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“Fauce”, de Tania Tagle: el abismo de una ausencia que no se puede tragar

“Fauce”, de Tania Tagle: el abismo de una ausencia que no se puede tragar

Hay libros que no solo se leen: se respiran con cautela, se sienten como una herida abierta que también arropa. Fauce, de Tania Tagle (Lumen, 2025), es uno de ellos. Una obra que se interna en los corredores más íntimos del duelo y la resiliencia, y que lo hace con una prosa delicada, a ratos filosa, profundamente honesta.

Todo parte desde el quiebre. Un hombre menor de cuarenta años decide quitarse la vida. No hay carta, no hay señales. Solo el silencio que deja atrás, como una fiera invisible. La mujer que lo sobrevive —su pareja, la madre de su hijo de siete años— queda suspendida en un umbral que nadie enseña a habitar: el de explicar lo inexplicable, el de sobrevivir con la palabra como única brújula.

En ese gesto de nombrar lo que duele, Tagle afila su pluma. La elección del título no es casual. “Fauces” es el hocico de la bestia, pero al quitarle la letra final, se revela otra cosa: un borde, un filo incapaz de tragar, como el duelo mismo. Fauce no devora, pero hiere.

El libro no responde a una sola forma. Es elegía, diario, carta de amor, bitácora de crianza. En cada página se cruzan la madre, la escritora, la mujer que resiste. Porque sí: también hay alegría, no como consuelo, sino como forma de rebelión. Hay ternura, incluso en medio del desastre. Hay vida después de la fractura, aunque nadie sepa muy bien cómo se sigue adelante.

Tania Tagle —poeta, ensayista, editora— escribe con el cuerpo, con el corazón y con la mirada puesta en los detalles que muchas veces pasan desapercibidos: el temblor en la voz del hijo, el peso de las palabras que se eligen con cuidado, la violencia del silencio. Fauce es, en ese sentido, un libro profundamente político. No porque levante consignas, sino porque se atreve a hablar de lo que casi siempre se calla.

Lejos del morbo o el dramatismo gratuito, esta obra se instala en un territorio incómodo y necesario: el del dolor transformado en lenguaje, el de la pérdida convertida en memoria, el de la escritura como amuleto.

En tiempos donde se exige seguir adelante a toda costa, Fauce invita a detenerse, a escuchar el eco de lo que ya no está, y a encontrar —en medio de la grieta— una voz que aún tiene algo que decir.