Amistad, ¿divino tesoro? Mujeres, ¿juntas para acabar difuntas?
Por Claudia Marcucetti Pascoli
Tengo muchas amigas estupendas, pero no fue hasta que leí La amiga estupenda (Lumen, 2020), de Elena Ferrante, que caí en cuenta de la importancia que algunas de ellas han tenido en mi vida, y de lo poderoso y balsámico —aunque a menudo confrontativo e inquietante— que puede ser un lazo afectivo con tantos matices como la amistad entre dos mujeres.
No fue un proceso lineal el reconocimiento que hice de esta novela —un fenómeno de superventas destinado a volverse tetralogía—, en la que una de las dos protagonistas desaparece en la vejez, lo que le da a la otra la posibilidad de reflexionar sobre su amistad. Todo el mundo hablaba del libro también porque, en una época de agudo narcisismo, Ferrante —cuyo nombre es un seudónimo— había expresado el deseo de quedarse en el anonimato a pesar del éxito obtenido, algo que hasta la fecha ha logrado —aunque se sospecha que se trata de la traductora italiana Anita Raja.
Debo admitir, aunque no sea apropiado hacerlo en una revista literaria, que cuando recibí de la Editorial Lumen el segundo tomo del éxito del momento, detesté su lectura. La cantidad de personajes que, para colmo, no había tenido oportunidad de conocer en su primera parte, me pareció excesiva y confusa para lograr seguirles la pista pero, sobre todo, me distrajo del tema central.
Hasta que vi la adaptación de esta saga —por cierto, a mi criterio, muy bien lograda gracias a las fotos de familia, un recurso adecuado para reconocer visualmente a cada clan—, entendí al fin la relación entre los múltiples personajes, pero también la fuerza y la complejidad de una amistad como la de Lenu y Lila. Una historia, la de estas jóvenes protagonistas, que me hizo retomar la saga desde el inicio y, ahora sí, observar a detalle esta relación, iniciada en la infancia y continuada de modo intermitente hasta la vejez. Una amistad entre dos seres de carácter muy distinto, pero influida por su proceso formativo, las acompañó en sus dramas y sus alegrías; las confrontó con visiones distintas a las suyas; contribuyó a hacerles entender sus propias vivencias y las del barrio napolitano de la posguerra donde se criaron, sin evitarles los clásicos alejamientos y malentendidos, tan típicos de la condición humana. Eso me recordó la profunda conexión que he tenido con algunas mujeres quienes, a pesar de nuestras diferencias, se han convertido en una verdadera familia para mí —algunas cuantas para siempre— en distintos momentos de mi vida.
Pero, más allá del cariño, el aprecio, la admiración y el respeto que siento por estas compañeras de vida —elegidas a imagen y semejanza o por la fuerza de los opuestos que se atraen—, me rehúso a utilizar el término sororidad, porque se refiere más bien a la relación solidaria entre mujeres con respecto a su lucha por el empoderamiento, y dicha palabra no resuena en mi vocabulario. Es una gran identificación mutua la que suele haber entre dos amigas, suscrita a ese íntimo espacio creado entre dos seres cuando se ven reflejados en otro, tal y como lo describe Ferrante:
Era lindo solo vernos de vez en cuando para oír el sonido loco del cerebro de la una resonando dentro del sonido loco del cerebro de la otra.” […] “Teníamos entonces doce años, y caminamos mucho rato por las calles ardientes del barrio, entre el polvo y las moscas que dejaban a su paso los viejos camiones, como dos viejecitas que hacen balance de sus vidas llenas de desilusiones, bien agarraditas del brazo. Nadie nos entendía, pensaba yo, solamente nosotras dos nos entendíamos.
Como su misma autora lo describió, un recitativo, que habla de estas afinidades más allá de todo confín y de cualquier barrera, es Las dos amigas (Lumen, 2023) de Toni Morrison. Con un espléndido prólogo escrito por Zadie Smith, dicho experimento, como lo considera esta última, tiene por objeto al propio lector. Es interesante apreciar cómo las que podrían ser vidas muy distintas tienen en realidad mucho en común, al grado de confundirse la una con la otra. Esto al margen de la extraordinaria y sofisticada capacidad de la premio Nobel estadounidense de 1993 —la primera de origen afroamericano— para jugar con los prejuicios del lector, que nunca logra entender cuál de las dos amigas es de raza negra y cuál blanca.
