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Entre las raíces de la memoria. Entrevista con Mónica Rojas, autora de “A la sombra de un árbol muerto”

Entre las raíces de la memoria. Entrevista con Mónica Rojas, autora de “A la sombra de un árbol muerto”

Por Francisco Goñi 

Hay libros que nacen del cuerpo. A la sombra de un árbol muerto (Hachette, 2025) es uno de ellos. Esta novela de la escritora mexicana Mónica Rojas entreteje tres generaciones de mujeres marcadas por la migración, la violencia y la maternidad, en un relato que atraviesa la Revolución mexicana y los ecos del siglo xx con una prosa cargada de lirismo, dolor y resistencia.

En A la sombra de un árbol muerto, su estilo alcanza una madurez notable: una mezcla entre oralidad, poesía y memoria que recuerda el realismo mágico, pero desde una perspectiva contemporánea y feminista.

¿Cuál fue el desencadenante de esta historia que cruza tantos temas: migración, violencia de género, maternidad, memoria?

Como dices, es una novela multigeneracional con destellos de un nuevo realismo mágico, inevitablemente con mucha crítica social. Todo está tejido a través de las voces de tres personajes que llevan la batuta en esta construcción.

El desencadenante fue Leonarda, el último personaje, que lleva el nombre de mi abuela materna. Ella terminó siendo ese puente entre el pasado y el presente. Fue una mujer que me alimentó la imaginación desde niña, contándome historias de brujas, nahuales y muertos. Y creo que México es un país donde los muertos no mueren; eso también nos enseña a entender el duelo de otra manera.

A la sombra de un árbol muerto es una escritura incómoda, y una lectura incómoda también. La escribí desde esa incomodidad que te obliga a mirar lo que no quieres ver, y precisamente por eso permanece más tiempo en la memoria. 

Uno de los ejes temáticos que más sobresale es el ser mujer y las dificultades de emanciparse. ¿Esa mirada feminista fue una decisión consciente desde el principio?

Sí. Si hay algo que no puedo evitar es escribir desde mi cuerpo femenino y feminista. Eso se refleja en los personajes, que están resistiendo todo el tiempo: el olvido, el dolor, la migración, incluso la muerte.

Creo que escribir desde el cuerpo es escribir desde la verdad. Mis personajes no buscan ser heroínas, sino sobrevivientes. En ellos está la historia de nuestras abuelas, de las mujeres que resistieron en silencio.

La novela cubre tres generaciones y distintos momentos históricos. ¿Cómo fue el proceso de documentación y escritura?

Fue muy natural. Me atrevería a decir que nací con la historia escrita en mi cuerpo. Había una llamada, una especie de destino que me empujó a contarla.

Los hechos históricos —la Revolución, la Cristiada, la masacre de Tlatelolco— fueron apareciendo como si el texto me guiara. Me subí a un caballo salvaje y le dije: “Bueno, ¿dónde paramos?”. Y ese caballo me llevó hasta aquí.

Mi abuela fue mi primera literatura: ella me enseñó que la memoria puede tener la forma de un cuento o de una canción.

La novela tiene una musicalidad constante, casi coral. ¿Cómo surgió esa oralidad tan marcada?

Desde el principio quise que fuera una historia contada desde la voz, no desde la letra muerta. Por eso integré versos, oraciones, cantos. Muchos lectores me han dicho: “No recordaba de dónde conocía tal canción o verso”. Y es que todos lo sabemos.

Esa memoria colectiva está en nosotros. Sólo necesitaba un árbol —este árbol muerto— para que las voces volvieran a hablar.

El cuerpo femenino aparece como territorio de resistencia. ¿Cómo dialoga eso con los feminismos actuales?

Hay tres cosas que no se pueden elegir: el cuerpo que habitas, el idioma que hablas y el territorio que ocupas. A partir de ahí, la mujer vive una constante negociación con el mundo.

En A la sombra de un árbol muerto hablo del cuerpo como espacio político y emocional. Es un libro que incomoda porque refleja la imposición, el mandato social, pero también la capacidad de las mujeres para reinventarse desde los escombros.

La maternidad también aparece como un hilo de dolor que une las tres historias. ¿Por qué te interesaba tratarla desde esa perspectiva?

Porque la maternidad no siempre es ternura. Quise escribirla desde el cuerpo, desde la herida, sin romantizarla.

Mis personajes viven maternidades impuestas, dolorosas, que las atraviesan física y emocionalmente. No es un libro “sobre” la maternidad, pero sí un libro donde la maternidad duele, y ésa es una forma de verdad que también necesitamos nombrar.

Finalmente, ¿qué simboliza ese árbol muerto del título?

El árbol es el punto de unión. Es la raíz y la sombra que cobija a todas las voces. En sus ramas están las generaciones, los recuerdos, los silencios. Y aunque parezca muerto, sigue de pie.

A la sombra de un árbol muerto es eso: un árbol que no deja de hablar, incluso desde la muerte.