El triste destino de nuestros niños y jóvenes
Por Sergio O. Schaar
Todo padre y toda madre de familia anhelan que sus hijos menores lleguen a la edad adulta debidamente preparados para triunfar en la vida. Para eso los mandan a la escuela, los ayudan en sus tareas, los premian y motivan para que estudien, sin escatimar esfuerzos ni gastos en su educación.
Ese ideal, lamentablemente, no lo verán realizado los progenitores de la mayoría de los 35 millones de niños y jóvenes de la actual generación de estudiantes, debido a que la pandemia de covid-19 provocó, entre muchos otros males, la pérdida de prácticamente dos años de estudios y desató una secuela de perjuicios que inevitablemente se extenderán hasta su edad adulta, toda vez que:
- a) No ha sido posible recuperar en los salones de clase los conocimientos fundamentales perdidos en ese período.
- b) Se rompió la conexión de buena parte de las enseñanzas vinculadas a los ciclos escolares fallidos.
- c) Ha mermado considerablemente su interés en el estudio, al que muchos no encuentran sentido ni aplicación
- d) Millones de estudiantes han abandonado las escuelas, o su atención está acaparada por los incontables distractores ―dispositivos digitales― que consumen la mayor parte de su tiempo.
En tales condiciones, es de temer que la gran mayoría de nuestros jóvenes y niños llegue a la etapa productiva de su vida sin la posibilidad de aprovechar las oportunidades del mundo moderno, lo que los dejaría constreñidos a los empleos mal remunerados, al comercio informal, la migración legal o ilegal, e incluso la delincuencia organizada.
Inexplicablemente, esta cuestión no figura en la lista de las prioridades nacionales, a pesar de su trascendencia para el país, por la sencilla razón de que sus desastrosos efectos se manifestarán hasta dentro de 10 o 15 años, cuando ya no se pueda hacer nada al respecto.
La solución de este ingente problema que afecta en mayor o menor grado a prácticamente toda la población escolar no está, por desgracia, en las escuelas ni en los profesores, que son insustituibles. Tendrá que ser, por tanto, la sociedad en su conjunto la que asuma la responsabilidad de hacer algo al respecto.
Cada sector tiene algo que ofrecer a este propósito, según sus posibilidades, comenzando por los padres de familia, medios de comunicación, agencias de publicidad, empresas socialmente responsables, organizaciones públicas o privadas que promueven, de una u otra forma, la cultura y la educación.
La información que tanto necesitan los estudiantes para compensar en alguna medida su déficit escolar puede serles transmitida por muy variados medios, de manera fraccionada o secuenciada, dosificada, lúdica y, en lo posible, con algún estímulo para motivar su aceptación.
El daño ya es ineludible, pero está en nuestras manos atemperar la magnitud de los devastadores efectos que tendrá en perjuicio de quienes depende el futuro de nuestro país.+