Dentro de la amplísima gama de mentiras que el lenguaje nos ha permitido crear, la impostura es, quizá, la más repudiada y, al tiempo, la más refinada de todas. Cuando alguien miente sobre un hecho particular y tal mentira se desvela, tratamos de entender el sentido de la falsedad, su objetivo último. Pero cuando alguien miente sobre sí mismo y su verdadera personalidad se muestra, la confianza queda mancillada a tal punto que la comprensión y el perdón son prácticamente imposibles.
La impostura tiene un alto grado de refinamiento. Y es que construir una personalidad entera y mantenerla verosímil es todo un arte. Ahí tenemos el emblemático caso de Jay Gatsby, el más famoso impostor de la literatura, encarnado en la gran pantalla en más de una ocasión. Como él, hay quienes se convierten en impostores por timidez y a través de su doble hacen y dicen cosas que no harían por sí mismos; otros impostan para obtener beneficios de toda clase; los más viles, para engañarse a sí mismos. Sea cual sea el móvil de la impostura, cuando la verdad aflora, quedamos atrapados entre dos sentimientos: el odio y la admiración.
Por eso la literatura está poblada de relatos al respecto en todas sus aristas: ficción, ensayo, periodismo… en todos lados vemos impostores… incluso entre los autores. Bienvenido seas, querido lector, a este número de Lee+ en el que nos asomaremos a algunos de los pasajes más interesantes que la impostura, mentira entre mentiras, es el motor principal de las más singulares plumas.