Que entierren nuestros huesos en la medianoche: el linaje del hambre
Hay libros que no se leen: se habitan, como si fueran casas malditas con pasillos oscuros y ventanas selladas. En Que entierren nuestros huesos en la medianoche (Editorial Umbriel), Victoria Schwab no nos ofrece una historia, sino un eco: la resonancia de tres mujeres unidas por la sangre, por la furia y por un hambre que atraviesa los siglos. Un relato gótico que arde en la garganta como un rezo mal pronunciado.
La novela —compuesta como una partitura con tres voces que se entrelazan y se desgarran— nos lleva a 1532, a un rincón olvidado de España. Allí, una joven llamada María sueña con huir del destino que le han escrito otros. En su camino se cruza una mujer viuda y poderosa, dueña de un secreto que no solo la salvará, sino que la transformará en algo más que humana.
Casi tres siglos después, en el Londres sofocado por el decoro y el corsé, Charlotte —”Lottie”— comete un acto de deseo, casi un crimen para su época, y eso basta para reescribir su futuro. Y en 2019, en Boston, Alice llega a la universidad cargando esperanzas que se disuelven tras una noche. Lo que sigue es una caída libre: hacia su cuerpo, hacia la rabia, hacia lo que ha estado latente desde hace siglos.
Todas ellas mueren. Y todas, de alguna forma, renacen.
Porque esta novela no habla de la muerte, sino de lo que viene después: el deseo feroz de seguir existiendo, aunque eso implique desobedecer las leyes del mundo. Schwab reinventa el mito vampírico desde las entrañas, lo carga de dolor, de feminismo, de sed. Aquí no hay castillos ni colmillos brillantes. Hay dientes, sí. Pero también hay silencio, trauma y poder recobrado.
“Tres mujeres son enterradas en la misma tierra. Una crece hacia lo alto, otra se hunde en las raíces y la tercera se retuerce como una hiedra descontrolada.”
Es en esa tierra común —metáfora de la memoria, del cuerpo y del linaje femenino— donde estas historias germinan y se entrelazan. Schwab escribe como si conjurara. Su prosa es hipnótica, atmosférica, llena de imágenes que duelen y de verdades que no siempre se atreven a decirse en voz alta. La estructura fragmentada del libro actúa como un espejo roto: cada parte refleja una versión distinta del mismo hambre.
La edición, publicada por Umbriel, es una pieza de arte en sí misma: cantos teñidos, ilustraciones de Inma Moya en las guardas y una cubierta que recuerda a un relicario profano. Todo está diseñado para que este libro no solo se lea, sino que se posea.
Que entierren nuestros huesos en la medianoche es, en última instancia, una elegía por las mujeres que alguna vez quisieron más: más libertad, más deseo, más cuerpo, más historia. Es también una advertencia: lo que no se dice, lo que no se permite, lo que se entierra… siempre encuentra una forma de regresar.
