de su tiempo; pero su mirada fue tan precisa que las dolorosas disecciones que llenan las páginas de El Quijote son tan universales que pasan por vigentes. Cervantes era un gran conocedor del alma humana; pero antes que lamentarse por sus debilidades, el “manco de Lepanto” las digería con sabiduría, es decir, con humor.

Si acaso existe hay algo así como una “República de las letras”, El Quijote es un continente entero, y Cervantes reina ahí, solitario, desengañado. Y sonriente. +