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“Vaya tiempo para estar viva”, de Jenny Mustard

“Vaya tiempo para estar viva”, de Jenny Mustard

El reloj de la gasolinera de Södertälje indica que son las 05:30 a. m. He venido en bus desde la residencia y estoy más que despierta, porque el frío matutino hace que tenga que dar saltitos para entrar en calor. Examino todos los coches que paran a repostar, con el pulgar hacia fuera, en busca de cualquier candidato que me parezca apropiado y que salga de la gasolinera a la autopista en dirección sur. 

Tengo una regla inquebrantable para cuando hago autostop: solo me meto en coches que contengan a una mujer adulta. Nunca voy en coches en los que vaya un solo hombre o varios, en plural. Por desgracia, los coches en los que van un solo hombre o varios son los más dispuestos a parar para dejarme entrar.

El rocío me forma unos círculos oscuros en los zapatos de lona que llevo. Solo estamos en abril, de modo que la hierba no ha brotado aún, pero algunas de las flores más temerarias sí que han llegado ya, blancas o, a veces, amarillas.

Llevo ropa holgada y me he maquillado porque no quiero parecer demasiado joven. Estoy junto a la salida, con la mochila en el suelo a mi lado. Es una ruta bastante fácil en la que hacer autostop, la verdad: o tomo la autopista E4 hacia el interior del país, hasta Helsingborg, o la E22 hacia la costa este, rumbo a Kalmar y luego a Kristianstad. Si vas

temprano es cuando ves a los camioneros. Después de llegar a una de las ciudades grandes, toca arriesgarse en carreteras más pequeñas o pagar el bus que va hasta Åhus, mi pueblo natal en Escania.

Una mujer de mediana edad con hiyab cierra la tapa del depósito y se mete en su Ford gris. Se detiene al verme sacar el pulgar y tengo suerte, porque va hasta Kalmar. Lleva vaqueros

de dobladillo ancho y un bléiser y el coche huele a limpio. El funeral es pasado mañana. Le echo un vistazo al móvil y no tengo ninguna notificación. Lo apago y me lo guardo en la mochila.

 

Cuando fui a Estocolmo para la universidad, también hice autostop. Mis padres me dijeron que fuera en tren e incluso se ofrecieron a comprarme el billete; busqué lo que costaba el

billete a Estocolmo y decidí que prefería esa suma de dinero en mi cuenta bancaria. Mi madre me hizo una transferencia por lo que valía y, aunque no fue la primera vez que le mentí, me sentó bastante mal.

Me acercaron a la estación y me acompañaron hasta el andén. Era finales de agosto y las nubes eran bastante finas. El viento hizo que a mi madre le lloraran los ojos.

—No hace falta que esperéis —dije—. El tren debe de estar al caer.

—Claro que te esperaremos, Siv —me insistió mi padre—. Para despedirnos.

Llevaba un sombrero que tenía que sujetarse cada vez que el viento amenazaba con llevárselo.

—En serio, os podéis ir, ya me las apaño.

Estaba estresada, de modo que sujeté a mi madre de los hombros y le di un abrazo. Tenía la mejilla húmeda por culpa de las lágrimas del viento, lágrimas que no confundí por

unas de verdad porque el viento siempre la hacía llorar.

—Vale, si es lo que prefieres —dijo mi padre.

—Sí, no lo alarguemos más.

Mi padre y yo nos dimos un abrazo tenso y se marcharon tras dedicarme unas palabras de ánimo sobre que fuera a conquistar la capital. Cuando el tren llegó al andén, yo ya estaba en el aparcamiento, a la caza de una conductora que fuera en dirección norte.

Era la primera vez que hacía autostop y fue todo un éxito, la verdad. A pesar de que me llevó media vida llegar a Estocolmo, pasé por dos rutas turísticas y la emoción que me embargaba hacía que quisiera que no terminara nunca. Algunas ponían música rock a todo volumen, otras decían cosas rarísimas y una hasta era criadora de gatos caros, así que el viaje fue una pasada de una forma que no me habría ni imaginado. Y tenía seiscientas coronas más en la cuenta bancaria, para colmo. La idea era que, si iba a convertirme en una nueva persona en Estocolmo, necesitaba algo que indicara esa metamorfosis, y en aquel momento nada me pareció más simbólico que un nombre nuevo. Aquel día me convertí en Sickan Hermansson y dejé a Siv abandonada en algún lugar de Vaggeryd, en la autopista E4.