Cuando las luces del cine se apagan, empieza la magia

Hay cines que se vuelven memorables por su paso a través de la historia política de un país, como el cine Acapulco, en La Habana, que sobrevivió a la dictadura de Batista y a la Revolución Cubana. Otros lo son por las historias que encierran en su interior, como Cinema Paradiso, de la película homónima, en la que un niño apodado Totó crece y descubre maravillado algo que cambiaría para siempre su vida, las películas. Así es el cine Uranija, de “Bajo el techo que se desmorona” (Sexto Piso, 2014), de Goran Petrović, en él confluyen personajes de todo tipo que a través de la sala de cine se relacionan, al tiempo que el país se adapta a los cambios originados por la Segunda Guerra Mundial y la entrada del comunismo.

Este cine se encuentra instalado en lo que antes fuera el Gran Hotel Jugoslavija, construido con el dinero que Laza Jovanović, un simple zapatero, había logrado hacer luego de conseguir en una subasta dos cargas desechadas por el ejército: la primera, de botas militares derechas sin sus pares izquierdos, y la segunda, de botas militares todas izquierdas. Un negocio redondo que, como cualquier otro, fue mal visto por los demás comerciantes que en realidad se morían de envidia. Con esta anécdota inicia la novela de Petrović.

Laza Jovanović es apenas el primero de una serie de personajes que titilan alrededor del Uranija que, aunque es un espacio, tiene tanta relevancia como los propios espectadores. La desdicha de Jovanović proveniente de sí mismo y no de quienes le acompañan, a pesar de que le rodean personajes cínicos y abusones, es la que lleva a su fin al Gran Hotel Jugoslavija y da lugar para que una sala de cine se forme en sus ruinas imaginarias. De este modo, el Uranija, con su techo estrellado artificialmente, da resguardo y cabida a personajes como MaliŠić, llamado “Estado”, de quien por su apodo se puede intuir a qué se dedica; Simonović, el acomodador del cine; Avramović, un hombre acostumbrado a recibir órdenes y que levanta el brazo derecho ante cualquier llamado; Veyka, el vagabundo que tiene por casa su propia gabardina; Eraković, un supuesto artista exaltado por su pareja; Čekanjac, el mirón del cine, porque todo cine requiere de mirones, que no es lo mismo que espectadores; Švabić, el proyeccionista que se dedica a unir fotogramas de diversas películas para formar una kilométrica (una película de la historia del país); Panta, el “Maestro del Almuerzo”, que come tan escrupulosamente y con tanta fruición que le pagan para que lo haga en cada restaurante de la ciudad; y el pastelero y su esposa, la cual tiene un tatuaje que le recorre el cuerpo y que sólo su esposo ha visto, aunque otros afirmen lo contrario.

Estos son sólo algunos de los personajes que ese cielo que se desmorona ampara; lo cual dice más de ellos que del cine. Resguardados bajo un cielo que cae a pedazos sólo pueden estar aquellos que luchan por encontrarse en un país que ha cambiado drásticamente en pocos años. Pero no es sólo el Uranija lo que da cohesión a estas historias, Simonović, así como el loro llamado Democracia, lo hacen desde lo emocional, el primero, y lo político, el segundo; pues mientras Simonović siente que al abrir las puertas del cine abre en realidad las puertas del paraíso, y es él quien dice quién entra y quién no; Democracia es la mala fortuna de aquellos que se proponen hacerlo hablar.

Y aunque todos saben cómo acaba esta historia, es decir, con la caída del Mariscal Tito, diría que en “Bajo el techo que se desmorona” lo sustancial es la forma en que Petrović decide desarrollar cada una de sus historias con tintes de humor trágico y nostalgia ante el choque de valores sociales y, sobre todo, con un profundo color a humanidad.

Por Perla Holguín

Mascultura 30-May-14