A 250 años del nacimiento de una genio

Por Yara Vidal
La señorita Austen comprendía la pequeñez de la vida a la perfección. Fue una gran artista, igual en su pequeña esfera a Shakespeare.
Alfred Lord Tennyson (1870)
Se cree que comenzó a escribir desde los once años, cuando abandonó la escuela, y creó varias novelas antes de los veintidós años, pero no se publicaron hasta los treinta y cinco. Desde la rectoría de un pueblo llamado Steventon (en Hampshire), Jane nacida en 1775, la joven autodidacta, ya escribía con furia. Desde pequeña tuvo acceso a la biblioteca de su padre, el párroco del pueblo —con más de 500 volúmenes— pero ni universidad ni viajes al extranjero ni entrada en los salones literarios londinenses le enseñaron a escribir.
Con tan sólo una pequeña mesada, una mesa de 50 centímetros y una inteligencia que veía el mundo con dos siglos de ventaja, leyó, observó y escribió hasta convertirse en una de las escritoras más revolucionarias de la historia. Lejos de la imagen romántica de la solterona tímida que escribe en secreto, Jane Austen fue una autora audaz, negociante implacable y pionera técnica que, literalmente, inventó la novela tal como la conocemos hoy.
A más de dos siglos de su fallecimiento, sus seis novelas completas —Sentido y sensibilidad, Orgullo y prejuicio, Mansfield Park, Emma, La abadía de Northanger y Persuasión— se leen y se quieren de manera universal. Están traducidas a decenas de idiomas, se adaptan constantemente al cine, la televisión y el teatro, han inspirado secuelas, precuelas y toda clase de derivados, y cuentan con festivales, clubes y asociaciones dedicados en su honor.
Su nombre evoca de inmediato ingenio, aguda observación social y una comprensión profunda de la experiencia femenina a principios del siglo XIX. La admiramos como cronista de la sociedad, maestra de la comedia y escritora universal.
En tiempos más recientes, el crítico John Mullan ha asegurado que sólo Shakespeare y Dickens pueden competir con el duradero atractivo internacional que sigue teniendo Austen y lo seguirá conservando por muchas generaciones más. (What Matters in Jane Austen?, 2012).
La empresaria que se adelantó a su época
Jane Austen fue una mujer de negocios en una época en que las mujeres apenas tenían derechos sobre su propio dinero.
En 1803 vendió los derechos de Susan (que se convertiría en La abadía de Northanger) al editor Crosby por sólo 10 libras. Seis años después, harta de que el libro estuviera en un cajón, escribió una carta incendiaria bajo el seudónimo Mrs. Ashton Dennis en la que exigía su publicación o devolución del manuscrito. “Señor, hace seis años que estoy esperando”, decía. Crosby cedió y le devolvió los derechos. Fue la primera vez que una mujer recuperaba así su propiedad intelectual.
En 1811, con ayuda económica de su hermano Henry, publicó Sentido y sensibilidad on commission: asumió ella misma los costos de impresión y publicidad, conservó el copyright y cobró el 100% de los beneficios menos la comisión del editor (10%). El libro se agotó en dos años y le dejó 140 libras limpias —equivalente a unos 15 mil euros actuales—. Orgullo y prejuicio (1813) fue aún mejor: vendió la primera edición en meses y ganó más de 450 libras en total. Con Mansfield Park (1814) y Emma (1815) repitió la fórmula de comisión, negociando personalmente con el prestigioso John Murray —el editor de Lord Byron y Walter Scott— y exigiendo porcentajes en lugar de pagos únicos.
Cuando Murray quiso publicar una segunda edición de Mansfield Park con cambios que no le gustaban, Austen se plantó y cambió de editor. Su salud estaba deteriorada y dejó instrucciones precisas para que su familia publicara póstumamente Persuasión y La abadía de Northanger. En total, entre 1811 y 1817 ganó más de 600 libras con sus libros —dinero que manejó ella misma, algo extraordinario para una mujer soltera de la época de Regencia—. Al respecto la autora Helen Fielding comenta: “Negoció como una CEO. Sabía exactamente lo que valía”.
La revolucionaria
La verdadera genialidad de Austen no fue sólo comercial. Austen inventó dos recursos literarios que hoy damos por sentados y que, juntos, crearon la novela moderna.
El primero es el estilo indirecto libre (free indirect speech o FID, en inglés). Antes de Austen, las novelas eran omniscientes y distantes en primera persona epistolar. Austen fundió ambas cosas: el narrador en tercera persona se “contagia” del lenguaje, el tono y los prejuicios del personaje sin avisar al lector. No dice “Elizabeth pensó”, simplemente desliza los pensamientos de Elizabeth en la narración.
Un ejemplo clásico de Orgullo y prejuicio:
Era un hombre alto, de agradable figura y modales distinguidos. […] ¡Qué hombre tan extraordinario! ¡Qué ojos tan expresivos!
