Antonio Alatorre: quince años sin el gran filólogo mexicano

Antonio Alatorre: quince años sin el gran filólogo mexicano

Hace quince años, México perdió a una de las mentes más lúcidas y rigurosas de su vida intelectual: Antonio Alatorre, filólogo, traductor y ensayista, cuya obra marcó un antes y un después en el estudio del español y la literatura hispánica.

Nacido en 1922 en Autlán de Navarro, Jalisco, Alatorre creció entre lenguas y libros. Desde joven se apasionó por el latín, el griego y las literaturas clásicas, una curiosidad que lo acompañó toda la vida y que se transformó en una carrera ejemplar. Fue profesor, investigador y editor en instituciones clave como la UNAM y El Colegio de México, donde también dirigió el Centro de Estudios Lingüísticos y Literarios durante casi veinte años.

Como editor de la Nueva Revista de Filología Hispánica y colaborador en proyectos junto a figuras como Juan José Arreola y Juan Rulfo, Alatorre combinó erudición con una prosa clara y accesible. Su trabajo no se limitó a los especialistas: logró acercar el estudio del lenguaje a un público amplio, convencido de que la lengua es una ventana a la historia y la identidad de los pueblos.

Su libro más célebre, Los 1001 años de la lengua española (1979), sigue siendo una obra de referencia. En él, Alatorre trazó un recorrido apasionante por la evolución del español desde sus raíces latinas hasta su expansión por el mundo, con un tono tan riguroso como ameno. Esa mezcla de precisión y claridad se convirtió en su sello.

Además de filólogo, fue un traductor excepcional. Vertió al español textos del latín, el griego, el francés y el inglés, y dedicó parte de su vida a estudiar y editar a Sor Juana Inés de la Cruz, a quien consideraba una de las cumbres del idioma. Su mirada sobre la autora novohispana abrió caminos nuevos en la crítica literaria mexicana.

Antonio Alatorre falleció el 21 de octubre de 2010 en la Ciudad de México, a los 88 años. Fiel a su discreción, pidió no ser velado ni homenajeado con ceremonias públicas. Su legado, sin embargo, continúa vivo en sus libros, en sus traducciones y en el ejemplo de su rigor intelectual.

Quince años después, su nombre sigue siendo sinónimo de claridad, exigencia y amor por el idioma. Recordarlo es también una invitación a volver a leerlo, a celebrar el pensamiento que defiende la palabra como el más humano de los patrimonios.