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Memoria bajo asedio: dos geografías donde recordar ha sido un crimen

Memoria bajo asedio: dos geografías donde recordar ha sido un crimen

Por Alejandra Gotóo

 

La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido.
Milan Kundera

A lo largo de la historia moderna, más que una ausencia de conocimiento, la ignorancia ha sido una fuerza activa, cuidadosamente cultivada, manipulada estratégicamente para sostener regímenes autoritarios, justificar la violencia y moldear los relatos colectivos. En los conflictos de Bosnia y Ucrania, esta ignorancia no sólo acompaña la violencia, sino que la alimenta y la posibilita. 

Recordar, saber y cuestionar se han convertido en actos subversivos en contextos donde el poder prospera en la ignorancia generalizada.

Bosnia: la ignorancia como arma étnica

Quien controla el pasado controla el futuro. Quien controla el presente controla el pasado.
George Orwell

Durante la guerra de Bosnia y Herzegovina (1992-1995), el conocimiento dejó de ser una herramienta de entendimiento para convertirse en blanco de ataque. El conflicto —uno de los más sangrientos en Europa desde la Segunda Guerra Mundial— no sólo se libró con armas, sino con palabras, omisiones y narrativas construidas. La antigua Yugoslavia se fragmentaba, y con ella se fracturaban identidades que durante décadas habían convivido.

La ignorancia, en este contexto, se cultivó como una herramienta política que distorsionó la percepción de la realidad y profundizó las divisiones étnicas. Los años previos a la guerra estuvieron marcados por una convivencia relativamente pacífica entre musulmanes bosnios, croatas y serbios, pero durante el conflicto, las identidades fueron construidas y reforzadas de manera artificial, sobre todo a través de la propaganda y la manipulación mediática.

Los medios de comunicación estatales, los discursos políticos y hasta los programas escolares se dedicaron a simplificar la historia, presentando a “los otros” como enemigos irreconciliables. Las narrativas de odio se instalaron como la única forma legítima de ver al “otro”, borrando décadas de convivencia y entendimiento mutuo. En ese sentido, la ignorancia no fue solo una ausencia de conocimiento, sino un medio para movilizar las masas. Olvidar las historias compartidas, distorsionar los hechos y omitir la complejidad de la historia de la región fueron estrategias deliberadas para fortalecer el poder y legitimar la violencia. La identidad nacional se absolutizó y dejó fuera cualquier matiz.

La masacre de Srebrenica es un ejemplo claro de cómo la ignorancia puede ser utilizada como una herramienta de exterminio. Más de ocho mil hombres y niños bosnios musulmanes fueron ejecutados por fuerzas serbias de Bosnia. Aunque el Tribunal Penal Internacional reconoció este acto como genocidio, aún hoy hay sectores que niegan su existencia o minimizan su gravedad. El no reconocimiento de la gravedad de este suceso, junto con el intento de borrar la memoria colectiva de las víctimas, es una forma de ignorancia persistente que sigue amenazando la reconciliación en la región. 

La ignorancia no desaparece con la firma de un acuerdo de paz. Permanece en los libros de texto que no nombran las víctimas, en las calles donde se honra a criminales de guerra, en los silencios familiares que prefieren no recordar. 

Lectura recomendada 

El diario de Zlata (Zlata’s Diary. Penguin, 2006) es una memoria conmovedora escrita por una niña de once años durante el sitio de Sarajevo. Su mirada lúcida, cotidiana y valiente muestra que incluso en medio del horror, los ojos de una niña pueden ver lo que muchos adultos no quieren mirar.

En Fools Rush In (Doubleday, 2004), Bill Carter narra su paso por la Sarajevo sitiada. Ahí, entre orfanatos y conciertos improvisados descubrió que el arte podía ser una trinchera poderosa contra la guerra. Su historia es un homenaje a la creatividad en medio del asedio más largo de la historia moderna. 

Ucrania: algoritmos, propaganda y desinformación digital

El olvido no es la ausencia de memoria, sino la imposición de una memoria ajena.
Tzvetan Todorov

La guerra en Ucrania, que comenzó en 2014 con la anexión de Crimea y alcanzó su punto culminante con la invasión rusa en 2022, es un conflicto donde las fronteras entre la información, la desinformación y la guerra se han desdibujado. En la era digital, los conflictos no sólo se libran en los campos de batalla, sino también en las redes sociales, en los hilos de Twitter / X, en los videos virales de TikTok y en los comentarios de YouTube. La ignorancia se construye con discursos oficiales, sí, pero también a través de algoritmos invisibles que determinan qué información consumimos.

Si en Bosnia la ignorancia se construyó a través de manuales escolares, discursos políticos y medios estatales, en Ucrania ha mutado de forma: la manipulación depende de imprentas y altavoces oficiales, y, además, circula a la velocidad de un clic. La lógica es la misma —distorsionar para dominar—, pero el campo de batalla se ha desplazado del papel y la plaza pública a la pantalla y el algoritmo.

