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Mario Meléndez: la soledad del mago

Mario Meléndez: la soledad del mago

Por Jorge Fernández Granados 

Mario Meléndez nos ofrece en este libro uno de los mejores regalos para el lector interesado en la poesía latinoamericana de nuestros días: una antología personal en la que revisa y resume sus títulos publicados hasta la fecha ―entre ellos Vuelo subterráneo, El circo de papel, La muerte tiene los días contados, Esperando a Perec y Jardín de escombros. Bajo la mano y el criterio del propio Meléndez, en El mago de la soledad (Círculo de Poesía, 2024), podemos incursionar en este itinerario de cada uno de sus títulos, entre los cuales nos esperan numerosos poemas inolvidables.

El autor es un viajero inclasificable. Su lugar de origen (Linares, Chile, 1971) marca sólo un punto de partida para registrar la distancia que el horizonte de su vida ha recorrido. Buena parte de su residencia se ha desarrollado en México, Italia, varios países de Latinoamérica y, actualmente, su país natal. Entre ese vasto ámbito de experiencias y también —cabe suponer por sus agudas observaciones de corte social— por sus estudios profesionales de periodismo, se ha alimentado la temática de su poesía. 

Su poesía habla, de un modo lentamente decantado, de esa travesía entre los hemisferios y las personas, entre las lecturas y las historias. Poesía de la observación y la empatía, del conocimiento profundo del prójimo y de la emoción latente que se revela en los hechos inquietantes, en los contrastes culturales, en los misterios de las costumbres, en la evidencia permanente de la finitud y la ironía de la vida misma que, por cotidiana, no deja de ser extraña y eterna.

Meléndez es un inteligente y genuino heredero de la poesía de Chile. Particularmente de la antipoesía que proviene de Nicanor Parra y del surrealismo. Sus imágenes son fuertes, inesperadas y originales. Desde el principio, pero sobre todo en sus últimos libros, estas imágenes poéticas, así como numerosas metáforas o alegorías, suelen ser intrépidas, incluso desconcertantes. Algunos ejemplos: “ahora que Dios sólo pinta grafitis / en las tumbas de los niños muertos”, “El jazz es una brújula para aquellos eternautas / que vuelven a casa”, “Sólo la muerte almuerza de pie / dice el abuelo mientras se cuelga / de una soga sideral” o “Los gatos no leen a Pessoa / tiene más vidas que nosotros / dicen”.

No obstante, en sus libros, sobre todo los más recientes, la estrategia discursiva es progresivamente distante ya de aquellos precursores de su poderosa tradición. Aunque se escuchan algunos ecos bien asimilados, creo que su gesto esencial es la duda lúcida que ya no entra de lleno en las aguas de la fe creacionista, ni surrealista ni expresionista ni cualquiera de tantas taxonomías de la nomenclatura de las vanguardias.

Tal vez los dos temas que con mayor insistencia reaparecen en esta poesía son la muerte y Dios. A la primera le dedica un libro (La muerte tiene los días contados), en el cual la muerte es no sólo una alegoría sino una presencia física que acompaña, camina, bromea, discute, come y bebe con nosotros todo el tiempo. El segundo es un tema más sutil; pero asimismo recurrente en un arcoíris de alusiones que, interrogantes, recorren toda su obra.

Por cierto, vamos a encontrar por aquí y por allá en este libro guiños, homenajes, remedos lúdicos y paráfrasis divertidas de poetas y escritores como Dante, Shakespeare, Rimbaud, Verlaine, Pessoa, Huidobro, Vallejo, e igualmente de pintores y artistas como El Bosco, Miguel Ángel, Van Gogh, Picasso y hasta músicos de jazz como Miles Davis, Thelonious Monk, Ray Charles, entre otros. Ninguna lectura o experiencia parece imposible en esta olla común (en alusión a las ollas de los comedores comunitarios donde la gente, en épocas de crisis ―en particular durante la dictadura en Chile― aporta diversos tipos de ingredientes para cocinarlos) “llena de peces y colores” de la imaginación, diría Meléndez.

Si tuviera que resumir esta travesía diría que es un itinerario entre el amor y la finitud de la realidad. Que ninguno de los dos es cierto del todo. Que a fin de cuentas somos esos viajeros que sólo apuntan sus testimonios y sus dudas entre estas dos inseparables fuerzas. Y el poeta Mario Meléndez acaso apuesta por una cosa finalmente: la brújula del corazón, ya que con el corazón se enfrasca en lo vivido y se desencuentra, con el corazón se desencuentra del mundo y se reencuentra con él, con el corazón escribe desde la memoria y acaso, a través de él, a su manera sarcástica, también se salva.

En fin, a manera de un sueño desbocado, de una delirante o carnavalesca procesión de personajes o episodios de la literatura y de la historia, la poesía de Meléndez es un permanente espectáculo de la imaginación. En ella lo más disímbolo es natural y lo menos pensado puede aparecer. Es como si, al escribir, todo lo leído, todo lo vivido y lo soñado por él se transfiguraran en un circo o en un zoológico personal. Y, como lo que emerge de pronto de la chistera de este solitario mago, la sucesión de aquello sorprende, intriga y finalmente arranca el desconcierto o el aplauso silencioso del lector.+

Jorge Fernández Granados es poeta y ensayista. Con Materia oscura acaba de obtener el V Premio Internacional de Poesía de Fuente Vaqueros, Granada, El duende, ¿dónde está el duende?, 2025