¿Quién habla? El narrador dice que Wickham es alto y agradable, pero lo de los “ojos expresivos” es puro Elizabeth enamorándose. El lector entra en su cabeza sin transición. Austen hace esto durante páginas enteras, especialmente con sus heroínas. El efecto es devastador: la ironía surge sola, porque vemos los errores de juicio del personaje en tiempo real.
En Emma, la novela más experimental, el FID alcanza su cumbre. Pasamos cientos de páginas dentro de la mente de Emma Woodhouse, convencida de que Frank Churchill está enamorado de ella, de que Harriet debe casarse con Elton… y el narrador nunca la corrige directamente. Sólo deja que la realidad choque contra sus ilusiones. Virginia Woolf diría después:“Por primera vez sentimos que los personajes piensan y sienten por sí mismos”. “Ella inventó la forma de escribir sobre los pensamientos”.“De todos los grandes novelistas, Austen es la que más difícilmente deja que el lector escape de la mente de sus personajes”.
El segundo gran invento es la focalización sostenida en una sola conciencia. Antes, los narradores saltaban de cabeza en cabeza. Austen decide quedarse casi siempre con la heroína (salvo excepciones contadas en Persuasión). Eso crea intimidad psicológica inédita y permite la ironía dramática: sabemos más que el personaje, pero sentimos con él.
Como explica la académica Louise Curran en el documental Jane Austen: Rise of a genius (BBC): “Austen nos mete en la cabeza de Anne Elliot o Elizabeth Bennet y nos obliga a juzgar el mundo con sus ojos equivocados. Es una herramienta ética: aprendemos a ser mejores lectores de las personas”.
También usó la ironía como un arma precisa. Mientras las novelas sentimentales de la época derramaban lágrimas y desmayos, Austen ridiculizaba a la sociedad desde dentro. En Orgullo y prejuicio convierte el matrimonio en un mercado donde las mujeres venden su única mercancía: ellas mismas. Pero lo hace con tanta elegancia que los lectores de 1813 se reían sin sentirse ofendidos. Era una subversión disfrazada de comedia de salón.
Tercer dato (casi desconocido): fue una mujer de negocios implacable en una época en la que las damas “decentes” no tocaban dinero. En 1811, con Sentido y sensibilidad, hizo lo que ninguna autora había hecho: pagó de su bolsillo la edición (a riesgo total), negoció el porcentaje con el editor Thomas Egerton y se quedó con los derechos de autor. El libro se agotó en dos años y le dejó 140 libras limpias, más de lo que ganaba su hermano clérigo en un año. En 1813 repitió la jugada con Orgullo y prejuicio: 110 libras de inversión, 600 de beneficio. En 1815, con Emma, cambió de estrategia y vendió los derechos directamente por 400 libras. Tres modelos de negocio distintos en cinco años. Ningún escritor masculino de la época manejaba su carrera con esa frialdad empresarial.
Cuarta genialidad: la autopublicidad sutil. Publicó anónimamente (By a Lady), pero se aseguró de que todo Hampshire supiera quién era la autora. Cuando el Príncipe Regente (futuro Jorge IV) le pidió que le dedicara Emma, ella lo hizo… con una dedicatoria tan irónicamente servil que rozaba la burla. El príncipe quedó encantado; ella se aseguró publicidad real.
Quinta y última: escribió siempre en secreto. Seis novelas perfectas nacieron en silencio absoluto, entre visitas, bordados y tés.
Jane Austen es una de las autoras más célebres y adoradas de toda la literatura inglesa, y muchos la sitúan inmediatamente después de Shakespeare en importancia.
La puerta que chirriaba y el legado eterno
En Chawton Cottage (el último refugio que le regaló su hermano Edward en 1809) Austen escribió o revisó sus cuatro últimas novelas. Allí, sentada en una mesita diminuta junto a una puerta que chirriaba para avisarle cuando entraba alguien (y así esconder el manuscrito), creó obras que han sido traducidas a más de 50 idiomas, adaptadas cientos de veces y que siguen generando millones.
Murió a los 41 años, en 1817, sin ver la fama mundial que alcanzaría. Pero dejó algo más valioso: demostró que una mujer soltera, de recursos modestos y de un pueblo perdido podía revolucionar la literatura y, al mismo tiempo, gestionar su carrera con una inteligencia comercial que aún hoy asombra.
Hoy el mundo literario universal celebra a la escritora; a la empresaria, a la innovadora técnica, a la mujer que se adelantó dos siglos, a la genio. La escritora Kate Atkinson comenta: “Sin Austen no tendríamos a Flaubert, no tendríamos a Woolf, no tendríamos la novela psicológica moderna. Y, de paso, nos enseñó que una mujer puede ser tan astuta en los negocios como en las letras”.
Dos siglos y medio después de su nacimiento, Jane Austen sigue siendo la primera CEO de la literatura moderna. Y la más grande.+
