Causa y efecto
Por Ana Luisa Islas
Me contó Mercè Sumarroca, de Bodegas Sumarroca, en el Penedès catalán, que en Sitges hay un templo budista en una antigua casa de una familia que se fue a América a llenarse los bolsillos. Ahí lo dicen con un romanticismo que da ira: se fue a hacer las Américas. Léase, vender o explotar esclavos y llevarse a España la plata que generó su trabajo forzado. Sitges es un sitio donde las mansiones de los esclavistas o negreros abundan. Se les llama indianos, pero todos en el fondo saben a qué se dedicaban. En dicha mansión, cuenta Mercè, hay una habitación en la primera planta que está toda recubierta de piel de elefante. ¿Cuántos elefantes se habrán necesitado para dicha empresa? ¿Cuánto oro? ¿Cuántos esclavos? ¿Cuánto dolor? ¿Por cuánto tiempo?
Me cuenta también que con el paso de los años la familia cayó en desgracia y perdió todo. Hubo enfermedad y pobreza en donde había riqueza (monetaria, pues). Causa y efecto, me dice Mercè convencida. Los budistas que ahora regentan el espacio le han contado esta historia. Pienso en el karma y en aquel saludo maya que significa tú eres yo, yo soy tú, aquél que cito en las primeras páginas de mi libro Mejor oler a mar: Apuntes sobre la descolonización del estómago (Col&Col, 2023). Habrán vuelto los elefantes con ira a reclamar lo que era suyo. Y vete tú a saber quién más. Para Mercè, el tema del colonialismo se zanja con esa fórmula: causa y efecto.
Nuestra conversación ha calado hondo en mí. Ese día no pude cerrar los ojos hasta pasadas las cinco de la mañana y hoy, meses después, sigo dándole vueltas al asunto. La mañana siguiente pensaba esperanzada: esto es lo que necesitamos entender para poder llevar la conversación de la decolonialidad más allá de exigir cuentas o aceptar injurias. La misma noche que conocí a Mercè conocí a la encargada de todos los museos de Sitges. Estamos haciendo esto y aquello para descolonizar los museos de Sitges, se defendió. No es suficiente, le dije. Todos los intentos están siendo insuficientes.
No podemos descolonizar el pasado. Es imposible. El presente también pinta complicado. Podemos, eso sí, descolonizar nuestro hacer, nuestra palabra, nuestras lecturas, nuestra escritura o cocina y, quizás, con ello, nuestra mente. La colonización y sus influencias en nuestra sociedad son la causa del capitalismo rampante y asesino en el que habitamos. El museo como entidad es parte de su sostén. Descolonizar el museo significa dinamitar el museo. Deshacernos de las pieles de elefante y enterrarlas por segunda vez.
Cualquier esfuerzo descolonizador que no busque la caída de un sistema que sigue esclavizando a la mayor parte de la población y enriqueciendo a unos cuantos es pura pantomima. Es barrer el problema debajo de la alfombra y seguir haciendo como que la habitación no está llena de elefantes muertos. Hablar del Amazonas o de la esclavitud desde museos barceloneses puede servir para curarnos en salud, como quien contrata a una mujer ucraniana para que limpie su casa y al cerrarle la puerta al despedirse pide por Amazon productos que no necesita. Hay empresas y bancos que sostienen nuestra vida, que financian dichos museos, que siguen favoreciendo el ecocidio, la hambruna, las guerras y la desigualdad.
Necesitamos construir nuevos paradigmas, nuevos horizontes. Las bases no pueden ser las mismas que sostienen el sistema opresor que tanto sufrimiento ha causado, causa y causará, si no lo dejamos de replicar una y otra vez. La descolonización no es una moda. Incluir a todas las personas y seres que habitan en este planeta no puede ser sólo una cuestión de moda o cuotas. Los museos son espacios colonizadores y colonizantes. Se formaron para sostener ideas, sembrarlas y reproducirlas. Necesitan cambiar no sólo su curaduría, exposiciones o colecciones, sino también sus fundamentos y patronatos. Desde la raíz es que se saca la planta infectada y muerta. Si se dejan algunos remanentes, se corre el riesgo de que contagien al resto del jardín.
Entender que todo lo que depositamos en el mundo regresará con un efecto no es sólo un texto mono que incluir en una tarjeta o la mejor manera de zanjar una conversación a las dos de la mañana, es una verdad universal. Lo sabían los mayas. Lo saben los budistas. Ya va siendo hora de que lo recordemos todes.+
Ana Luisa Islas Bravo es periodista, escritora y artista. Vive a caballo entre San Miguel de Allende y Barcelona. En su obra explora el acto del comer, desde la semilla, hasta la composta y de regreso; la descolonización y la migración; el duelo y el trauma; así como los modelos funcionales que puedan sacarnos del atolladero actual. Maestra de arte y escritura. Sus textos han sido traducidos al catalán, inglés, portugués y francés.
