El año en que Barcelona se reinventó

El año en que Barcelona se reinventó

Por Yara Vidal 

Barcelona, aún lamiéndose las heridas de una posguerra y una crisis económica, se vistió de gala para recibir al mundo. La Exposición Internacional de 1929, celebrada en la majestuosa montaña de Montjuïc fue un manifiesto de modernidad, un lienzo donde arquitectos, artistas y visionarios como Ludwig Mies van der Rohe pintaron el futuro. Durante ocho meses, Barcelona se convirtió en el epicentro de la innovación, y su legado, como las columnas de acero del Pabellón Alemán, sigue brillando casi un siglo después.

Un escenario para la historia

En 1888, la modernización de Barcelona se centró en el Parc de la Ciutadella, mientras que en 1929, la Exposición Internacional transformó Montjuïc. Este evento impulsó reformas urbanísticas, un ambicioso proyecto de iluminación y obras emblemáticas como la Plaça d’Espanya, l’Estadi Olímpic, el Teatre Grec, el Poble Espanyol, el Palau Nacional y la Font Màgica, con una gran inversión económica. 

La Exposición de Barcelona se celebró del 19 de mayo de 1929 al 15 de enero de 1930. Sus propósitos: impulsar la economía española y proyectar una imagen de progreso. Bajo el reinado de Alfonso XIII y en plena dictadura de Primo de Rivera, España buscaba su lugar en el mapa global. Montjuïc, con su imponente Palacio Nacional (hoy Museu Nacional d’Art de Catalunya, MNAC) y el pintoresco Poble Espanyol, se transformó en un escaparate de culturas y tecnologías. Veinte países participaron, desde potencias europeas hasta naciones emergentes, cada una con pabellones que competían por deslumbrar a los millones de visitantes.

Pero el verdadero protagonista fue el Pabellón Alemán, diseñado por Ludwig Mies van der Rohe y Lilly Reich, su colaboradora indispensable. Éste no era un edificio cualquiera: era una declaración. Construido para representar a la Alemania de Weimar, el pabellón rompió con todas las convenciones. Sus líneas puras, sus paredes de vidrio y mármol exótico, y su estructura de acero desafiaban la gravedad y la tradición. “Menos es más”, el mantra de Mies, cobró vida en este espacio diáfano, donde los límites entre interior y exterior se desvanecían. La escultura La Mañana de Georg Kolbe, reflejada en un estanque sereno, y la icónica silla Barcelona, diseñada para la ocasión, completaban una experiencia que era más un poema arquitectónico que un simple pabellón. La silla Barcelona, ícono del diseño moderno por su elegancia minimalista y materiales lujosos como cuero y acero cromado, hoy en día, sigue siendo un símbolo de sofisticación, producida por Knoll y ampliamente utilizada en interiores de lujo y espacios contemporáneos.

Mies y Reich, nombrados directores artísticos de la sección alemana, no se limitaron al pabellón. Diseñaron otros espacios, como el Pabellón de Electricidad y el expositor de seda, lo que consolidó la presencia de Alemania como líder en innovación.

El impacto de lo efímero

Curiosamente, el Pabellón Alemán no fue la atracción más popular de la Exposición. Los visitantes, fascinados por el exotismo del Poble Espanyol o la grandiosidad del Palacio Nacional, a menudo pasaban de largo ante esta estructura minimalista. Sin embargo, su influencia fue profunda. Arquitectos y críticos de la época, como los de la Bauhaus, vieron en él el amanecer del Estilo Internacional. Inspirado por el neoplasticismo de De Stijl y la simplicidad de la arquitectura japonesa, Mies creó un espacio que invitaba a reflexionar. Era, como él mismo lo llamó, un “escenario de ideas”.

El pabellón, demolido en 1930 tras la clausura del evento, dejó un vacío que se llenó hasta 1986, cuando Barcelona lo reconstruyó meticulosamente en su emplazamiento original. Hoy, gestionado por la Fundació Mies van der Rohe, es un lugar de peregrinación para amantes de la arquitectura. Sus placas de ónice dorado del Atlas, mármol verde de Tinos y travertino romano siguen evocando aquella modernidad audaz de 1929.

Más allá del pabellón

La feria también introdujo el racionalismo en España, dejando atrás el novecentismo local y abriendo la puerta a las vanguardias. El impacto cultural fue inmenso: Barcelona, antes una ciudad deprimida por el peso de la posguerra, se redescubrió como un faro de creatividad.

En 1929 Barcelona se redefinió como una metrópoli moderna, capaz de dialogar con el mundo. El Pabellón Alemán, aunque efímero en su forma original, sigue vivo en la memoria colectiva y en su reconstrucción. Cada año, miles de visitantes recorren sus espacios abiertos, maravillados por la simplicidad que revolucionó la arquitectura. Lilly Reich, cuya contribución fue igual de crucial, merece también un reconocimiento que la historia a menudo le ha negado.

La Exposición Internacional plantó las semillas de lo que es hoy Barcelona: una capital de la cultura, la innovación y la belleza. Y en el corazón de ese sueño, Mies van der Rohe y su pabellón nos recuerdan que, a veces, lo más sencillo es lo que cambia todo.+