
Entrevista a Martín Solares

Por más que dude de las ideas de Carl Jung, en algunas ocasiones los hechos que nos rodean parecen obedecer a una extraña manifestación de la sincronicidad. Según el psicoanalista, es indudable que —en un mismo momento— pueden ocurrir dos acontecimientos que no se relacionan de manera casual, pero tienen un contenido sospechosamente parecido. Así, mientras preparábamos este número, Martín Solares publicó una nueva novela en la que André Breton y otros surrealistas se muestran con todo su esplendor. Cómo vi a la Mujer Desnuda cuando entraba en el bosque (Random House, 2024) se llama la obra que vuelve a ser protagonizada por Pierre Le Noir, un detective que contrasta con la mayoría de sus pares. La sincronicidad y sus obras siempre espléndidas nos obligaban a entrevistarnos con Martín. A como diera lugar debíamos conversar…
¿Y qué es esto? —le pregunto a Martín Solares mientras le muestro la portada de Cómo vi a la Mujer Desnuda cuando entraba en el bosque—. Sé bien que es una novela y podría pensar que quizá le pone el punto final a las aventuras de Pierre Le Noir; sin embargo, no tengo claro dónde debo situarla: podría ser una novela histórica, pero no completamente; también podría tratarse de una novela detectivesca, pero tampoco a carta cabal…
Tienes razón, la novela a ratos parece inclasificable. Lo que te sucede no es un caso aislado: tuve la suerte de traducir los dos primeros volúmenes de las aventuras de Pierre Le Noir al francés y de que muchas librerías independientes los eligieran como libros del mes. Cuando salieron a la venta, los libreros las anunciaron como obras realistas, fantásticas e históricas. Es decir, las clasificaron como una especie de monstruos absolutamente extravagantes.
En realidad, yo sólo quería mezclar lo mejor de mis pasiones: la novela policial, que impone ciertas restricciones y ciertas convenciones, aunque puedes escapar un poco de ellas y jugar con esos límites a expandirlos o reducirlos. A esto se sumó la literatura fantástica, que siempre me ha maravillado. Las historias relacionadas con fantasmas, apariciones y médiums ocupan un lugar mu especial en Cómo vi a la Mujer Desnuda cuando entraba en el bosque. Y, para terminar de cerrar el círculo, si sus protagonistas son seres reales, había que investigarlos a conciencia y no permitirles hablar hasta que yo pudiera convertirme en su mejor ventrílocuo. Tenía que saber cómo gritaba Breton, cómo se enfadaba Aragon, cómo Éluard le susurraba poemas de amor a una de sus musas. Yo quería que ellos aparecieran de una manera natural y se convirtieran en los sospechosos más extraños, en la medida en que, para ellos, el arte era más importante que la vida misma.
Cuando empecé a crear las aventuras de Pierre Le Noir, me sentía cansado de escribir sobre la violencia. En ese momento pensé “voy a tener la oportunidad de escribir una novela para descansar un poco”. Sin embargo, eso se convirtió en dos y rápidamente en tres novelas. Ahora cierro ese capítulo y me dispongo a volver a la realidad.
Hace unos años me contaste que, cuando estuviste en París, quedaste atrapado en la exposición que el Centro Pompidou realizó sobre el surrealismo… ¿Hay un nexo entre esa gran muestra y Pierre Le Noir?
Sí, literalmente, iba al Pompidou en cuanto la universidad me lo permitía. Entraba en una de las salas y al día siguiente me adentraba en otra. Incluso, en algunas ocasiones, me senté a escribir en esos lugares. De repente empecé a conectar con algunos datos y diálogos, de los cuales muy pocos se incorporaron a Cómo vi a la Mujer Desnuda cuando entraba en el bosque. En esos días, también estaba leyendo las historias del comisario Maigret, de Simenon. Fue entonces que decidí escribir una novela al estilo de Simenon, pero con un toque de surrealismo.
