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+Lecturas: Entrevista a Leonardo Teja por el libro Lecciones de nado para naufragios recurrentes

+Lecturas: Entrevista a Leonardo Teja por el libro  Lecciones de nado para naufragios recurrentes

Aprender a nadar puede ser un gesto práctico, casi trivial. En Lecciones de nado para naufragios recurrentes, Leonardo Teja convierte ese acto en una pregunta existencial. ¿Qué se hace cuando todo lo que sostenía una vida empieza a hundirse al mismo tiempo? La novela sigue a un hombre que, mientras se prepara para la muerte inminente de su padre y observa cómo su relación sentimental se resquebraja, decide tomar clases de natación. No como promesa de salvación, sino como una forma de permanecer.

La pérdida, aquí, no irrumpe de manera súbita: se instala. Atraviesa el cuerpo, el lenguaje y la percepción del mundo. Teja no escribe una historia de superación ni un relato edificante, sino una exploración minuciosa del colapso en curso, de ese momento en que todavía no se toca fondo, pero ya no es posible seguir en pie. Aprender a nadar, en ese contexto, no implica escapar del naufragio, sino aceptar su recurrencia y moverse dentro de él.

“Entonces era yo, volando, desprovisto de plumas, buscándome en el reflejo”, escribe Teja, y esa imagen resume buena parte del espíritu de la novela: verse caer, verse intentar, verse fracasar. El reflejo —intermitente, condicionado por la luz exterior— no garantiza identidad ni estabilidad. Apenas permite reconocerse por instantes, como esos pájaros que, confundidos por el vidrio, se estrellan contra ventanas impecables.

En conversación con +Lecturas, Francisco Goñi dialoga con Leonardo Teja sobre esta novela que parece moverse en una frontera difusa entre lo real y lo onírico, lo íntimo y lo absurdo. “Me interesaba pensar el duelo no como una línea que se cruza, sino como una marea”, dice el autor. “Una marea que vuelve una y otra vez, incluso cuando creemos haber aprendido a nadar”.

El protagonista trabaja en una empresa dedicada al alternativismo, un detalle que no es menor: vive rodeado de bifurcaciones, de posibles futuros que prometen cambiarlo todo y que, sin embargo, no garantizan nada. Esa lógica se traslada a Estetitanic, el espacio central de la novela: un barco que no es barco, que no navega ni se hunde, pero donde todos parecen estar a punto de perder algo esencial. En ese escenario —a medio camino entre una terapia colectiva y un experimento narrativo— los personajes flotan entre albercas literales y aguas metafóricas, entre ejercicios de supervivencia y una aceptación casi hipnótica del desastre.

Las referencias que atraviesan el libro no funcionan como guiños eruditos, sino como ecos. Hay algo de la inquietud de David Lynch, del extrañamiento lógico de Lewis Carroll, del humor introspectivo de Mario Levrero, de la sensualidad perturbadora de Marosa di Giorgio, del clima ominoso de Shirley Jackson y de la violencia emocional de Yorgos Lanthimos. Pero el resultado es profundamente personal: un surrealismo nítido, doméstico, que nace de observar con atención cómo se resquebrajan los vínculos.

Si en Esta noche, el Gran Terremoto, su primera novela, Teja exploraba la espera y la anticipación de la catástrofe, aquí el foco se desplaza hacia el instante exacto del colapso. No el después, no la reconstrucción, sino ese segundo suspendido en el que todo se rompe y todavía no sabemos cómo respirar. “Quería escribir desde ahí”, explica Teja. “Desde el momento en que uno entiende que ya está en el agua, aunque aún no sepa nadar”.

El duelo atraviesa el libro como una fuerza silenciosa. El padre que decide morir introduce una orfandad parcial, ambigua, que no termina de asentarse. La relación amorosa, por su parte, se erosiona sin estridencias, como si el desgaste fuera parte natural del paisaje. No hay grandes gestos melodramáticos, sino una acumulación de escenas que revelan la fragilidad de lo cotidiano.

Leonardo Teja (Ciudad de México, 1988) ha construido una obra coherente en torno a la catástrofe como experiencia emocional. Narrador formado en Letras Hispánicas por la UAM Iztapalapa y maestro en Estudios del Discurso por la Universidad Pompeu Fabra, ha sido becario de la Fundación para las Letras Mexicanas y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Su prosa, precisa y flexible, no busca explicar el mundo, sino reproducir una forma de sentirlo.

La crítica ya había señalado, a propósito de su primera novela, esa capacidad para capturar la urgencia ante el desastre. La Tempestad habló entonces de “un artefacto narrativo que reproduce una forma de sentir: la urgencia ante la catástrofe”. En Lecciones de nado para naufragios recurrentes, esa urgencia se transforma en método: aprender a moverse en el agua sin la promesa de llegar a tierra firme.

Leer a Teja es aceptar que no siempre hay salida, pero que incluso en el hundimiento es posible encontrar un ritmo, una respiración, una manera —precaria, insistente— de seguir a flote.