Escribir el tiempo: Marco Antonio Mendoza Bustamante y la historia como destino
Una charla con el autor que convierte el pasado en una conversación viva
Entre los estantes de Librerías Gandhi, donde los libros murmuran historias detenidas en el tiempo, conversamos con Marco Antonio Mendoza Bustamante, un autor que ha hecho de la historia no un dato, sino una experiencia compartida. Licenciado en Derecho, periodista, locutor, maestro en docencia y doctorante en Políticas Públicas con especialidad en Historia del Arte, Mendoza Bustamante ha tejido una trayectoria en la que literatura, pensamiento crítico y vocación social se entrelazan con una pasión: contar la historia como si aún estuviera ocurriendo.
Publicados por Panorama Editorial, sus libros —De la peste negra al coronavirus, Maximiliano y Carlota, Venustiano Carranza, entre otros— buscan devolverle a la historia su pulso humano. Lejos del bronce o del mármol, Mendoza se interesa por narrar a figuras como Carranza, Carlota o Maximiliano desde sus contradicciones, sus decisiones, sus errores. “No busco juzgarlos, sino comprenderlos”, nos dice. Y en ese acto de comprensión se revela también una forma de entendernos a nosotros mismos como país.
Desde su infancia en Tulancingo, Hidalgo —donde escribió su primer libro a los 18 años— hasta su compromiso con la difusión de la lectura en bibliotecas públicas, su obra es una apuesta por acercar el pasado a las nuevas generaciones. Mendoza escribe con la convicción de que la historia no debe sentirse como una lección, sino como una conversación viva, cercana, íntima.
Durante la pandemia, esa urgencia por narrar lo colectivo desde lo humano lo llevó a escribir De la peste negra al coronavirus, un libro que traza paralelismos entre las grandes crisis sanitarias del mundo. “Miedo, desinformación, esperanza: los mismos patrones se repiten. Escribir ese libro fue mi manera de encontrar sentido en el caos”, explica.
La memoria oral también ocupa un lugar central en su mirada. Su bisabuela, que no sabía leer ni escribir, le contaba historias de la Revolución con una fuerza narrativa que ningún documento podía igualar. “La historia no sólo está en los archivos, también vive en la gente común”, afirma. De ahí su respeto profundo por las voces ciudadanas y por la historia que se escribe desde abajo, desde las plazas, las calles, los hogares.
Hoy, mientras trabaja en una nueva investigación sobre Agustín de Iturbide, Mendoza lee El infinito en un junco, de Irene Vallejo, libro con el que se siente profundamente identificado: los libros como puentes, como territorios de resistencia, como herencias que se transmiten de generación en generación.
Cuando le preguntamos cómo quisiera que los jóvenes se acerquen a sus libros, responde sin dudar: “Con curiosidad y sin miedo. La historia no es tarea escolar, es identidad. Si logramos que un solo joven abra un libro y se haga preguntas, la historia sigue viva. Y México también.”



