Oliver Sacks y las trampas de la memoria
“Yo he hecho eso –dice mi memoria.
Yo no puede haber hecho eso –dice mi orgullo y permanece inflexible.
Al final la memoria cede.”
Nietzsche.
Es un hecho que nuestro cerebro está preparado para almacenar información de manera selectiva e infalible a corto y largo plazo. Sin embargo la memoria es otra historia: es compleja, es frágil, a veces poco exacta, y como resultado nos pone trampas que a veces no somos capaces de distinguir.
¿Estamos seguros, por ejemplo, de que todos los recuerdos de infancia que forman nuestra memoria son completamente fieles a lo que pasó?, ¿cómo sabemos que no son producto de lo que nos han contado en la familia todos estos años? Cuántas veces, como acto reflejo contra el olvido, distorsionamos los recuerdos que se han difuminado y los sustituimos por otros para armar nuestro versión de lo vivido. Y es entonces cuando ambos –olvido y reinterpretación, por no decir distorsión– nos llevan a esas trampas de nuestra memoria que son creadoras de otras realidades, de otros mundos, de otros yo.
Ver esta publicación en Instagram
Y en esta materia sin duda un estudioso apasionado –hasta su muerte– fue Oliver Sacks, neurólogo y observador incansable, que en sus libros y en decenas de ensayos nos proporcionó un catálogo muy interesante de los claroscuros y trucos que nos juega la memoria.
Su obra, escrita con base en sus experiencias en su labor profesional con pacientes de distintas enfermedades neurológicas pero también considerando sus experiencias personales, siempre lo llevaba a la misma con- clusión: que aún no es posible entender al cien por ciento la complejidad de la memoria como una función primordial del cerebro.
En un ensayo que publicó en The New York Review of Books (“Speak, Memory”, 21 de febrero del 2013), donde colaboraba de manera regular, escribió: “Es sorprendente darse cuenta de que es posible que algunos de nuestros recuerdos más preciados nunca hayan sucedido, o que le hayan ocurrido a alguien más. Sospecho que muchos de mis entusiasmos e impulsos, que parecen totalmente míos, surgieron de las sugerencias de otros, que me influyeron poderosamente, consciente o inconscientemente, y luego fueron olvidados”.
En ese mismo ensayo reflexiona sobre lo que él llama los “falsos recuerdos” y sobre la falta de algún mecanismo neurológico que asegure que nuestros recuerdos son una reproducción puntual de nuestras ex- periencias. Señala que lo que guardamos de esos momentos depende tanto de nuestra imaginación como de nuestros sentidos, no son reproducidos ni “grabados” fielmente en nuestra mente y que el cerebro es incapaz de guardar la “verdad histórica”. Es decir, los recuerdos se experimentan de manera subjetiva en cada persona, y lo que es más, se van modificando cada vez que el individuo lo experimenta de nuevo y lo reinerpreta en su memoria.
Y si eso reflexiona sobre su mente sana, en su icónico libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero (Anagrama), Sacks no deja de maravillarse –y maravillarnos– con los juegos que la memoria le hace a sus pacientes y que lo llevan a notar el papel determinante que esa memoria tiene en los trastornos neurológicos y psicológicos.
Ver esta publicación en Instagram