Arquitecturas interespecie: para y por otros
Por Aura R. Cruz Aburto y Rodrigo Velasco
Hace no mucho, en una visita a los Valles Centrales de Oaxaca, uno de nuestros estudiantes le dio un pedazo de comida a una perrita flaquita que se llamaba Hormiga. Entonces un colega, medio en broma y medio en serio, dijo: “Así empezó la domesticación de los perros”. Esa frase se nos quedó dando vueltas en la cabeza porque habla de algo profundo: cómo, desde un gesto pequeño ―compartir comida― se tejen historias de miles de años de convivencia entre humanos y otros seres.
Nosotros creemos que esa convivencia además de afectiva es espacial. Es más, los afectos están siempre modulados por espacios o, como lo propone Jean-Louis Déotte en La época de los aparatos (Adriana Hidalgo Editora, 2010), por mediaciones técnicas. En este tenor, desde hace siglos erigimos cosas para otros animales: corrales, establos, palomares, jaulas, casas de perro. Incluso en las ciudades modernas seguimos inventando formas de vivir juntos. A veces lo hacemos por necesidad, otras por cariño.
Con los perros, la transformación ha sido muy visible. Antes eran guardianes, pastores, cazadores: instrumentos. Hoy siguen existiendo perros de rescate, guías para personas ciegas, policías de cuatro patas… pero también están los que acompañan silenciosamente en un sillón, los perrhijos, apoyo emocional y compañía.
Esa nueva manera de concebir nuestras relaciones ha cambiado los espacios que hacemos para ellos. No es casualidad que arquitectos famosos como Kengo Kuma o Shigeru Ban hayan diseñado casitas para perros: una de madera tejida como si fuera un pabellón miniatura, otra hecha de cartón reciclado. Se ve ahí un gesto de pensar que hasta un perro puede tener arquitectura de autor.
Con los gatos pasa algo que, aunque similar, es distinto. En Japón, por ejemplo, se diseñan muebles que son a la vez juegos para gatos y estanterías para humanos. Escaleras, túneles, plataformas que permiten al gato recorrer la casa por arriba mientras alguien cocina o lee abajo. En México hemos visto refugios temporales de cartón o madera para gatos callejeros, levantados por colectivos que quieren darles sombra y descanso. Esa mezcla de diseño cotidiano y juego animal nos parece, al menos en una vía, un ejemplo de cómo las relaciones interespecie pueden expresarse en el ámbito doméstico, un tema del que la filósofa de la ciencia Donna Haraway problematiza de manera mucho más amplia en su Manifiesto de las especies de compañía: perros, gentes y otredad significativa (Sans Soleil, 2016) que lo que podemos proponer en estas líneas.
De esta manera, podemos hablar aún de muchos más casos: puentes para ardillas en Europa, pasos elevados para jaguares en carreteras de México, casitas para pájaros en árboles urbanos, hoteles para insectos en parques, cajas para murciélagos. Todo eso es arquitectura, si bien erróneamente suele dejarse al margen. La ejecución de cada una de esas estructuras es una muestra de que la ciudad no sólo es nuestra y tampoco debería ser considerada meramente un hábitat antropogénico y de destino humano pues, hay que decirlo, de hecho, eso es inexistente y cancelaría las propias posibilidades de nuestra existencia en tanto especie.
Claro, no todo es tan idílico. Muchas veces los espacios que hacemos para animales son jaulas disfrazadas de refugio. Pensamos que damos protección, pero en realidad quitamos libertad. Aquí aparece un primer problema: por un lado, hay lujos como camas exclusivas o casas diseñadas por arquitectos estrella y, por otro, miles de perros y gatos que viven en la calle sin un techo. Perros y gatos que se han reproducido dramáticamente a raíz del nicho ecológico de las metrópolis humanas, que tienden a privilegiar unas cuantas existencias de muy reducida diversidad ―como nos lo cuenta de manera magistral el filósofo Emanuele Coccia en su bello texto Metamorfosis (Cactus, 2021)―, pero que luego desconocemos y abandonamos a su suerte, bajo la amenaza de la violencia humana.
Lo que nos interesa es cómo este tipo de diseño nos saca del centro. Nos obliga a ver el mundo con otros ojos y a recorrerlo con otras extremidades: patas, alas… Nos interesa llevar este texto no sólo de ida ―pensando en lo que diseñamos para otros seres―, sino también de vuelta.
Hemos hablado de las diversas maneras en que el quehacer humano, la arquitectura y otros tipos de diseño entre sus expresiones comienzan a incluir de manera más deliberada otras existencias que no son humanas. Sin embargo, nos hace falta reconocer que nuestra inteligencia es nada más una expresión del juego mucho más amplio de las inteligencias que existen en el planeta: los animales construyen, como lo ha señalado Juhani Pallasmaa en Animales arquitectos (GG, 2020) y, en tanto tal, diversos grupos humanos no occidentales codiseñan con otras especies. Asimismo, en Occidente, actualmente se experimenta desde los laboratorios de más alta tecnología en el Medialab del mit una actividad de codiseño y construcción compartida con otras especies bajo la dirección de la arquitecta Neri Oxman con su notable propuesta “Material Ecology” (2015): gusanos de seda construyendo redes responsivas a la luz solar sobre una estructura colocada por seres humanos.
De alguna forma, todo vuelve a la perrita Hormiga. De ese gesto de darle comida se abre toda una reflexión sobre cómo habitamos, cómo dejamos habitar y cómo podemos cohabitar reconociendo los derechos de los animales a ser cuidados, y reconociendo que ellos también son agentes de nuestro propio cuidado. Las ciudades y las casas nunca fueron exclusivas de los humanos y, sin embargo, es necesario pensarlas así de manera más consciente y deliberada.
Creemos que la arquitectura hecha para animales no es un capricho. Forma parte de nuestra historia, de nuestra cultura y, además, puede ser un campo para el futuro. Por lo tanto, no debe dirigirse a un destinatario único. Debe considerar a más de una especie como partícipe de su propia configuración: los mundos no humanos pueden y han codiseñado con nosotros.
Tal vez no se trate de si la casita de Kuma es bonita o no, sino de si estamos preparados para aceptar que la arquitectura puede y debe ser interespecie.+
Aura R. Cruz Aburto es arquitecta por el Tecnológico de de Monterrey, maestra en diseño y filósofa por la unam, aunque prefiere pensar que más bien es un híbrido entre el arte, el diseño y la filosofía. Profesora en diversas instituciones e investigadora independiente. Cada vez que algo la inquieta, escribe, dibuja o borda.
