El jardín no olvida. Una conversación con Gilma Luque

El jardín no olvida. Una conversación con Gilma Luque

Por Fernando Sanabrais

La escritora Gilma Luque ha sabido entrelazar lo simbólico con lo íntimo, y ha construido un espacio literario donde el jardín y la identidad florecen como metáforas poderosas en su más reciente obra, El hombre en el jardín, publicada este año por Hachette Literatura, con la cual obtuvo en 2023 el prestigioso Premio Internacional de Novela Breve Rosario Castellanos.

Luque retoma la tradición de las escritoras que han hecho del espacio doméstico una geografía simbólica y la lleva hacia una reflexión más honda: el jardín como conciencia. No hay aquí simple descripción, sino desposesión: la palabra se desnuda, se deja fecundar por el silencio y, en ese vacío, brota la revelación. La literatura, decía yo alguna vez, es una tentativa de reconciliación entre contrarios: el yo y el otro, la palabra y el silencio, la vida y la muerte. Este libro de Gilma Luque participa de esa misma tentativa.

Gilma, me gustaría comenzar con dos preguntas quizá abstractas: ¿qué es el amor y qué es más poderoso, amar o dejar de amar?

En algún momento pensé que son parte del mismo milagro. Suceden de manera inesperada, pero creo que el amor es más inesperado. Cuando llega el amor y nos enamoramos y decidimos tener una relación con alguien… En cambio, el desamor se construye. Poco a poco dejamos de amar y dejar de amar toma tiempo. Dejar una relación lleva mucho más tiempo: necesitamos espacio y tiempo para poder dejar una historia en la que hemos estado viviendo durante mucho tiempo.

En tu novela, Inés y Emilio atraviesan justamente ese proceso. Emilio decide ir a vivir al jardín, gesto que parece disparatado y al mismo tiempo revelador. ¿Cómo concebiste esa metáfora del desamor?

Me interesaba mostrar cómo la distancia entre dos personas puede volverse insalvable incluso dentro de la misma casa. Me interesaba mostrar que, en la ruptura, lo que decimos y lo que omitimos también quema. En la novela hay muchas omisiones entre ellos. Es muy difícil que se comuniquen. Usé máquinas y el ruido de las construcciones y demoliciones para que no se escucharan: es la metáfora de no poder comunicarse. Y cuando se comunican, lo hacen de forma furiosa, incontrolable, como el fuego que se expande. El humo es otra metáfora de no ver. Hay humo y polvo que levantan las construcciones. La idea central es que uno deja de ver al otro como lo vio en algún momento, hasta que lo vuelve a ver pero no lo reconoce. Mientras ocurre la ruptura, la relación es violenta, incluso con las omisiones y los silencios. Tampoco están en casa al mismo tiempo: uno entra, otro sale. Quería decir que ya no hay forma de estar juntos, ya no hay forma de ser dos o de ser “nosotros”.

El polvo es recurrente. A veces como lo que está en los objetos y otras como una nube que atraviesa la memoria. También el ruido: vuelve, perturba, y no permite ver con claridad.

Quería que el polvo fuera la huella de lo que se desmorona, y que los objetos hablaran por quienes ya no están. Quise que se notara cómo recordamos por escenas y que, al reconstruir, omitimos. La memoria es caprichosa. Por eso la estructura en fragmentos breves, con espacios en blanco: lo no dicho también habla. Pienso en “la memoria” como una invención. 

En la novela aparece un libro clave: El triunfo de la belleza (1934), de Joseph Roth. Es un objeto que vincula a los personajes. 

Me gusta mucho Joseph Roth. Ese libro habla de pérdida y fragilidad. Lo puse como un guiño personal y porque funciona como símbolo: guarda mensajes, secretos, omisiones. Me interesaba esa idea de que a veces preferimos no saber lo que el otro escribió. Preferimos quedarnos con la historia que nos contamos a nosotros mismos. Incluso jugué con la posibilidad de que el lector dudara de si Emilio existía o no, o si estaba enfermo. Ese no saber también sostiene la lectura.

El jardín: refugio, amenaza, belleza y decadencia. Espacio de vida y muerte. ¿Por qué colocarlo en el centro?

Pensé incluso en escribir la novela desde el punto de vista del jardín, como si fuera un testigo. En el jardín conviven los vivos y los muertos: las cenizas de los abuelos, los pájaros, los perros enterrados, la jacaranda, las macetas que se reemplazan una y otra vez. Me interesaba esa ambigüedad: cementerio y celebración. El jardín me permitió explorar lo otro: lo exterior que acompaña a Inés frente a la casa, que es lo íntimo y cerrado.

Para cerrar: ¿estás trabajando en un nuevo libro?

Sí. Estoy escribiendo una novela sobre cuando tenía veinte años. Vuelvo al pasado y a la memoria. Aún necesita un poco de tiempo.+