Fábulas del Tío Hofs: "¿Quién se tatúa en las mejillas un tridente?"

Tortuga: Debí imaginar que se retractaría. No importa. Iré yo por mis hojas. Al fin que ya casi ni me duele el ojo.

Tortuga: Mírelo, es ése de allá, el que está de espaldas tomando un tequila.

Aquiles: ¿El de la camisa con el diablo furioso?

Tortuga: Ese mismo. Pero no es una camisa.

Aquiles: No le entiendo.

Tortuga: Que no es una camisa con un diablo furioso.

Aquiles: No le entiendo. Voy a ver.

Tortuga: …

Aquiles: …

Tortuga: ¿Y bien?

Aquiles: ¡Por los brazos de Popeye! ¡Ese hombre es una capilla sixtina! ¡Y seguramente pesa lo mismo!

Tortuga: Me parece desafortunado su comentario, considerando que son puras representaciones del Príncipe del Averno las que engalanan su cuerpo.

Aquiles: Increíble. ¿Quién se tatúa en las mejillas un tridente?

Tortuga: El mismo sujeto que me puso el ojo morado y me despojó de los primeros diez capítulos de mi novela. ¡Haga algo, lo prometió!

Aquiles: Sólo a usted se le ocurre venir a escribir a un lupanar como éste. ¿Eso que está derramado en el piso es sangre? ¿Y lo que suena en las bocinas es música o alguien siendo torturado?

Tortuga: Haga algo. Usted dijo que lo obligaría a devolverme mis hojas.

Aquiles: Bueno, también es cierto que yo ignoraba que el tipo es un refrigerador industrial con pies y que lleva un tatuaje al cuello donde jura obedecer a Satán en esta vida y la que viene.

Tortuga: Me lo imaginaba. Maldito cobarde.

Aquiles: Escriba otra cosa. ¡Se lo dije! ¡Que su novela ocurra en un lugar de mala muerte no lo obliga a escribirla en un lugar donde encontrará su muy buena y merecida muerte! Piense en Salgari, que jamás se subió a un galeón. O en Emily Dickinson, que nunca salió de su habitación en tiempos donde no existían el wifi ni la pizza por teléfono.

Tortuga: Debí imaginar que se retractaría. No importa. Iré yo por mis hojas. Al fin que ya casi ni me duele el ojo.

Aquiles: …

Tortuga: …

Aquiles: Me pregunto si el polvito de los cacahuates será ladrillo molido o algo así…

Tortuga: …

Aquiles: Vaya, vaya… al menos ahora hacen juego sus dos ojos. Es un bonito morado obispo.

Tortuga: Infeliz burlón. Seguro lo disfrutó a la distancia.

Aquiles: Lo que no entiendo es cómo llegaron tan rápido al asunto de “golpear y despojar” si apenas tenía diez minutos de haber salido de la casa cuando ya estaba de vuelta con ese bonito tatuaje de berenjena en pleno ojo.

Tortuga: Pues comenzó con una plática inofensiva. Él me vio escribiendo en esta misma mesa y se aproximó. Hizo un comentario respecto a la importancia de plasmar, fuera de nuestras mentes, todo aquello a lo que nos importa aferrarnos: un aroma, una caricia, un nombre. Yo le dije que se metiera en sus asuntos.

Aquiles: Y entonces lo golpeó.

Tortuga: No. Luego me habló de cuán precario es el papel cuando se trata de apuntalar la frágil y evanescente memoria. Le dije que se fuera al cuerno.

Aquiles: Y entonces lo golpeó.

Tortuga: No. Entonces repitió los versos de Neruda: “Es tan corto el amor y es tan largo el olvido” y yo me reí con ganas. Fue cuando me obsequió con esta bonita sombra de ojos y me arrebató la novela.

Aquiles: ¿Neruda, dijo? ¡Claro! ¡Ahora vuelvo!

Tortuga: ¡Pero qué hace! ¡Lo va a matar! ¡Le va a arrancar la cabeza! ¡Le… le…!

Aquiles: …

Tortuga: ¡¡Le… va a entregar mis hojas y a dar un abrazo!!

Aquiles: …

Tortuga: ¡Increíble! ¿Cómo lo logró?

Aquiles: Cuando mencionó usted a Neruda lo reconocí. ¡Es Paquito Martínez, de la prepa tres! Me acordé que tenía una novia que se llamaba Matilde Urrutia, como la de Neruda, y cuyo nombre se tatuó por todos lados. Al parecer, la sorprendió con un vecino hace un par de años y decidió que sería mejor cubrir que borrar. ¿Qué le parece?

Tortuga: ¿Que qué me parece? Que me largo de este miserable lugar. ¡A ver si no resulta que lo que está en el piso es agua de jamaica y lo que suena en las bocinas es Parchís con interferencia!

Por Antonio Malpica

MasCultura 13-jun-16