Los algoritmos —esas fórmulas invisibles que filtran lo que vemos en pantalla— amplifican contenidos polarizantes, premiando lo emotivo sobre lo verdadero. La desinformación no necesita imponer una narrativa única, como ocurría en regímenes del siglo xx; basta con sembrar confusión. Si nadie está seguro de lo que ocurre, pocos actúan.

Durante el conflicto, se han compartido imágenes falsas, videos sacados de contexto, noticias manipuladas y teorías conspirativas. La ignorancia ya no es sólo falta de información: es exceso de ruido. El objetivo no es convencer, sino saturar.

Al igual que en Bosnia, el saber sigue siendo incómodo. Pero ahora, la ignorancia no es un vacío, sino un laberinto. No se trata de no saber, sino de ya no saber qué creer. En este intercambio bélico, la verdad se convierte en botín: se disputa, se esconde, se reinventa y termina por difuminarse.

Lectura recomendada

La fábrica de la ignorancia. La universidad del “como si” (Akal, 2009) de José Carlos Bermejo Barrera. Un ensayo mordaz que revela cómo las universidades contemporáneas, atrapadas en métricas y apariencias, producen ignorancia en lugar de conocimiento. Un llamado urgente a recuperar el pensamiento crítico.

Checoslovaquia: el olvido como política de Estado

No hay peor soledad que la de estar rodeado de certezas falsas.
Piedad Bonnett

Entre estos escenarios bélicos, la obra de Milan Kundera aporta una dimensión íntima y profundamente humana. El conocimiento como amenaza no se limita al frente de batalla. Este exiliado checo denunció en su obra la forma en que los regímenes totalitarios deforman la memoria. En novelas como La broma (1967), El libro de la risa y el olvido (1979) y especialmente en La ignorancia (2000), Kundera explora el exilio no sólo como una experiencia geográfica, sino como un desplazamiento de la memoria colectiva. El regreso a la patria se convierte en una confrontación con lo que se ha borrado.

En la Checoslovaquia comunista, bastaba con recordar lo incorrecto —una historia no oficial, una fotografía incómoda, un autor prohibido— para volverse sospechoso. No era necesario mentir: bastaba con eliminar lo incómodo. Así, el conocimiento se convierte en una amenaza latente, y la ignorancia, en una forma de obediencia.

Kundera nos recuerda que a veces la ignorancia no es ausencia de conocimiento, sino defensa ante él. Saber demasiado puede convertirnos en extraños. Y en contextos de represión, elegir no saber se vuelve una forma de sobrevivir.

Lectura recomendada

La ignorancia (Tusquets, 2008) de Milan Kundera, en la que explora el exilio, la memoria colectiva y la historia no oficial. Esta obra profundiza en la dificultad de regresar a un país que ha reescrito su propia historia.

Ver, saber, callar

El problema de la ignorancia es que no se reconoce como tal: se siente autosuficiente.
Rosario Castellanos

Los paralelismos entre Bosnia, Ucrania y la Checoslovaquia de Kundera revelan un patrón común: en estos contextos de guerra y represión, el conocimiento se convierte en un enemigo. Saber demasiado puede ser peligroso; cuestionar la versión oficial se interpreta como disidencia. Así, la ignorancia estructural se transforma en una herramienta de poder, que permite gobernar sin ser cuestionado, olvidar sin consecuencias y repetir sin aprender.

En estos casos, más que ausencia de conocimiento, la ignorancia se vuelve una construcción activa. Es un mecanismo diseñado para que los sistemas autoritarios y las fuerzas de guerra mantengan el control. Como señala Milan Kundera, a veces la ignorancia no es simplemente una falta de saber, sino una defensa frente a la verdad. Enfrentados a esta maquinaria del olvido, cabe preguntarnos: ¿somos capaces de sostener la memoria como acto de resistencia? O, poco a poco, ¿el eco de lo que sabemos se apagará hasta confundirse con el silencio?

En La historia interminable (1979), Michael Ende describe la “nada” como una fuerza imparable que consume todo a su paso, un vacío que se extiende silenciosamente hasta despojar de significado lo conocido. Esta “nada” no es la ausencia de algo, sino la pérdida misma de sentido e identidad. De manera similar, en nuestros propios contextos de ignorancia cultivada y olvido, la memoria enfrenta un riesgo semejante. La ignorancia no es simplemente la falta de conocimiento; es la fuerza que despoja a los hechos de su contexto, a la historia de su significado y a nuestra identidad de su sustancia, como la “nada” que borra a los habitantes de Fantasía. Resistir esta “nada” no sólo implica recordar, sino reclamar lo que pertenece a la memoria colectiva: el derecho a cuestionar, a saber y a entender. Porque cada olvido es un paso más hacia la desaparición de lo que aún nos pertenece.+