Una rara avis: filosofía de la amistad lúcida
Por Anita Mejía
Iris Murdoch y la filosofía de la amistad: una forma de amor desinteresado
Cuando pienso en la amistad —la real, humana, profunda y comprometida—, me resulta imposible no recordar la figura de Iris Murdoch. Además de ser mi novelista favorita, fue también filósofa. Una filósofa de mente aguda, escrutadora e ingeniosa.
Tanto en sus novelas como en sus ensayos filosóficos, se dedicó a analizar el significado de la amistad. No esa amistad del siglo xxi, en la que las relaciones se reducen a afinidades o utilidades emocionales, en la que el Yo es el centro y el otro queda relegado. En la que se exige una fusión posesiva, instrumental, egoísta, cerrada a la crítica y al crecimiento ético, moral e intelectual.
Para Iris, la amistad verdadera es una de las formas más puras del amor, y debe estar orientada hacia el bien, más allá de intereses o vínculos circunstanciales.
La idea del Bien como fuente de atención, una visión que tiene el poder de desinteresarnos y superar el ego.
Iris Murdoch
Murdoch propone que una relación de amistad se basa en la plena atención, la contemplación, en una práctica cotidiana de ver al otro sin las distorsiones del ego. Es indispensable quitar el centro de uno mismo para poder apreciar al otro en su totalidad.
Ese gesto de atención contemplativa es, para ella, la esencia de la amistad: un acto continuo de “mirar con justicia y amor”, un espacio donde el otro puede existir plenamente.
La amistad no exige confirmación ni admiración, sino que nos impulsa a ver al otro como un fin en sí mismo —como diría Kant—, no como un medio.
El amigo verdadero no “sirve” para algo —como apoyo emocional, compañía o validación—, sino que permanece como una presencia pensante, incluso en la distancia o en el silencio. La amistad está abierta al juicio con sentido, a la crítica constructiva, a la transformación y al crecimiento.
Implica aceptar que el otro es radicalmente otro: un universo independiente, complejo, ajeno a nuestro control, a nuestros deseos o proyecciones. La amistad, también, es dejar de hablar y escuchar: una forma de mirar con humildad, curiosidad y paciencia. No busca obtener, sino entender. No exige, sino que acompaña.
Analicemos la amistad en una de las novelas de la propia Iris Murdoch. Lo fácil sería ir directo a la estantería por el ejemplar de The Bell (1958), donde la amistad actúa como un refugio moral, o The sea, The sea (1978), donde el personaje de Charles Arrowby advierte la necesidad de mirar más allá de sí mismo.
Pero no, no vayamos en línea recta. Prefiero ir a contracorriente. Para comprender estos conceptos filosóficos, lo mejor es observar las fallas, los dobleces éticos y morales, el fracaso de una amistad en ruinas. Hablemos de Henry y Cato (Impedimenta, 2013).
Desde el inicio, Lucius Lamb —personaje secundario, pero clave— declara: “Pero los hombres siempre se las ingenian para fomentar su propio infortunio… Barreras de miedo y egoísmo y desconfianza y de pura y estúpida ineptitud moral”.
Lucius funciona como testigo silencioso de las búsquedas de Henry y Cato, amigos de infancia que se reencuentran en la adultez, que arrastran dificultades para integrar sus emociones, pensamientos, recuerdos, valores o roles coherentes consigo mismos.
Cato atraviesa una severa crisis de fe y valores. Henry, obsesionado con salvarlo, proyecta sobre él una narrativa de redención.
Ambos actúan desde el Yo, no desde el otro. Lo que los une no es la atención sino la posesión, la nostalgia, la manipulación. Y ahí radica su fracaso. No se ofrecen como refugio. No se miran con justicia ni amor. Se ven como espejos deformados.
Al aplicar su filosofía a la novela, lo que Murdoch nos muestra es que la amistad no puede fundarse en la imagen del otro, sino en su reconocimiento como ser autónomo, cambiante y complejo. Henry y Cato, por el contrario, son la demostración de cómo el narcisismo destruye la posibilidad del amor.
La prisión del ego solo puede abrirse con el amor —la atención real.
Iris Murdoch
Lucius encarna las ideas de Murdoch sobre la amistad: atención, humildad, conciencia del otro. No busca dominar, ni redimir —como Henry—. No se abandona al melodrama —como Cato—. Es irónico, pero no cínico. Parece distante, pero observa con atención genuina, sin exigir que el otro se convierta en una versión idealizada. No es casual su rechazo a intervenir. Entiende que los caminos morales deben descubrirse, no imponerse. Su sola presencia representa una forma de integridad.
Mientras Henry y Cato fracasan al tratar de verse mutuamente, Lucius mira desde el margen, no para juzgar, sino para mantener viva la posibilidad de otro tipo de relación: más humilde, más atenta, menos romántica pero más real.
En la filosofía de Iris Murdoch, eso ya es un acto de amor.
El otro como revelación: crónicas de una amistad en voz baja
Cuando pienso en amistades literarias reales, me cuesta encontrar ejemplos contemporáneos que se ajusten a los parámetros que nos plantea Iris.
