Kim Manresa y su mirada íntima a los Nobel de Literatura
Conversamos con Kim Manresa (Barcelona, 1961), fotógrafo español reconocido por su enfoque humanista y documental. Durante más de dos décadas ha retratado a premios Nobel de Literatura, pero también ha explorado la vida cotidiana, la cultura y los derechos humanos. En su libro El otro Nobel (Debate, 2025), reúne retratos acompañados de relatos que muestran el lado más íntimo de escritores galardonados con el Nobel.
¿Cómo surgió la idea de El otro Nobel y cómo comenzó el proyecto?
Nació de forma casual mientras trabajaba en un proyecto sobre educación global y lenguas maternas que me llevó a visitar más de cien países. Propuse a Xavi Ayen, periodista de La Vanguardia, que José Saramago y Kenzaburō Ōe escribieran sobre el derecho a la educación. Él sugirió entrevistarlos, pero yo quería algo distinto: convivir con ellos en su entorno cotidiano..
El primero fue Ōe, en Tokio: tomamos té en su casa, conocimos a su hijo, paseamos por templos y terminamos en una taberna. Luego vino Saramago, en Lisboa, y después García Márquez en México, quien no concedía entrevistas desde hacía años. Finalmente nos recibió, enfermo pero lúcido, y confesó que había dejado de escribir. Siguieron Gordimer en Sudáfrica —nos llevó a la cárcel donde estuvo Mandela— y Wole Soyinka en Nigeria, que nos condujo a las montañas donde se ocultó durante la dictadura. Con Orhan Pamuk logramos una exclusiva mientras enfrentaba acusaciones de traición en Turquía. Cada encuentro fue una aventura distinta.
Tu fotografía está muy ligada al activismo y a una mirada política. ¿Qué te interesa transmitir cuando retratas a estas personas?
Siempre me ha interesado contar historias humanas. No distingo entre un Nobel, un ministro o el frutero de mi barrio. Más que retratar el sufrimiento, busco mostrar la humanidad. En el caso de los Nobel me concentro en las manos, porque son las que escriben. Las manos revelan si alguien ha trabajado, sufrido o escrito mucho.
¿Cuánto tiempo te llevó realizar el proyecto?
Es el más largo de mi carrera. Empezó hace veinte años con tres escritores y cada año se sumaba uno nuevo. Hoy, más de la mitad han fallecido.
¿Cuál es tu método de acercamiento con los escritores?
Muchos nos advertían que algunos no soportaban las entrevistas, pero todos fueron generosos. Cuando comprendían que pasaríamos un día entero con ellos, se relajaban. Algunos ni sabían que iría un fotógrafo: Gordimer se sorprendió, pero me dejó trabajar; Toni Morrison quiso ir primero al peluquero; con Szymborska terminamos bailando con máscaras y bebiendo ron. La clave es el respeto y la confianza mutua.
Mencionas las máscaras y objetos que coleccionas. ¿Qué historia hay detrás?
Durante años reuní alfombras y máscaras africanas hasta que mi casa parecía un museo, entonces las regalé. Luego me fascinó coleccionar resorteras africanas; tengo unas seis mil. Cuando nació mi hija comencé a traerle muñecas hechas a mano: de México le llevé una de maíz y una Catrina; en Polonia, Szymborska le obsequió una de madera y la llamó “muñeca Nobel”. Cada objeto guarda una historia y un lazo con las personas que conocí.
Has trabajado en contextos difíciles. ¿Cómo manejas la tensión entre tu seguridad y la necesidad de documentar?
Todo se basa en el respeto y la paciencia. En Bangladesh, con mujeres quemadas con ácido, llevé pinturas y telas; jugamos y reímos para retratar sonrisas en lugar de dolor. No me interesa la técnica ni la cámara, sino el mensaje. Esas experiencias me enseñaron a acercarme a los escritores desde la empatía.
¿Cómo influyeron esas vivencias en tu trabajo con los autores de El otro Nobel?
Trato a todos por igual: escritores, comerciantes, ministros, todos merecen la misma atención. Los primeros Nobel que entrevistamos —Gordimer, Saramago, Soyinka— eran luchadores sociales; sus causas resonaban con mi trabajo en derechos humanos. Pero el mundo ha cambiado: antes los autores eran accesibles, sin redes sociales ni intermediarios. Hoy, la comunicación se ha vuelto impersonal. Algunas entrevistas recientes, como la de Han Kang, fueron por Zoom, algo impensable hace años.
Para finalizar, ¿qué consejo darías a las nuevas generaciones de fotógrafos y periodistas?
Que dejen de ser superficiales. Vivimos rodeados de redes sociales, pero falta compromiso. Antes, sin internet, salíamos a buscar historias; ahora todo se queda en la pantalla. Los periodistas deben mirar más allá del titular y del like. En mis clases veo estudiantes expertos en redes, pero sin noción de conflictos como Gaza o Ucrania. Hay que recuperar la curiosidad y la paciencia.
También hay que tener cuidado con la inteligencia artificial. Es poderosa, pero peligrosa: puede manipular imágenes y noticias. Hace poco, una foto generada por IA ganó un concurso y el propio autor confesó que no era real. Eso demuestra la urgencia de poner límites y volver a lo humano.+
