Select Page

Sobre la injusticia, la intolerancia y el destino: cuatro poetas

Sobre la injusticia, la intolerancia y el destino: cuatro poetas

Jorge Fernández Granados 

La historia de la literatura está llena de injusticia. Tal vez la primera de sus causas es la que provoca la ignorancia. Pero la peor de todas seguramente es la injusticia deliberada y sistemática, el acto de acallar, a través de todos los recursos disponibles, a un disidente, a un antagonista que con su presencia desafía o demuestra el error de quien detenta el poder; es decir: la intolerancia.

       Uno de los ejemplos más imborrables de la intolerancia fue el alcanzado por el régimen de Josef Stalin en la Unión Soviética durante la primera mitad del siglo XX. El destino, llamémoslo así, de toda una brillante generación, cifrado en cuatro de los mayores poetas y escritores rusos de aquel tiempo es en sí mismo, tristemente, un muestrario de las estrategias de la aniquilación. 

       Aquí un breve repaso de lo que vivieron Ana Ajmátova, Boris Pasternak, Osip Mandelshtam y Marina Tsvetáyeva. 

       Ana Ajmátova (1889-1966) es considerada una de las cumbres de la poesía en lengua rusa del siglo XX. De origen ucraniano y educación rigurosa, supo liberarse desde muy pronto de todo yugo familiar, político o artístico. Su vida fue un largo derrotero de perseverancia y desengaño que atravesó la caída de la monarquía zarista, la Revolución Rusa, dos guerras mundiales y por lo menos veinte años de la denominada Guerra Fría. En el tiempo que le tocó existir, fue testigo de persecuciones, desapariciones, condenas y muertes realizadas sobre prácticamente todo su entorno, producto del terror estalinista. Su primer esposo, el poeta Nikolai Gumilev, fue ejecutado y su único hijo, Lev, estuvo varias veces preso. El último heroísmo y la silenciosa tragedia de Ajmátova fue sobrevivir al estalinismo para contar su horror cuando este eventualmente finalizara. Y lo logró, por lo menos con un gran poema titulado Réquiem. 

       Boris Pasternak (1890-1960) es uno de los escritores rusos más conocidos, principalmente por una novela: Doctor Zhivago y por haber recibido el Premio Nobel en 1958; sin embargo, tanto su vida como su obra antes de esa cúspide de celebridad resultan poco consideradas. Lo más paradójico es que fueron precisamente esa única novela escrita por él y el Premio Nobel recibido apenas unos meses después lo que precipitaron su condena en su patria natal. Nacido en medio de un ambiente de artistas y escritores, Pasternak gozó de una educación esmerada. Fue distinguido desde sus primeros libros y ya era considerado uno de los más destacados poetas de su país hasta que, tras el ascenso del régimen soviético, decidió tomar distancia y cuidarse de lo que publicaba, pues fue testigo de primera mano de las consecuencias que podía traer la intolerancia del gobierno. Su novela Doctor Zhivago fue publicada en Italia, pues sospechaba que no sería del agrado de las autoridades de su país. En una irónica jugada del destino, cuando Pasternak ganó el Premio Nobel, fue obligado a renunciar a éste por el gobierno soviético. Murió apenas dos años después, en medio de la mayor humillación a la que pudo haber sido sometido como escritor. 

       Osip Mandelshtam nació en 1891 en Varsovia, por aquel entonces parte del Imperio Ruso. Pasó su infancia y su juventud en San Petersburgo, donde estudió literatura y más tarde fue uno de los fundadores del movimiento acmeísta. Marginado de la sociedad y de los lineamientos estéticos surgidos después de la Revolución Rusa, fue haciéndose cada vez más crítico y desengañado del régimen soviético, hasta que, en 1934 fue arrestado, supuestamente por escribir una oda satírica contra Stalin.  Acusado de actividades contrarrevolucionarias, fue confinado en el campo de concentración de Voronezh y murió allí en 1938. Su obra es breve y poderosa. Es la obra, en el fondo, de un sobreviviente, puesto que es un poeta que sólo fue salvado milagrosamente del olvido por Nadezhda, su esposa, y la memoria de un puñado de amigos y lectores. 

       Marina Tsvetáyeva nació en 1892. Su madre era pianista y su padre fue el fundador del Museo Pushkin de Moscú. Si bien sus primeros años transcurrieron con estabilidad, pronto la situación política y económica repercutió en su vida de modo adverso, al grado que perdió a una de sus hijas por inanición en un orfanato. Después de la Revolución Rusa tuvo que exiliarse y vivió en Berlín, Praga y Francia, donde permaneció hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial. A su obligado regreso a la Unión Soviética, su marido Serguéi Efron y su hija Ariadna fueron arrestados. Al primero lo fusilaron y a la segunda la recluyeron durante años en un gulag. La obra de Tsvetáyeva fue casi desconocida hasta la década de los años 60. Se suicidó en 1941.

     La intolerancia, concluimos, en cada uno de estos casos, no se evidencia necesariamente como violencia directa, sino que puede adquirir formas más perversas, como el miedo, la coerción, la autocensura y la humillación pública.  Y, si el poder hizo todo lo posible por destruir o borrar estas presencias y sus obras, ¿por qué han sobrevivido y están hoy al alcance de quien las busca o se interesa en ellas? Creo que la respuesta es breve: están todavía aquí porque lo que dicen y lo que representan es más fuerte que la censura, la violencia y las prisiones de los verdugos; que el kafkiano laberinto de los Estados. Como si se tratara de una energía encriptada, lo que fue depositado allí es capaz, de un modo u otro, de la resurrección.

Jorge Fernández Granados es poeta y ensayista. Con “Materia oscura”, acaba de obtener el V Premio Internacional de Poesía de Fuente Vaqueros, Granada, El duende, ¿dónde está el duende?, 2025