El Colegio Nacional abre sus puertas al cine con la llegada de Alejandro González Iñárritu
El cine —esa forma de arte que mezcla luz, sombra y alma— ha encontrado por fin un espacio en El Colegio Nacional. Alejandro González Iñárritu, uno de los cineastas más audaces y complejos de las últimas décadas, ha sido nombrado miembro de esta institución que desde 1943 ha resguardado las voces más lúcidas del país. Su incorporación no es solo simbólica: es histórica. El arte cinematográfico, por primera vez, se sienta en la mesa del saber.
“Recibo esta distinción con asombro, gratitud y responsabilidad”, dijo el director de Amores Perros y Birdman, cuya obra ha recorrido el mundo con una mirada que desarma lo establecido, cuestiona lo humano y convierte la imagen en pensamiento. En sus palabras, el cine no es solo espectáculo: es reflexión, lenguaje, memoria.
Cristina Rivera Garza, presidenta en turno del Colegio, lo resumió con precisión: “En estos tiempos graves que vivimos, González Iñárritu es una voz que nos hace mucha falta”.
Con más de cinco premios Óscar y una trayectoria que ha cruzado fronteras tanto estéticas como geográficas, Iñárritu se ha consolidado como uno de los cineastas más influyentes del mundo. Su cine narra con crudeza y lirismo lo que duele, lo que migra, lo que persiste. Y ahora, desde El Colegio Nacional, su mirada se une al coro de voces que piensa el país desde la ciencia, las artes y las humanidades.
La elección de Iñárritu no solo honra su trayectoria: renueva el espíritu del Colegio. Abre una grieta luminosa por donde el cine puede entrar y dialogar, con rigor y belleza, sobre el presente. Porque el arte, como bien sabemos, también es una forma de conocimiento. Y su cine, hecho de preguntas y silencios, de exilio y raíz, de vértigo y verdad, no podía quedar fuera del relato intelectual del México contemporáneo.