Como mencioné al principio, en mi opinión, vivimos bajo la lógica del Yo primero: mi bienestar, mis ideas, mis intereses. Esta ideología ha contaminado nuestras relaciones.
Es más fácil dar ejemplos de amistades que no alcanzan ese ideal. Por mencionar algunos, ahí están Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald: dependientes, posesivos y haciendo juicios sin comprensión.
Sylvia Plath y Anne Sexton: relación fascinante, sí, pero más trágica que transformadora. Virginia Woolf y Katherine Mansfield: una admiración cruzada pero plagada de celos y juicios mordaces.
Pero hay excepciones.
La amistad entre Elizabeth Bishop y Robert Lowell fue, en cambio, entrañable, respetuosa y creativa. Un ejemplo claro de lo que Iris Murdoch llamó “la atención como forma de amor”.
Para confirmar mi hipótesis, puedes ir a Librerías Gandhi y hojear Palabras al aire: Elizabeth Bishop y Robert Lowell. La correspondencia completa (Vaso Roto ediciones, 2019). Este libro no sólo satisface la curiosidad o el morbo que nos da escarbar entre sus cartas: es un testimonio de lo que puede ser una amistad verdadera. Recomiendo ampliamente su lectura.
La poesía de acompañar al otro: afecto entre dos poetas
Elizabeth Bishop y Robert Lowell intercambiaron correspondencia durante más de tres décadas, hasta que él murió. Reunieron seiscientas setenta y dos cartas y un puñado de poemas con dedicatoria. Su vínculo es un testimonio luminoso de amistad: la palabra como forma de atención y afecto.
Ambos compartían fragilidades personales —Lowell con su trastorno bipolar; Bishop con su alcoholismo y sus pérdidas—, pero en lugar de infantilizarse el uno al otro, compartieron sus desórdenes con honestidad. No usaban la amistad como espejo, sino como una forma de permanecer presentes a través de su diferencia.
En su correspondencia también podemos notar que ambos se alimentaban de la circulación intelectual y estética de las ideas. Lowell admiraba sinceramente la obra de Elizabeth Bishop; ella, aunque tímida, aseguraba que él la ayudó a crecer intelectualmente.
Esa admiración duradera encarna el amor impersonal que proponía Iris Murdoch: ver al otro como poseedor de valor en sí mismo.
Lowell afinó su estilo gracias a la quietud observacional de Bishop. Bishop, más reservada, halló fuerza en la energía intelectual de Lowell.
Ambos se transformaron, sin perder su esencia.
A través de sus cartas construyeron una amistad que no intentaba corregir ni redimir, sino comprender.
No buscaban salvarse ni definirse mutuamente. Se ofrecieron atención, presencia, compañía.
En una época marcada por afectos egocéntricos, la suya fue una amistad ética en el sentido más profundo: una forma de mirar al otro sin convertirlo en extensión del propio deseo, como propuso Iris Murdoch al pensar el bien.
Lowell a Bishop: “When I think of how the world … if you weren’t in either of them at all – they’d look very empty, I think.”
Bishop a Lowell: “Please never stop writing me letters —they always manage to make me feel like my higher self… for several days.”
Una amistad no del todo funesta
Otro ejemplo de amistad con estándares que Iris Murdoch aplaudiría fue la que sostuvieron los novelistas Stefan Zweig y Joseph Roth. Puedes revisar su intercambio de cartas en Joseph Roth y Stefan Zweig: ser amigo mío es funesto. Correspondencia (1927-1938) (Acantilado, 2015)
Stefan Zweig a Joseph Roth:
Push me away all you like, it won’t help you! Roth, friend, I know how hard things are for you, and that’s reason enough for me to love you all the more… even when you’re angry and irritable… life is torturing you.
Sus palabras evidencian un afecto sentimental que no es ingenuo; por el contrario, reconoce el dolor de su amigo sin borrar su voz, sin idealizarlo y sin exigir gratitud.
Joseph Roth a Stefan Zweig: “I am inconsolable if I don’t get word from you… Are you upset with me for some reason?”.
Zweig le responde, sin frenar su libertad, pero apoyándolo: “We’re living in a period of general doom… be fair to yourself, live on a small footing… show modesty.”
Roth y Zweig vivieron una amistad que no evitaba lo desagradable, lo incómodo, lo humano.
Sostener la tensión entre el genio turbulento de Joseph Roth y la lucidez e integridad de Stefan Zweig fue un acto de amor extraordinario.
En una época en la que la amistad suele confundirse con la comodidad emocional o la afinidad instantánea, estas relaciones —imaginadas por Iris Murdoch y vividas por Elizabeth Bishop, Robert Lowell, Stefan Zweig y Joseph Roth— nos recuerdan que la verdadera amistad no es simbiosis ni rescate, sino ver al otro con libertad y lucidez: un acto moral, cotidiano y profundo, de atención afectuosa.+
Lecturas recomendadas:
- Henry y Cato, de Iris Murdoch. Impedimenta.
- Palabras en el aire: Elizabeth Bishop y Robert Lowell. Correspondencia completa. Vaso roto ediciones.
Anita Mejía es una artista autodidacta y escritora oriunda de Ensenada, Baja California. Su obra está fuertemente influenciada por sus gustos literarios, musicales, artísticos así como por el cine.



