Benvingut

Benvingut

Por Jorge F. Hernández 

Olvidamos que en la punta del cerro del Tibidabo el mismísimo Diablo le mostró el mundo entero al Nazareno, hijo de un carpintero, como una bendita tentación y desde esas nubes quedamos azorados en contemplación aérea de un damero perfecto a orillas del mar, cuadriculado por perfectas parcelas ochavadas para que cada cuadra parezca colcha tejida a ganchillo, cruzada y asaeteada por diagonales interminables.

He llorado en la playa de Barcelona donde creí olvidar que sobre esas arenas cayó vencido Don Quijote por la lanza del Caballero de la Media Luna, que era no menos que el bachiller Sansón Carrasco, lo que lo obligó a volver al sosiego y silencio de un lugar en La Mancha. En esas mismas playas amanecí juergas infinitas de vidas pasadas, que ya en sobriedad me permiten confirmar la real dimensión de las andanzas hipnóticas por callejones góticos de un microcosmos medieval, la madrugada al filo de una catedral en medio del mar y la ronda de sombras en el barrio chino. Me he dejado guiar por el caballero andante batallador de dragones, santo patrón de fabuladores anónimos, y he llorado derrotas blancas en un campo blaugrana. San Jorge de Capadocia en Cataluña y San George Orwell en la total solidaridad heroica con tinta como sangre en homenaje. Me he cabreado con una intransigencia que le escuché a Pablo Neruda en el muelle hacia el exilio y he visto los cielos de Cataluña moteados por aviones alemanes que ametrallaban a peregrinos desarmados en su camino a los Pirineos y parece que he viajado de estraperlo en el capó de coches descontinuados para cruzar la frontera por Cataluña para ver películas prohibidas en España.

Sería fantàstic que no olvidásemos versos catalanes de Joan Manuel Serrat y las peripecias de un detective llamado Pepe Carvalho. La misma ciudad entera vestida de blanco y negro cuando se convirtió en nido y nudo de un estruendo literario que sigue efervescente y memorizar así el alivio de desembocar noséquétantas ramblas para llegar al claro cubo abierto de una plaza con palmeras. Sería fantàstic que pudiéramos ir por la vida, meándonos de la risa, todos los días por una ciudad capital de toda una comarca incomprensible e inabarcable donde se entrelazan tantas enrevesadas verdades que nos hermanan y separan a todos los extraños en Catalunya… y todos los que extrañamos Barcelona. Sería todo un detalle que todos me entendieran el español de Anáhuac y yo digerir sin traducción las muchas melodías de la bella lengua que, habiendo sido injustamente excluida durante décadas, parece a veces engreírse y optar más por la separación que por la ecuménica unión que reclaman sus costas y montañas. Por lo mismo, olvidamos que la recién imperante intolerancia a las corridas de toros brota de una lamentable amnesia taurina que intenta borrar de la memoria del mundo que en Barcelona hubo hasta tres plazas monumentales que ofrecían, a un mismo tiempo, el polémico e inexplicable arte donde se juega sobre la arena la vida y la muerte, sangre y sonaja, ahora prohibido, donde ondea la señera de franjas gualda y grana (como capote colgado en burladero) pues se ha cancelado la tauromaquia à la española, mas no el toro dels bous (pleonasmo de toro del buey) donde la tribu lancea repetidas veces a un burel atado por los cuernos encendidos con fuego… pero toda discusión cultural merece tiempo y sobremesa para que el debate sea constructivo y no restrictivo y tajante. Sobre todo porque no merece olvido la conciencia más fina y pura de Cataluña y de madrugada hay que cerrar los ojos y volver siempre al más raro templo para una familia sagrada que parecía interminable refugio y asilo para millones de fieles que no lo visitan para rezar.

Hablo de que no tiene perdón quien ordenó bombardear sus rúas y ramblas; no tiene vergüenza el hipócrita que alzaba el brazo como nazi en medio del polvo y la pólvora de uno de los últimos valientes bastiones contra el fascismo y hablo de que resucita de las cenizas un Palau invaluable de la mejor música posible y un alargado bulevar donde las flores hacen pasillo a todo paseante, párrafo y página que viene andando por la vereda siempre con la imaginación encendida y la memoria intacta.

Benvingut a Guadalajara y moltes mercès.

Collage digital por Sofía Grivas.

Jorge F. Hernández es escritor, periodista y aforista. Nació en 1962 y, desde entonces, no ha parado de contar historias.