Select Page

“Marqués. Reescribiendo mi destino”, de Verónica Biagi

“Marqués. Reescribiendo mi destino”, de Verónica Biagi

Introducción

Nada. Absolutamente nada. Eso es lo que llegó a mi mente después de cortar ese primer mechón de cabello.

¿Por qué lo estoy haciendo? ¿Por qué estoy cortando esta cabellera larga, lacia y perfecta? Yo no creo que sea perfecta. Al contrario, provoca en mí una sensación de asco. Siento repulsión de la niña que soy, más bien, que era. Mientras más corto mi pelo, más me pregunto: ¿será este el principio de mi vida?

No crean que siempre he sido una sombría chica de dieciocho años. Al contrario, normalmente soy feliz y sonriente. Una ilusa obediente que le decía que sí a los demás por el simple hecho de quedar bien. Exactamente, yo era una niña buena.

Desde que nací, era el cliché de las niñas buenas. Callada cuando debía, atenta en clases todo el día y exigente conmigo. Aunque no me dejaban salir de fiesta o llegar después de las diez, yo estaba bien con eso. Estaba atrapada en una burbuja que no sabía que existía y que un día estallaría arrastrando todo a su paso.

¡Zas! Veo mis mechones negros caer con el sonido de las tijeras.

Creo que me siento más yo. Como si ese cabello contuviera quinientos kilos de peso muerto de los que el día de hoy me estoy liberando. La sangre sonroja mis mejillas. ¡Por fin! Algo de adrenalina en mi pálido cuerpo. Mis ojos miel se concentran en el espejo mientras que mi nariz diminuta apenas sostiene el suficiente aire para respirar.

¡Toc, toc! ¡Toc, toc! Se escuchan golpes en la puerta del baño.

¡Ay, no! Creo que ya me encontraron.

—¡Ya voy!

Ahora giro hacia el baño de mármol blanco donde estoy encerrada; este sitio elegante, con un espejo renacentista arriba del lavamanos y dos inodoros que acaparé en esta travesura.

—Ana, ¿estás ahí?

Miro los restos de pelo regados sobre la repisa y empiezo a recogerlos a la velocidad del rayo. Están por todos lados. ¡¿En qué momento se me ocurrió hacer esto?! De eso no me acuerdo. Lo único que sé ahora es que tengo pocos minutos para dejar el baño reluciente e irme de aquí.

—Sí, madrina. Ahora salgo.Me dirijo al dispensador, tomo una toalla de papel, la mojo y comienzo a limpiar con rapidez.

—¿Todo bien? No sabíamos dónde estabas. Hay varias personas esperando para saludarte.

—Sí. Ahí voy.

No puedo tardar mucho más. Tengo poco tiempo para evitar sospechas.

—Okey. Te espero aquí. No voy a ir a ningún lado.

Sacudo los últimos restos de evidencia y aviento las tijeras que robé a la basura.

Mi pecho se siente agitado. Mi corazón late con fuerza.

¡Listo! Lo lograste, Ana.

Doy un hondo suspiro hasta que me encuentro con mi reflejo en el espejo. ¡Wow! Me veo como otra persona. Mi cabello, ahora imperfecto, cae hasta la altura de mis hombros y mi nuevo fleco cubre gran parte de la frente. Meneo las puntas rebeldes que sorprendentemente quedaron perfectas.

¡Está hermoso! La primera cosa que me emociona en días.

¡Toc, toc! ¡Toc, toc! Se vuelven a escuchar golpes en la puerta.

—¡Ana!

—¡Dije que ya voy! —expreso mientras me acomodo por última vez ese molesto vestido negro que contornea mi cuerpo. ¡Chin…! ¡Cómo lo odio!

Finalmente quito el seguro y abro la puerta.

En ese momento una mujer de cabellos teñidos y curvas pronunciadas me espera con los brazos cruzados: mi madrina. También lleva un vestido negro y se acerca hacia mí para quedarse viendo mi nuevo corte de cabello.

¡Oh, oh! Claro que se dio cuenta, Ana.

—Vamos. Te están esperando.

Mi madrina no dice nada más. Solo da media vuelta y me guía a través de ese imponente lugar; esa fría capilla de donde quiero escapar.

Un escalofrío recorre mi cuerpo, lo puedo sentir de pies a cabeza. Me confunde saber si viene acompañado de emoción, tristeza o nostalgia. Lo único que sé es que algo en mí ha cambiado. Y aunque camino al lado de mi madrina, ella no lo nota, la vieja Ana ha muerto.+