Jane Austen, la fashion icon de la Regencia
Si hoy viviera Jane Austen, sería una fashion icon. La afirmación no es trivial ni gratuita porque, lo aprobemos o no ⎯según nuestro puritanismo cultural⎯, sus personajes están tan profundamente vinculados al vestido estilo imperio que es casi imposible separarlos. Su escritura observadora, ya conocida al delinear los paisajes, nos aporta descripciones de los vestuarios igual de relevantes que las mismas emociones. Por eso resulta lógico que el uso de la vestimenta en sus novelas haya sido objeto de estudios de académicos e historiadores, y que sus personajes hayan inspirado casi todas las películas o producciones televisivas centradas en el periodo de la Regencia, aun aquéllas que ni siquiera tomaron como punto de partida su obra, como la actual y famosa serie Bridgerton, basada en las novelas de Julia Quinn. Pero Austen, tan incomparable como era, no podría equipararse con una influencer de moda que se limita a postear en Instagram videos acerca de lo que la gente viste en su día a día. Ella siempre iba un paso más allá: concebía la moda como una forma estética y un vehículo para criticar la frivolidad de una sociedad que sólo se preocupaba por su apariencia. Buen ojo y espíritu crítico, ambas características necesarias para marcar tendencias de estilos, sí, pero, sobre todo, para entender la moda como un fenómeno de comunicación social.
A pesar de lo que dice la historia, en dejar una impronta del estilo de época, Austen le ganó a Josefina Bonaparte la partida. Si bien la segunda popularizó el vestido ceñido debajo del busto desde el cual caía una falda lisa y recta ⎯por eso en parte se le conoce como vestido imperio⎯, los personajes femeninos de la escritora hicieron de esta prenda el emblema de lo que hoy llamaríamos el outfit de la Regencia, cuya evolución de lo clásico a lo romántico atestiguó la misma Austen, como describen la bloguera Vic Sanborn, en sus sitios web dedicados a Jane Austen, y la historiadora y curadora de moda, Hilary Davidson, en Dress in the Age of Jane Austen (Yale University Press, 2019).
Con fuertes cargas simbólicas, pues se inspiró de la antigüedad clásica, al inicio el vestido imperio tenía siluetas suaves y redondas, debía ser sólo blanco, con pliegues completos, mangas rectas hasta el codo, sin ornatos. Después incorporó adornos con bordados de símbolos griegos y romanos; pero, en 1804, con el regreso de Napoleón de Egipto, reflejó la influencia oriental. Con el tiempo, debido a la guerra entre Inglaterra y Francia, disminuyó la huella francesa y la moda británica adquirió su propia personalidad. Entre 1808 y 1814, las líneas inglesas se alargaron y las decoraciones se nutrieron del movimiento romántico. Los vestidos exhibían elementos que hicieron eco de los períodos gótico, renacentista, tudor e isabelino: bordes con volantes, puntos de encaje de Van Dyke, filas de pliegues en los dobladillos y los cuerpos, y mangas hinchadas.
El estilo de la Regencia evolucionó y estuvo compuesto por una variedad de accesorios cuya predominancia fue discontinua. Para los hombres: los chalecos de un solo pecho, los uniformes militares, los pantalones largos; y, para las mujeres: las muselinas de algodón, las mangas abullonadas, las cinturas altas, las cintas debajo del busto, las chaquetas cortas estilo Spencer, las cofias, el chal, los guantes largos y, por supuesto, el corsé. Una prenda que, por la rectitud de la falda, en un principio era innecesaria para resaltar la cintura, pero que en 1811 se reincorporó con una nueva forma y un nuevo propósito: acentuar el escote, como un predecesor del sostén actual; aunque después esa nueva práctica también cayera en desuso. De la misma manera, en las novelas de Austen, las descripciones de vestimenta, que se centran sólo en algunos elementos, sobre todo en las prendas exteriores y los ya mencionados accesorios, narran la versatilidad de las preponderancias. Esto explica que los vestidos o el llamado gown ⎯de mañana, de día, de noche y de baile⎯, como prenda principal del guardarropa femenino, ocupen un espacio descriptivo central en sus narraciones; mientras que el corsé se mencione tan sólo en sus cartas ⎯si bien el imaginario colectivo lo vincula irremediablemente a sus novelas y personajes.
