Las mil lenguas de Ernesto de la Peña
Pocas personas se conocen con memorias prodigiosas. A diferencia del famoso Funes de Borges cuya gran memoria también es su delirio, Ernesto de la Peña no sólo guardaba innumerables recuerdos, sino deslumbraba con su amplia capacidad crítica.
Nació el 21 de noviembre de 1927 en la Ciudad de México. Enrique Krauze recuerda sobre él y su familia: “Descendía de la musa mayor del siglo XIX, la legendaria Rosario de la Peña de la que se enamoraron casi todos los liberales: Manuel Acuña hasta la muerte, Ignacio Ramírez hasta la locura y José Martí hasta el extravío. Ella –que los sobrevivió a todos– solo quiso a quien no debió querer: a Manuel M. Flores.”
No deja de sorprender su capacidad políglota. ¡Alrededor de 30 lenguas! Carlos Fuentes llegó a comentar: “[del] grupo basfumista, ardoroso y anárquico, en el que militaba un filósofo rubio y delgado, Ernesto de la Peña, que sabía veintitrés lenguas, incluyendo la de Cristo.”
Dada su vocación cultural, lector desordenado que se dejaba envolver por libros de historia, filosofía, literatura o cuanto cayera en sus manos, fue premiado tanto con la presea Xavier Villaurrutia en 1988 como por el Premio Internacional Alfonso Reyes en 2008.
Ernesto de la Peña, ni más ni menos, fue considerado uno de los diecisiete sabios del fin del siglo XX. Lamentablemente, su genio se apagó el 10 de septiembre de 2012. Hoy lo recordamos como un ejemplo prodigio de la cultura humana y, sobre todo, mexicana.