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Dionicio Morales (15 de noviembre de 1943 – 17 de julio de 2025), el poeta que vio en la palabra una forma de sol

Dionicio Morales (15 de noviembre de 1943 – 17 de julio de 2025), el poeta que vio en la palabra una forma de sol

Ciudad de México, el pasado jueves 17 de julio de 2025 — Dionicio Morales, el poeta que escribió como quien respira: con naturalidad, con amor, con una luminosa obstinación por la belleza, ha muerto a los 81 años en la capital del país. Su partida deja un vacío en la poesía mexicana, pero su obra queda como una estela de luz que se niega a extinguirse.

Nacido en 1943 en Cunduacán, Tabasco, Morales fue un escritor del gozo y de la claridad. Desde muy joven supo que la poesía no era solo un ejercicio literario, sino una forma de estar en el mundo. Su temprana cercanía con Carlos Pellicer —de quien fue secretario y discípulo— le abrió las puertas a un linaje poético donde la contemplación de la naturaleza, la emoción limpia y el ritmo cuidado eran el corazón del oficio.

Morales estudió Letras en la UNAM y publicó su primer libro a los 22 años. Lo tituló Pájaro Cascabel, y en él ya se asomaba el tono que lo acompañaría por más de cinco décadas: un lenguaje cercano pero no simple, una voz que celebraba la vida sin ingenuidad, una escritura donde el amor, el tiempo, la infancia y la memoria dialogaban sin estridencia.

A lo largo de su carrera publicó más de veinte títulos —entre ellos El alba anticipada, Variaciones, Romance a la vieja usanza antigua y Las estaciones rotas— que le valieron reconocimientos como el Premio Carlos Pellicer y el Juchimán de Plata. Su obra fue traducida a varios idiomas, y en los últimos años representó a México en festivales internacionales, como el de París en 2024. En marzo de 2025, fue homenajeado por la Secretaría de Cultura en el Palacio de Bellas Artes.

Más allá de los premios, Dionicio Morales fue un sembrador. Impartió talleres en universidades, casas de cultura, cárceles e incluso en las Islas Marías. Su poesía no vivía en las vitrinas; era un ejercicio cotidiano, una celebración del instante, una conversación con los otros. A menudo decía que escribía como quien cocina: con ingredientes sencillos, pero con todo el alma.

Lo definieron como un “poeta de la alegría solar”, y la frase le calza con exactitud. Pero Morales no ignoraba la sombra: simplemente elegía no instalarse en ella. Incluso cuando hablaba del dolor o la pérdida, su voz tenía la templanza de quien ha aprendido a mirar sin rencor. “No soy un poeta trágico —dijo alguna vez—. La vida, incluso cuando duele, tiene música”.

En sus últimos años trabajaba en una edición reunida de su obra completa, proyecto que quedó inconcluso. Lamentaba que muchos de sus libros estuvieran dispersos o fuera de catálogo, pero no con amargura, sino con una especie de resignación generosa. Como si supiera que el tiempo —ese viejo aliado de la buena poesía— terminaría por devolverle su sitio.

Dionicio Morales será recordado no solo por sus versos, sino por su actitud ante la vida: una mezcla de dulzura, disciplina y entrega. Fue un poeta de la claridad, un hombre que creyó en la palabra como forma de consuelo, de encuentro, de resistencia íntima.

Su obra, aún a la espera de una justa relectura crítica, permanece como una de las más consistentes y luminosas del México moderno. Leerlo es recordar que la poesía no necesita gritar para conmover, y que, a veces, la mayor valentía es escribir desde la alegría.