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A la sombra de un árbol muerto: la memoria que germina entre raíces heridas

A la sombra de un árbol muerto: la memoria que germina entre raíces heridas

En A la sombra de un árbol muerto, Mónica Rojas abre un cofre de historias enterradas bajo la tierra y la sangre. Desde el Santander del siglo XIX hasta los Altos de Jalisco, su novela respira como un árbol antiguo, cuyas ramas son generaciones enteras y cuyas raíces se hunden en el barro de la migración, la pérdida y la resistencia.

Es 1873. Magdalena y Juan viven bajo el peso de un matrimonio sin hijos y sin fortuna. El aborto, como un luto perpetuo, los empuja lejos de su tierra natal. Emigran a México persiguiendo una esperanza que pronto se tiñe de polvo, pobreza y violencia. Entre plegarias, conjuros y silencios, se teje la trama de una familia que carga sobre los hombros la historia de dos continentes.

Rojas escribe con una voz que parece venir de las cocinas viejas, de los patios donde las mujeres rezan en voz baja mientras amasan pan. Su prosa, sobria y luminosa, se enciende con destellos de realismo mágico: rezos que se confunden con conjuros, recuerdos que se vuelven presagio, amores que sobreviven a la guerra y al hambre.

En lugar de levantar estatuas de héroes, la autora elige mirar de cerca a los que nunca aparecen en los libros de historia: mujeres que sostienen casas enteras con sus manos, hombres que trabajan hasta que el cuerpo no responde, hijos que crecen con la nostalgia como herencia.

A la sombra de un árbol muerto es una saga que se despliega como un bordado: puntada a puntada, con la paciencia de quien sabe que el tiempo es un río lento. Es una novela sobre la emigración, sí, pero también sobre aquello que florece incluso cuando parece imposible: la memoria que no se resigna, la voz que se transmite como un eco, el amor que se agarra a la vida aun en medio de la tormenta.

No es solo una historia para leer: es un canto que, una vez escuchado, se queda resonando mucho después de cerrar el libro.