Millás: entre la memoria, el fracaso y lo inevitable
Jonatan Frías
Juan José Millás (Valencia, 1946) es una figura esencial de la literatura hispanoanericana contemporánea. Durante más de cuarenta años de escritura ha combinado la novela, el relato, el ensayo y un periodismo muy personal. Con Ese imbécil va a escribir una novela (Alfaguara, 2025), Millás no sólo sigue explorando los hilos que le han sido familiares: memoria, identidad, realidad versus ficción, sino que los entrelaza con una reflexión profunda sobre el oficio de escribir y sobre el paso del tiempo.
En Ese imbécil va a escribir una novela, Millás plantea un narrador que comparte nombre con él; no sólo eso, también comparte oficio y acaso destino: un periodista/escritor al que se encarga hacer “un reportaje sobre lo que quiera”, que quizá podría ser su despedida como reportero. Esa premisa sirve de detonante para revisitar episodios de su pasado: la infancia, las amistades universitarias, la fragilidad de sus recuerdos, que se han vuelto confusos o están arteramente manipulados por la imaginación. Con estos materiales, el autor busca cerrar círculos: reconciliarse con lo que recuerda, revisarlo, recrearlo, para así poder aceptar su profunda fragilidad.
Los temas clásicos de Millás reaparecen: la identidad (¿quién es el yo que recuerda y quién el yo que escribe? ¿cuánto hay de ficción en lo vivido y cuánto de realidad en lo que se escrube?), la figura del doble, la frontera difusa entre lo real y lo imaginado, la memoria como construcción inestable. También la melancolía, el humor —a menudo suave e irónico—, la sensación de extrañeza ante lo cotidiano. En este libro, esa mezcla adquiere un relieve especial al confluir con la idea del “fracaso”: no sólo como tema literario sino como motor creativo: el fracaso de no poder encontrar un asunto lo suficientemente poderoso para hacer un reportaje.
Uno de los rasgos más reconocibles en la prosa de Millás es su estilo híbrido, donde lo ensayístico, lo reflexivo, lo boletinesco y lo confesional se mezclan sin costuras. En sus columnas, reportajes y novelas suele ponerse como narrador comprometido, deliberadamente imperfecto y dialoga con el lector como si lo arrastrara a contemplar lo extraño que hay en lo obvio. En Ese imbécil va a escribir una novela esta voz narrativa juega también con la metaliteratura: la preocupación por la escritura misma, por lo que implica escribir algo que se ve después, promocionarlo, pensar sobre su sentido. Asimismo, la novela parece estructurada como un círculo que busca cerrarse, aunque al final no quede claro si lo logra. Hay saltos temporales, episodios fragmentados, recuerdos borrosos que se funden o chocan, lo que exige del lector no nada más una lectura pasiva, sino una participación en reconstruir lo que pudo ser.
El aporte del Millás columnista es más que un acompañamiento o complemento de su actividad literaria: es parte sustancial de lo que lo hace escritor. Desde los años noventa ha colaborado habitualmente con El País, con columnas que aparecen con gran frecuencia; artículos, reportajes, en los que despliega muchas de las preocupaciones que después (o simultáneamente) encontramos en sus novelas. Esa forma de periodismo literario, no meramente informativo, sino que se pregunta, especula y se tambalea, le ha permitido moldear una voz distintiva.
Por ejemplo, en El País, Millás ha sabido usar la columna como un espacio breve pero intenso. Un aporte de ironía y de sorpresa ante lo cotidiano. Un espacio con libertad para jugar con el lenguaje, para detenerse en lo pequeño, en lo raro, en lo atípico, en lo que normalmente descartamos. Esa mirada atenta lo distancia de un periodismo meramente informativo y lo acerca a un periodismo existencial, ético, siempre consciente de que el lenguaje moldea la realidad y que contar no es sólo dar conocer ciertos datos, sino construir mundos y dotarlos de sentido. En cierto modo su periodismo es el laboratorio de su ficción.
En la radio, especialmente en A vivir que son dos días de la Cadena SER, Millás también tiene un espacio para este estilo. En la sección Las edades de Millás, por ejemplo, aporta una mirada introspectiva, curiosa, muchas veces filosófica, sobre la realidad y sus paradojas, con temas que van desde la vejez hasta lo que nos parece invisible. Esa radio le permite otro registro: voz hablada, movimiento del tiempo en vivo, la oralidad que acompaña al oyente, cierta proximidad distinta a la de la página escrita.
Éste libro reafirma algunas cosas esenciales en la obra de Juan José Millás, pero también las empuja un poco más allá. Ese imbécil va a escribir una novela no es una novela más en su enorme trayectoria. Aquí, como en La vida a ratos, refleja su capacidad de reasumir su propia vida, de mirar sus fantasmas y sus olvidos, de confrontar la idea de cierre sin melancolía amarga, sino con humor, con reconocimiento de sus límites y principalmente con curiosidad. También parece una novela que dialoga con lo que ha sido su vida dispersa en columnas, en fragmentos, en periodismo y sobre todo, en literatura: una obra final que es al mismo tiempo testimonio y ficción, que invita al lector a preguntarse sobre lo que recuerda, lo que inventa, lo que olvida y lo que quizá nunca ocurrió. En ese sentido, Millás no nada más escribe para dejar algo atrás, sino para escarbar, para entender, para prolongar la vida emocional que viene con su escritura.
Juan José Millás ha hecho de la falta de certezas, de la ambigüedad de la memoria, del humor como antídoto contra la muerte, de la escritura como oficio cuestionado, no defectos, sino instrumentos vitales. Ese imbécil va a escribir una novela lo confirma como un autor que no se conforma con contar, él quiere indagar. Su periodismo le da disciplina, contacto con lo contemporáneo, con lo mundano; su literatura le da alas para llevar esos materiales hacia lo universal: al terreno de lo íntimo. En tiempos en que lo real parece inundado de certezas simplistas, Millás nos recuerda que es justo la duda, el desasosiego, lo incierto, lo que mueve hacia lo profundo. Escribir para no dejar de sentir, para seguir extrañándose, para aproximar sentido sin pretender definiciones absolutas.

