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Entre el desmoronamiento y la memoria: “El hombre en el jardín”, de Gilma Luque

Entre el desmoronamiento y la memoria: “El hombre en el jardín”, de Gilma Luque

En El hombre en el jardín (Hachette Literatura), Gilma Luque ofrece un retrato íntimo y dolorosamente preciso de la fragilidad de la vida cotidiana. La novela narra la historia de Inés, una mujer atrapada en un momento de crisis personal en el que su mundo interior y exterior comienzan a desmoronarse. Lo hace con una prosa minimalista y elegante, donde cada detalle tiene peso y resonancia, y donde la cotidianidad se convierte en espejo de emociones universales.

El detonante de la historia es una discusión matrimonial que trasciende lo trivial: el esposo de Inés, incapaz de cortar definitivamente la relación, decide atrincherarse en el jardín de su casa. Allí, como un habitante inesperado en medio de su propio hogar, comienza a vivir, mientras las estructuras que Inés conocía se derrumban lentamente. La ruptura emocional se entrelaza con la física: las casas del barrio son demolidas por la ambición inmobiliaria, evocando un paisaje urbano que se asemeja a una zona de guerra. Luque convierte así el entorno en un reflejo de la fractura interna de su protagonista, una metáfora potente de la vulnerabilidad humana frente al cambio y la pérdida.

A través de los ires y venires de la memoria, la novela construye un puente entre el presente convulso de Inés y su infancia, marcada por ausencias y abandono, pero también por el amor de los abuelos y momentos compartidos bajo un cielo estrellado. Los recuerdos funcionan aquí como refugio y como espejo: evocan lo que se ha perdido, pero también revelan las raíces que sostienen la identidad de la protagonista.

El hombre en el jardín es, en esencia, una novela sutil y contundente. Su minimalismo narrativo no resta fuerza a la historia; al contrario, cada palabra se siente medida, cargada de emoción, como si la autora hubiera querido que cada frase pudiera sostener el peso de un mundo que se desmorona. Los afectos, el hogar y la memoria se convierten en eje central de la narrativa, recordándonos que incluso en la fragilidad y el cambio constante, hay espacios donde la humanidad encuentra sentido y resistencia.

Con esta obra, Gilma Luque confirma su capacidad de transformar lo cotidiano en literatura de alta intensidad emocional, ofreciendo un relato que conmueve y resuena mucho después de cerrarse el libro.