Aunque quizá la manera más ingrata de despojar a un autor de su mérito no es robándole la idea, sino quitarle la paternidad sobre ella, o su existencia misma. Como sucede con Homero, a quien algunos investigadores “le conceden” la autoría de La Ilíada (Biblok), pero le regatean La Odisea (Cátedra). O los bizarros que aseveran que William Shakespeare no existió o que, en todo caso, algunas de sus obras fueron escritas por su glorioso contemporáneo Christopher Marlowe, quien por cierto murió de una cuchillada en una taberna, a los 29 años. Pensemos también en el caso de Mary Shelley, hija de la feminista Mary Wollstonecraft y casada con Percy Bysshe Shelley. A la autora del ya inmortal Frankenstein o el moderno Prometeo (Cátedra) no faltó quien le dijera que una mujer no debía publicar libros desafiantes, o que lo hiciera con sobrenombre. Por su parte, Aurora Dupin publicó sus novelas con seudónimo masculino: George Sand. Fue una mujer de admirado talento e inmenso amor por la vida. Entre sus parejas se encuentran Prosper Merimée, Alfred de Musset y Frédéric Chopin.
Eso sí, mi dilecto inventor de escritores siempre será Fernando Pessoa, con sus numerosos heterónimos, entre los cuales destacan Álvaro de Campos, Bernardo Soares, Ricardo Reis, Alberto Caeiro o Antonio Mora. Cada uno de ellos tenía su propia identidad y biografía, además de obras rotundamente singulares. Quizá el caso de Pessoa sea el más radical de un escritor auténtico que inventó autores imaginarios para que escribieran obras verdaderas y geniales.