Y es que la escritora, con la capacidad de observación de toda fashion influencer, no fue indiferente a los cambios en la moda de su época. Al fin y al cabo, la vestimenta es una representación tangible de las evoluciones de los usos y las costumbres y éstas, a su vez, de las transformaciones sociales. Por eso, en sus personajes ⎯cuyas ropas se describen con precisión⎯ y en sus textos personales ⎯como las múltiples cartas que escribió, la mayoría dirigida a su hermana mayor, Cassandra, su gran confidente y quien inspiró personajes como Jane, cómplice de Elizabeth en Orgullo y prejuicio, o Marianne, la contracara de Elinor en Orgullo y sensatez⎯, Austen da al lector claves para entender la evolución histórica del vestido de la Regencia y sus implicaciones en la vida diaria de las mujeres.
En una de sus epístolas, compiladas en Lejos de Cassandra (Altamarea, 2021), menciona aliviada: “Supe gracias a la joven de la tienda de la señora Tickars algo que me alegró mucho, que los corsés ahora ya no se hacen para realzar el pecho; era una moda muy impropia y antinatural. Me alegré mucho de saber que los hombros no tienen que estar tan descubiertos como antes”. Austen vivió de 1775 a 1817, un periodo marcado por desarrollos significativos en la política, la industria y la sociedad en general: desde el creciente interés por las culturas de la antigua Grecia hasta el surgimiento de los ideales de la democracia en contraposición con la monarquía; de modo que nadie negará que las numerosas observaciones que hizo sobre la moda de su época son de un significativo valor histórico, pues nos permiten imaginarnos lo que algunos llaman la historia chiquita, o la historia de lo cotidiano, de las costumbres, de los detalles, de la gente común. Y, como las novelas de Austen dejan claro, no hay una vida “más representativa” que otra cuando se trata de entender la dinámica social y cultural de un periodo.
No en balde sus descripciones se han empleado para la recreación de innumerables piezas teatrales, fílmicas y televisivas situadas en la época de la Regencia. Incluso cuando en las adaptaciones cinematográficas las elecciones de vestuario se toman licencias y vuelven algunas prendas históricamente imprecisas ⎯la curadora Marlise Schoeny, de la Ohio History Connection, advierte que la mayoría de las investigaciones de vestuario de los libros de Austen se basa en la fecha de publicación del texto y no en el momento en que fueron escritos⎯, cualquiera que vea a la Elizabeth Bennet de Orgullo y prejuicio en el vestido de encaje blanco estilo imperio que usó Keira Knightley para personificarla en la adaptación de 2005 de Joe Wright ⎯y que, con los años, la actriz ha reusado en versiones más contemporáneas⎯, no podría negar que Jane Austen es la verdadera fundadora del actual Regencycore. Si vamos aún más lejos, seguramente sin predecirlo, Jane Austen legó al año 1995 una estética visual llamada Austenmanía, inaugurada con el estreno de Orgullo y prejuicio, serie protagonizada por Jennifer Ehle y Colin Firth, producida por la bbc, y con la Emma moderna de la película Clueless.
