Jane Goodall, la mujer que escuchó a la selva, muere a los 91 años
Jane Goodall no fue solo una científica: fue un puente entre dos mundos que parecían irreconciliables, el de los humanos y el de los animales. Este 1 de octubre, a los 91 años, la naturalista británica falleció por causas naturales mientras cumplía con lo que siempre hizo mejor: compartir su voz en una gira de conferencias en California.
Su nombre quedó escrito en la historia en 1960, cuando una joven de apenas 26 años llegó al Parque Nacional de Gombe, en Tanzania, con un cuaderno en blanco y una curiosidad sin límites. A diferencia de muchos de sus colegas, Goodall no llevaba la carga de la academia; llevaba, en cambio, una mirada fresca, capaz de sorprenderse ante lo evidente: que los chimpancés usaban herramientas, que cada uno tenía personalidad, que el afecto, la violencia, la ternura y el dolor también habitaban en su mundo. Con esas observaciones, cambió para siempre la forma en que comprendemos a los animales y, con ello, la manera en que nos entendemos como especie.
Goodall se convirtió en símbolo de una ciencia hecha con paciencia y ternura, de esas que requieren horas de silencio en la selva para escuchar lo que la vida susurra. Pero no se quedó en el terreno de la investigación. Consciente de las amenazas que pesaban sobre la naturaleza, fundó en 1977 el Instituto Jane Goodall, una red global dedicada a la conservación y a la educación ambiental. Más tarde, creó el programa Roots & Shoots, con el que movilizó a miles de jóvenes en todo el mundo para cuidar su entorno con pequeñas acciones locales.
Su voz, suave y firme, se transformó en una de las más influyentes del ambientalismo contemporáneo. Habló de la deforestación, del cambio climático, de la extinción de especies, siempre con un mensaje que evitaba el catastrofismo: “Hay esperanza, pero depende de lo que hagamos hoy”, repetía en auditorios y foros internacionales.
La vida de Jane Goodall fue una invitación constante a mirar más allá de nosotros mismos. En cada chimpancé veía un espejo; en cada bosque talado, una herida común. Para muchos será recordada como la primatóloga que revolucionó la ciencia, para otros como la activista que recorrió el planeta pidiendo un cambio. Pero, sobre todo, quedará la certeza de que dedicó su existencia a recordarnos algo esencial: la naturaleza no es un escenario que habitamos, es la casa que compartimos.
En ese eco, en ese murmullo de ramas y selvas que aún resisten, Jane Goodall seguirá viva.