“Todo lo que no sabemos”: María de Alva y las heridas que no se narran

“Todo lo que no sabemos”: María de Alva y las heridas que no se narran

En Todo lo que no sabemos (Hachette Literatura, 2024), la escritora mexicana María de Alva nos sumerge en una novela donde la intimidad y la historia se entrelazan con la precisión de quien ha vivido mucho y ha callado aún más. Es una obra que se lee con la respiración contenida, como si al pasar cada página se pudiera por fin nombrar lo innombrable.

El punto de partida es un crimen real: el asesinato de Antonio Vélez, un ingeniero regiomontano abatido en la vía pública en los años setenta. Pero la novela no es una reconstrucción policiaca ni una crónica testimonial; es, sobre todo, una búsqueda. Una hija enferma de cáncer que, desde su tratamiento, revive al padre ausente. Una narradora que hurga en cajas, fotografías, entrevistas y archivos, intentando poner orden a los restos de una vida que no cesa de interrogarla. Un detective que, entre silencios institucionales y papeles mutilados, intenta atar cabos sueltos en un país habituado a olvidar.

María de Alva teje estas voces en un relato polifónico, profundamente humano, donde el dolor no es grito, sino eco. El título es una promesa y una confesión: Todo lo que no sabemos nos habla del vacío como punto de partida, de la memoria como un ejercicio inevitablemente incompleto. La autora escribe desde la fractura, no para cerrarla, sino para contemplarla con honestidad.

El lenguaje de De Alva es sobrio, sin adornos innecesarios, pero cargado de una emoción contenida que estalla en los detalles: la textura de una cinta de cassette, el olor de los pasillos del hospital, el peso de una palabra que nunca se dijo. A través de esta narrativa íntima, la autora traza una genealogía del silencio mexicano, ese que se hereda entre generaciones y se enquista en los cuerpos.

Lejos del sentimentalismo, la novela encuentra su fuerza en la contención. Cristina, la hija moribunda; la investigadora, su alter ego analítico; el detective, rostro de la legalidad extraviada; y Antonio, el ausente omnipresente: cada uno sostiene una parte del rompecabezas, pero ninguno tiene el cuadro completo. Y quizá de eso se trata: de comprender que la verdad no siempre se descubre, a veces sólo se acompaña.

Con esta obra, María de Alva se consolida como una narradora que desafía las formas convencionales de la novela familiar y propone una escritura que se atreve a mirar de frente lo que tantas veces preferimos dejar en penumbra: la pérdida, la enfermedad, el olvido estructural, la violencia que atraviesa la historia privada y la nacional.

Todo lo que no sabemos no busca respuestas definitivas. En su lugar, ofrece una mirada lúcida y compasiva sobre lo irreparable, un gesto de reconciliación con los fragmentos de la memoria. Y en ese gesto, hondo y necesario, radica su potencia.