Como advertimos, las referencias a las vestimentas de la época no están solo y sustancialmente en las obras literarias de Jane Austen, también permearon su vida cotidiana, en la que su mirada desinhibida la llevó a desarrollar una pasión por la moda y su estética. Sin embargo, este aspecto está menos desarrollado entre expertos y curiosos, tal vez en aras de salvaguardar, absurdamente, la imagen de la autora como una escritora alejada de las “frivolidades” o tal vez porque en sus textos personales, como los de género epistolar dirigidos a su hermana mayor y confidente, es donde se entrevé el lado más privado, lúdico y mundano de Austen: desde sus quejas sobre el precio del té, pasando por las obras de teatro que fue a ver, hasta, desde luego, sus más recientes compras de sombreros y telas para hacerse vestidos. En una carta fechada el 5 de mayo de 1801, por ejemplo, Austen habla así de sus propias elecciones de vestimenta: “La Sra. Mussell tiene mi vestido, y me esforzaré por explicar cómo piensa hacerlo. Será un vestido redondo, con una chaqueta y un frente fruncido, como el de Catherine Bigg, que se abre hacia un lado. La chaqueta irá unida al cuerpo y llegará hasta la altura de los bolsillos […]”. El pasaje para algunos puede mostrar la faceta considerada más frívola de la escritora, pero éste y otros son ventanas indiscretas y valiosas a su vida íntima y su propio contexto social, del cual ella tampoco podía deslindarse. Para la nobleza terrateniente de clase media, o los llamados gentry, posición social a la que la autora pertenecía, la fortuna, la apariencia y el matrimonio eran cruciales.
Jane Austen además es una especie de socióloga de sus tiempos. Al estilo de Pierre Bourdieu ⎯creador del concepto habitus, según el cual nuestro sistema de percepciones no es individual, sino que está influido por el contexto cultural y social de cada uno, en otras palabras, que nuestros criterios estéticos dependen de nuestra clase social⎯, la escritora advierte cómo las élites británicas de inicios del siglo xix adoptaban gustos que consideran superiores para diferenciarse y mantener su estatus. Una muestra clara la tenemos en el capítulo 7 de Orgullo y prejuicio, cuando se describe que, mientras acompañan al señor Collins al pueblo de Meryton, las hermanas menores Bennet, Lydia y Kitty: “No tenían ojos más que para buscar oficiales por las calles. Nada, a excepción de algún sombrero de veras elegante o cierta muselina de moda, logró atraerlas”. En esta escena de apariencia inocente para un lector incauto, Austen hace un contrapunto en los tipos femeninos de los personajes que es, en realidad, una crítica a la superficialidad y educación de las mujeres de la época. En ese pasaje, Lydia y Kitty representan a las jóvenes mal educadas, frívolas y guiadas por el impulso de exhibirse socialmente. Líneas como ésta demuestran que para Austen la moda en sus novelas no se trata sólo de un elemento “decorativo”, sino que cobra un sentido y un propósito más amplios.
Imaginemos a una joven Jane Austen como la vestuarista de Shonda Rhimes, productora de las icónicas series para los amantes de la moda Sex and The City, Gossip Girl y la ya mencionada Bridgerton. O bien, como la instagramera que postea fotos y entradas en las que observa y analiza el estilo cotidiano con una mirada crítica, en las que la ropa no es sólo ropa, sino lenguaje simbólico y testimonio histórico. Una precursora de los análisis sobre moda y consumo que mucho después teorizarían pensadores como Bourdieu, Lipovetsky, Barthes o König. O también como la inspiración de lo que hoy son Zadie Smith, Joan Didion, Sylvia Plath, Patti Smith, George Sand, todas escritoras monumentales e íconos de estilo casi sin quererlo.
A los puristas les advertimos que en Jane Austen reconocemos primero a una gran escritora. Llevarla al terreno de la moda y llamarla fashion icon no es minimizar la grandeza de su obra, al contrario, es evidenciar la representatividad cultural y estética que hoy tiene en películas, series, pinturas, ropa. El vestuario de las diversas adaptaciones visuales de sus novelas, en las que la vida social giraba en torno a bailes y reuniones, se han quedado grabados en el imaginario pop y han dado mucho de qué hablar a historiadores, así como a articulistas de revistas como Vogue y Harper’s Bazaar. Porque dos siglos después Jane Austen aún marca tendencias, algo de lo que ninguna otra fashion icon puede jactarse.+
Adriana Romero-Nieto es editora, traductora y escritora. Licenciada en Literatura Latinoamericana por la UIA y maestra en Edición por la Universidad de Borgoña, Francia. Su trabajo se ha publicado en antologías y en diversos medios nacionales.