Entre la luz y el olvido: la poética del tiempo en “El arquitecto de las sombras”

Entre la luz y el olvido: la poética del tiempo en “El arquitecto de las sombras”

Hay novelas que se construyen como un edificio: capa sobre capa, con la paciencia del que sabe que cada muro sostiene un secreto. El arquitecto de las sombras, de David Vallejo, pertenece a esa estirpe de libros que no se leen, sino que se atraviesan. Es una obra que interroga la memoria, el poder del arte y la fragilidad del tiempo, mientras edifica una historia donde el pasado nunca deja de proyectar su sombra.

Ambientada entre los claroscuros de una ciudad que parece vivir entre ruinas y proyectos inconclusos, la novela sigue a un arquitecto obsesionado con una idea imposible: construir una obra que atrape la luz del tiempo. A partir de esa búsqueda, Vallejo levanta un relato donde se cruzan el amor y la muerte, la creación y la pérdida, la materia y el espíritu. Su escritura tiene la precisión del dibujo técnico y la intensidad poética de una confesión: cada palabra parece trazada con regla, pero con la emoción de quien todavía tiembla ante lo que escribe.

El autor diseña una narrativa que se mueve entre lo simbólico y lo íntimo. La arquitectura se convierte aquí en una metáfora del alma: el protagonista busca darle forma a lo invisible, levantar sobre los escombros de su vida un refugio para la memoria. Hay ecos de Borges y de Bioy Casares en la manera en que Vallejo juega con la frontera entre lo real y lo imaginado, pero también una sensibilidad contemporánea que hace de la belleza un espacio de resistencia frente al olvido.

La estructura del libro es tan rigurosa como sugerente. Dividida en secciones que funcionan como planos narrativos, la novela alterna voces, tiempos y perspectivas. En ese entramado de capas, el lector se convierte también en un explorador, obligado a reconstruir el sentido entre los silencios, los símbolos y las ruinas. Cada capítulo añade una pieza al edificio emocional que Vallejo levanta con sutileza y precisión.

Uno de los mayores aciertos del autor es su lenguaje. Vallejo escribe con una prosa contenida, lírica pero nunca excesiva, que encuentra belleza incluso en el derrumbe. Las descripciones de espacios —una casa abandonada, una iglesia en penumbra, un estudio lleno de planos viejos— adquieren una fuerza visual que recuerda a las películas de Tarkovski: lugares donde el polvo y la luz dialogan con el tiempo. Y en medio de ese universo, sus personajes se mueven como fragmentos de una memoria común, atrapados entre lo que fueron y lo que aún desean ser.

El corazón de El arquitecto de las sombras late en la pregunta por la permanencia: ¿qué sobrevive de nosotros cuando todo se ha desmoronado? Vallejo no ofrece respuestas cerradas; prefiere abrir fisuras. Sus personajes —arquitectos, amantes, fantasmas— construyen, destruyen y reconstruyen, como si cada gesto fuera un intento por rescatar del olvido una forma de belleza. La novela se convierte así en una reflexión sobre el arte y su poder para redimir la experiencia humana.

Más allá de su atmósfera poética, la obra también funciona como un espejo de nuestro presente. En tiempos donde la velocidad y la obsolescencia parecen gobernarlo todo, Vallejo nos invita a mirar hacia lo que persiste, hacia la lentitud de lo que se construye con las manos y con la memoria. Su protagonista busca capturar la luz, pero lo que encuentra es el valor de la sombra: aquello que da profundidad a la existencia.

El arquitecto de las sombras es, en última instancia, una novela sobre la creación como acto de fe. En sus páginas se mezclan el oficio y la emoción, el pensamiento y el temblor. David Vallejo demuestra una madurez literaria poco común: su escritura no busca impresionar, sino revelar. Hay en su estilo una contención que amplifica la emoción, una mirada lúcida sobre la pérdida y una ternura secreta hacia todo lo que el tiempo intenta borrar.

Recomendar este libro es casi inevitable. Porque El arquitecto de las sombras no sólo se lee: se habita. Es una obra para quienes disfrutan de la literatura que piensa, siente y construye. Una novela que dialoga con la tradición, pero que al mismo tiempo se atreve a proyectar su propia forma. En sus páginas, la sombra deja de ser ausencia y se vuelve materia: la sustancia de la que están hechos los recuerdos, los edificios, los cuerpos y los sueños.

David Vallejo entrega aquí una historia que confirma que la verdadera arquitectura —como la buena literatura— no busca desafiar al tiempo, sino convivir con él.