La sombra en los laureles
Por Herles Velasco
La imagen del poeta, a menudo envuelta en un aura de inspiración sublime y camaradería armoniosa, tiende a idealizar tanto al creador como a su entorno. Sin embargo, el mundo literario, como cualquier esfera de la actividad humana, está plagado de dinámicas interpersonales complejas y, con frecuencia, oscuras. Nos adentraremos en algunas representaciones de la amistad y las relaciones personales menos luminosas, al examinar cómo la traición, la envidia, el abuso emocional y las enemistades acérrimas han encontrado expresión en el verso y han marcado la vida de los poetas a través de diversas épocas y movimientos.
La poesía, con su capacidad para condensar la emoción y la experiencia, ha servido a menudo como un campo de batalla o un confesionario para las relaciones humanas fallidas. Los temas de la envidia, la traición, la ira reprimida y la venganza no son ajenos al canon poético, y se manifiestan tanto en confrontaciones directas como a través de un potente lenguaje simbólico.
Numerosos poemas abordan de manera explícita la angustia derivada de las relaciones llamadas tóxicas. La poesía se convierte en el vehículo para expresar heridas, como lo demuestran diversas reflexiones poéticas y aforísticas que detallan sus múltiples formas y que derivan en la dolorosa constatación de que “es más fácil perdonar a un enemigo que a un amigo”, citando a William Blake.
La envidia, por ejemplo, esa “tristeza por el bien ajeno”, encuentra una poderosa personificación en la poesía. Sobran ejemplos que exploran este vicio, basta hacer referencia a la histórica animosidad entre Pablo Neruda y Vicente Huidobro, para demostrar cómo la envidia literaria puede permear la creación poética misma.
La ira reprimida como elemento corrosivo en una relación es magistralmente explorada en “A Poison Tree” de William Blake. El poema detalla meticulosamente cómo la ira no expresada hacia un “enemigo” se cultiva con “sonrisas y suaves artimañas engañosas”, y crece hasta convertirse en un árbol que da un fruto venenoso y mortal. Esta alegoría ilustra cómo los agravios silenciados y la malicia oculta pueden envenenar una relación hasta destruirla. El acto de nombrar y diseccionar estas emociones tóxicas en la poesía puede interpretarse como una forma de que el poeta reclame una cierta agencia, así transforma el sufrimiento pasivo en una articulación activa y, por ende, en una forma de poder.
Pero, más allá de las declaraciones directas, la poesía a menudo emplea un rico lenguaje simbólico para explorar las profundidades de las relaciones disfuncionales y el daño psicológico que infligen: el espejo roto emerge como un símbolo potente de la identidad fracturada, la inocencia perdida o la realidad distorsionada dentro de una relación tóxica. Obras como “The Lady of Shalott” de Alfred Lord Tennyson, en la que el espejo se quiebra en el momento en que la protagonista confronta la realidad directa, o la película de Ingmar Bergman —quién puede negar lo poético en Bergman— “Como en un espejo”, en la que la realidad misma parece agrietarse para sus personajes, utilizan este motivo para significar una crisis en la autopercepción o el colapso de un mundo relacional. La rotura del espejo no es meramente un evento físico, sino la manifestación externa de una desintegración interna.
La poesía confesional, con autoras como Sylvia Plath y Anne Sexton, expuso con una crudeza sin precedentes las realidades de relaciones abusivas y enfermedades mentales, desdibujando la línea entre experiencia personal y creación poética. El poema “Herr Doktor” de María Ovelar se conecta con esta tradición, pues sugiere cómo presiones externas pueden exacerbar la turbulencia interna. Al sacar a la luz lo privado y vergonzoso, este género desafía las normas sociales que ocultan la disfunción. Explora no sólo la toxicidad interpersonal, sino también la presión por mantener una fachada de normalidad que, a su vez, agrava el sufrimiento.
El universo poético no se limita a reflejar la toxicidad en sus temas, sino que también ha sido escenario de notables enemistades y relaciones agriadas entre sus practicantes.
La rivalidad entre Quevedo y Góngora en el Siglo de Oro es un emblema de la animosidad literaria. Sus estilos opuestos —el conciso conceptismo de Quevedo frente al elaborado culteranismo de Góngora— alimentaron virulentos ataques personales. Por ejemplo, Quevedo usó la poesía para aludir a la dudosa pureza de sangre de su rival en versos satíricos que circulaban públicamente. Este enfrentamiento demuestra cómo las disputas intelectuales pueden derivar en ataques ad hominem y, de ese modo, transformar la poesía en un arma de difamación y la esfera literaria en una arena para destruir reputaciones. En este punto valdría la pena recomendar la Breve antología de poesía mexicana impúdica, procaz, satírica y burlesca (Océano exprés, 2015), de Juan Domingo Argüelles, que explora el ejercicio de la poesía satírica en este país.
La célebre y trágica relación entre Paul Verlaine y Arthur Rimbaud estuvo marcada por una intensidad arrolladora, el consumo de opiáceos y una espiral de violencia que culminó en julio de 1873, cuando Verlaine, ebrio, disparó a Rimbaud en la muñeca. Este acto llevó a Verlaine a prisión y puso fin a su vínculo. Paradójicamente, esta destructiva pasión fue un catalizador para algunas de sus obras más significativas, como Romances sans paroles (Verlaine) e Illuminations y Une saison en enfer (Rimbaud). Juntos forjaron una “nueva estética” que les valió el epíteto de poètes maudits (poetas malditos). El mito de Verlaine y Rimbaud subraya la fascinación cultural por la figura del genio autodestructivo, romantizando la toxicidad como un posible prerrequisito para la creación artística.