Uno de los pocos territorios en los que el comisario Maigret nunca se atrevió a entrar fue el fantástico. Él exploró todos los matices de la decadencia, la corrupción y la impunidad, pero nunca se aventuró a investigar un fantasma, a indagar en un médium. Ese territorio que Simenon dejó virgen es el que quería explorar.
Pero en este caso, explorar casi era sinónimo de investigar…
Investigué tanto en la realidad como en mi imaginación para lograr un equilibrio interesante. Sin embargo, no quería que todas las imágenes y las historias sólo provinieran de mi imaginación; quería que estuvieran basadas en hechos comprobados, absolutamente asombrosos.
En este sentido, Cómo vi a la Mujer Desnuda cuando entraba en el bosque vuelve a mostrarse como una novela extraña. Los médiums y los espiritistas, los fantasmas y las sombras son asuntos poco comunes en la literatura mexicana. Casos como Flores negras, de Ana García Bergua, o Madero, el otro, de Ignacio Solares, no resultan comunes…
Por supuesto, Cómo vi a la Mujer Desnuda cuando entraba en el bosque no tiene muchos predecesores. Existen muy pocos autores que han investigado las sesiones para invocar fantasmas o para exorcizar demonios. Pero, si tienes sentido del humor, si escribes novelas policíacas y, peor aun, si te atreves a decir que los detectives ven fantasmas, estás casi desterrado de cualquier consideración artística. Sin embargo, se trata de un asunto que no me quita el sueño: escribo lo que quiero y no me dejo atrapar por las reacciones de la crítica especializada. Prefiero conocer a una persona que haya leído la novela y le haya gustado a tener 20 reseñas elogiosas en una revista literaria.
¿Cómo dibujarías tu novela? ¿Quiénes se asomaban en tu memoria mientras trabajabas en ella?
Cuando empecé a escribir esta novela tenía una reproducción en blanco y negro de una de las obras de Magritte colgada en un lado de mi escritorio. Allí estuvo durante muchos años, hasta que finalmente la escondí. Después de terminar Cómo vi a la Mujer Desnuda cuando entraba en el bosque y empezar a recoger todos los recortes y fotos que tenía por la casa, me topé de nuevo con ella y me di cuenta de que, de alguna manera, había seguido el mismo camino. El diseño de esta novela se inspira mucho en la casa que Magritte imaginó.
En Cómo vi a la Mujer Desnuda cuando entraba en el bosque también me di el lujo de saludar a otros libros que me gustan mucho. Tuve que saludar a Enrique Vilamatas porque él escribió un libro similar hace más de 30 años: en él también habla de un encuentro imaginario de surrealistas. Y luego, como ya lo habrás visto, hay otras presencias que resultan mucho más que notorias: retomo al conde Drácula y a Maupassant; a Poe y a Nerval. Incluso me hago preguntas similares a las que ellos podían hacerse: si bien es cierto que un fantasma puede subirse a un carruaje, ¿podría viajar en un tren? Parece que los fantasmas son enemigos de la rapidez, nunca se han visto en aviones ni en barcos a toda velocidad y mucho menos en trenes. También había que cuestionarse si los fantasmas son domesticables, si se les puede enseñar a aparecer a ciertas horas, o a que dejen dormir a las personas que se encuentran en la misma casa.
Todos esos recuerdos y todas esas inquisiciones estaban presentes mientras escribía y, junto a ellas, aparecía una pregunta crucial: ¿estoy tomando mi propio camino? Me esforcé mucho para recorrer un trayecto único, aunque de repente en la novela aparece un extraño barcelonés llamado Enrique Vilamatas.
Algo que aprendí después de convivir con estos personajes tan novelescos y luego de que los obligué a vivir en una novela, fue que, mientras en el cuento todo termina cuando un personaje encuentra su destino, en las novelas sucede lo contrario: la novela no se contenta con descubrir cuál es el destino de un personaje. Eso sucede en el primer capítulo. De lo que trata es de cómo ese personaje intentará refutar su destino. Los protagonistas de la novela siempre rechazan la fatalidad y quieren conseguir un futuro mejor.+