Identificación es la palabra que nos une a otros, de manera personal pero también colectiva. Mismas problemáticas, mismos intereses, mismos gustos, mismas deficiencias, mismo reto: el de ser mujer con todo lo que eso implica, incluyendo lo que nos distingue del sexo masculino: la capacidad biológica de engendrar hijos. En La hija única (Anagrama, 2020), Guadalupe Nettel confronta la maternidad desde varios puntos de vista: el de quien, segura de no querer hijos, se quitó la matriz en la juventud, o el de quien está tan decidida a ser madre que se entrega al cuidado de una bebé con enfermedad terminal con mucho entusiasmo, como si su misión durara eternamente. Pero también nos muestra la perspectiva de una niñera o de una abuela, ambas frustradas por su falta de hijos y de nietos. Nettel también mira el tema desde el reino animal y presenta a una paloma capaz de criar a un vástago ajeno, mientras aniquila, en cambio, al propio por no ver en él posibilidades de supervivencia.
Sin embargo, el elemento que parece recorrer cada una de estas visiones es un pacto tácito en el que las mujeres empatizan con otras alrededor de su labor de madres —o la falta de la misma—. Tal vez porque amigas y madres suelen cobijar con el mismo acogedor abrigo.
Y a propósito de Madres e hijas, éste es el título de una espléndida antología de relatos recopilada por Laura Freixas y publicada por Anagrama en 2022. De la misma autora tenemos la reciente reedición de Cuentos de amigas (Anagrama, 2009), con algunos relatos publicados y otros inéditos, pero siempre escritos por algunas de las mejores narradoras españolas del siglo xx. Este compendio muestra las bondades de la amistad, pero también sus rivalidades, traiciones, resentimientos, así como todos esos vínculos, obsesivos y repetitivos que suelen poblar el universo de las relaciones humanas en su esfera femenina.
Al margen de la contraposición bilateral entre madre e hija o entre dos amigas, cabe mencionar la hermandad que puede surgir entre más de una mujer y que se manifiesta con ciertos clanes femeninos. Éxitos de pantalla como Sexo en la ciudad (1998), serie basada en las columnas periodísticas de Candace Bushnell, o Pequeñas mentiras (2017), de Liane Moriarty, adaptados de los libros homónimos, son himnos a la amistad. Además, la primera puede verse como un análisis de corte filosófico de las relaciones humanas en la época moderna y la segunda como un thriller psicológico. Como sea, ambas autoras urden sus tramas alrededor de la sólida amistad entre cuatro mujeres y las relaciones entrelazadas que se forman a partir de este tipo de fraternidades femeninas, capaces de llegar a las últimas consecuencias, es decir, a la mentira, e incluso al crimen, con tal de proteger a una de sus integrantes.
Finalmente, y para atestiguar cómo la amistad entre mujeres tiene un papel cada vez más amplio en la época moderna, no puedo cerrar esta reflexión sin mencionar El fin del amor. Querer y coger en el siglo xx (Ariel, 2019) de Tamara Tenenbaum, la autora argentina que en 2025 ganó el Premio Paidós de Ensayo con Un millón de cuartos propios (Paidós, 2025) —una aguda y permeable revisión del manifiesto feminista por excelencia, Una habitación propia, escrito y pronunciado por Virginia Woolf en 1928, y que hoy en día sigue siendo interpretado y utilizado para emancipar a las mujeres.
Es a Tamara a quien he recurrido para entender mejor los fenómenos que ella, como terapeuta y filósofa, pero sobre todo como una mujer brillante —no en vano La amiga estupenda se tradujo en inglés como My brilliant friend— ha analizado en sus ensayos. Protagonista de sus propias investigaciones —y de una adaptación televisiva que la caracteriza— considero esta autora mi propia y “brillante amiga” literaria, una gurú en materia de códigos de comportamiento moderno y términos para describirlos. Es ella quien reporta que el amor romántico, como lo conocíamos en el pasado, ése en el que otras generaciones centraron sus vidas, ahora es una pequeña parte de la vida de muchas mujeres, así como la maternidad que, en el panorama de las nuevas generaciones, está muy lejos de ser una obviedad. La amistad, en cambio, recibe uno de los cariños más sólidos y duraderos en la vida de una mujer, incluso cuando tiene pareja o familia propia, pues las amistades se integran ahora más fácilmente a la vida familiar o amorosa que en el pasado.
He escuchado mucho que en los planes de vida para el envejecimiento y el retiro, más mujeres optan por una tercera edad comunitaria al estilo de las Golden girls (1985). Nada mal como perspectiva para un futuro divertido con sana y sabia compañía. Tal parecería que el famoso refrán popular va a ser replanteado y en vez de “Mujeres, juntas ni difuntas”, su nueva versión recitará: “Mujeres juntas hasta estar difuntas”.+
Claudia Marcucetti Pascoli. Es arquitecta y practicó su profesión hasta 2002, año en el que comenzó a escribir. Desde entonces ha publicado siete libros, de los cuales cuatro novelas: Los Inválidos, Heridas de agua, Donde termina el mar y Fuego que no muere. Actualmente, lleva la sección literaria del noticiero Siempre contigo, de ADN 40.