La envidia y la competencia pueden envenenar las relaciones incluso entre los más grandes talentos. La rivalidad entre el chileno Vicente Huidobro, padre del creacionismo, y un joven Pablo Neruda es un caso ilustrativo. Huidobro acusó a Neruda de plagiar a Rabindranath Tagore en sus Veinte poemas de amor y una canción desesperada. Aunque Neruda, años más tarde y ya consagrado, se refirió con cierta displicencia a la “espectacular guerra de tinta” de Huidobro, el episodio revela cómo la envidia puede manifestarse como una campaña activa de detracción en campos artísticos altamente competitivos, donde el éxito ajeno se percibe como una amenaza directa.
La dinámica entre las poetas confesionales Anne Sexton y Sylvia Plath fue compleja y tóxica, marcada por una amistad competitiva. Ambas, pioneras en explorar temas íntimos, forjaron un lazo de apoyo y conflicto a la vez. La crítica Diane Hume George describe su relación como una “competencia entre suicidios”, y sugiere que el trauma y la ambición compartidos crearon una “empatía tóxica”, en la que sus identidades y sufrimientos se confundían y medían mutuamente.
La historia literaria está repleta de otras enemistades que, aunque variadas en sus causas y manifestaciones, subrayan la omnipresencia de estos conflictos. La relación entre Miguel de Cervantes y Lope de Vega estuvo marcada más por el desdén de Lope —una figura mucho más popular en su tiempo— hacia un Cervantes que luchaba por el reconocimiento. Lope llegó a decir: “¡Nadie es tan necio que admire a Miguel de Cervantes!”, mientras Cervantes era a menudo objeto de burlas por su pobreza.
Dentro de la Generación del 27, la relación entre Rafael Alberti y Federico García Lorca tuvo sus tensiones, con Alberti burlándose de Lorca en cartas privadas, llamándolo “Federica”, y un distanciamiento final debido a desacuerdos políticos. Incluso figuras de la talla de Ernest Hemingway y William Faulkner, aunque generalmente se respetaban, intercambiaron críticas públicas sobre sus estilos y supuesta valentía. Faulkner afirmó que Hemingway “no tenía coraje”, mientras que Hemingway replicó que la obra reciente de Faulkner no era “más que prosa etílica”.
Estas disputas, incluso aquellas que parecen centrarse en asuntos personales, ocurren en un contexto de intensa competencia profesional y escrutinio público.
Las manifestaciones de toxicidad en el mundo poético, ya sea en los versos o en las vidas de los poetas, no surgen en el vacío. A menudo están alimentadas por complejas corrientes psicológicas, dinámicas de poder y presiones sociales. Esos aspectos no reconocidos o reprimidos de la personalidad, pueden ofrecer una clave para entender algunas de estas dinámicas.
Las dinámicas de poder son otro factor crucial. Las críticas feministas a la literatura y a la historia literaria han sido fundamentales para sacar a la luz estas dinámicas. La obra de Adrienne Rich, especialmente su colección Diving into the Wreck (W. W. Norton & Company, 2013), es un ejemplo de poesía que explora las estructuras patriarcales y la búsqueda de una autodefinición femenina. Su trabajo busca recuperar verdades oscurecidas por “el libro de los mitos”, es decir, las narrativas patriarcales dominantes.
Reconocer esta Sombra no disminuye los logros artísticos de los poetas. Las figuras icónicas de la poesía, con todas sus contradicciones y defectos, emergen no como semidioses etéreos, sino como seres humanos que lucharon con las mismas vulnerabilidades y pasiones oscuras que afligen a la humanidad en general. Esta humanización, paradójicamente, puede acercar al lector a la obra, al revelar al individuo falible detrás del genio.
La persistente fascinación por estas historias de discordia sugiere que cumplen una función social. Estas narrativas resuenan porque se conectan con experiencias universales de dolor relacional y la difícil verdad de que los vínculos humanos pueden ser tanto fuente de alegría como de profundo sufrimiento.
El acto mismo de los poetas de transmutar estas experiencias negativas en arte es un testimonio de la resiliencia del espíritu creativo. Sin olvidar que toda historia en una relación tiene, por lo menos, dos maneras de contarse. Así, la poesía se convierte, pues, en un medio para confrontar, interrogar y, quizás, trascender el dolor. En su capacidad para abarcar la totalidad de la experiencia humana, la poesía no rehúye la oscuridad, sino que la ilumina, y ofrece no siempre consuelo, pero sí una profunda y perdurable resonancia.+
Herles Velasco. Autor de los libros de poemas y de artista Llegar a ser vacío y Guía incompleta de la insuficiencia, publicados por la editorial Piso Tres. Ha colaborado en diferentes revistas y medios de México y España. Coordina el área de comunicación social en Fundación unam y fundó la Escuela de Escritores de México. Su más reciente libro de poesía es Eventos Luminosos Transitorios (2024).


