El Rock a través de la noche
La noche es una fiesta larga y sola.
“Casi juicio final” Jorge Luis Borges
Se dice que cuando uno es adulto no es nativo de la cultura de la noche. Ésta ya pertenece al consumo cultural de la juventud. Acercarse, pues, al mundo de la noche requiere aceptar la existencia de este hecho como algo cultural.
Estudiar los vínculos emocionales con la dinámica social y humana que, de manera significativa, se generan y reproducen: amar ese instante que surgió durante un estado nocturno.
Muchos de los lugares donde abundan estas historias han cambiado por razones económicas, políticas o sociales, y esto se ve reflejado en sus calles, en la arquitectura, y más aún: en su ritmo y en el uso que hacen de ella sus habitantes.
Es durante la noche que nos encontramos con nuestros verdaderos deseos; cuando reflexionamos sobre nuestros momentos de felicidad, de tristeza y todos aquellos anhelos que se ven momentáneamente tapados por la luz del sol. ¿Por qué indagar acerca de la noche?
Miedo, horror u oscuridad no tienen por qué ser sinónimos de la noche. Ésta muestra el lado más desinhibido y apasionado de los seres humanos, donde se excavan los rincones ocultos de la mente; nos permite obtener un distanciamiento del tiempo reglamentado. Ese tiempo conquistado a contracorriente de las costumbres y de los hábitos, que parece propicio e idóneo para crear, para obtener un empuje hacia la irrealidad de los excesos y el hedonismo, pero también para ampliar las posibilidades de ser, para la fantasía y la intensidad de la música.
El rock & roll siempre ha estado ligado a un carácter nocturno, donde resplandece la promesa de la fiesta a avanzadas horas de la madrugada; lo mismo que quiere situarse en ese lapso opuesto, donde la autoridad duerme. A lo largo de la noche, el clima festivo y caótico del rock necesita un tiempo y espacio propios. El artista, y en este caso algunos músicos, puede conducirse ágilmente por estos caminos de la noche, ya que como dijera Friedrich Nietzsche: “Todo el arte proviene del caos, y el artista debe albergar dentro de sí al caos para dar a luz a una estrella danzante”.
Lemmy Kilmister y Ozzy Osbourne son caballeros de la noche y líderes indiscutibles de dos de las bandas más ruidosas que ha dado el rock: Mötorhead y Black Sabbath. Ambos han llevado sus excesos al límite. “Mientras a unos les hace daño beber, a mí me ayuda a cantar mejor”, comentaba el vocalista de Mötorhead en su documental Lemmy: 49% Motherfucker, 51% Son of a Bitch, dirigido por Wes Orshoski y Greg Olliver en el 2010, donde además cuenta innumerables anécdotas y nos deja ver su lado noble y encantador al finalizar sus conciertos y regresar a casa. Por otro lado, Ozzy Osbourne relata en I am Ozzy (confieso que he bebido), aquella ocasión cuando tocaron la noche de un 24 de diciembre en Cumberland, en el Wigton Market Hall, ubicado al lado de un hospital psiquiátrico de mujeres, el cual, con motivo de los festejos navideños, permitió a las internas ir a bailar; la sorpresa para los integrantes de Black Sabbath fue presenciar esa “colección entera de chifladas” (como las calificó el propio Ozzy) apretadas en ese lugar escuchando los riffs de “N.I.B.”, para finalizar cantando “Give Peace and Chance”, de John Lennon. Todo un caos. Pero también fue durante una noche cuando la fama les sonrió al ser firmados por el subsello Vertigo, perteneciente a la discográfica Philips Records.
Otro de los hechos peculiares ocurridos durante una noche sucedió cuando George Harrison le otorgó sin mayor explicación el divorcio a Pattie Boyd. Ella narra en Un maravilloso presente cómo la noche previa al Año Nuevo de 1977, ante la crisis y el desgaste que vivía su relación, el ex beatle le concedió la separación para que ella dejara de esconder su amor por Eric Clapton. “De pronto todos los coches se detuvieron a la medianoche y todos se bajaron del coche para desearse unos a otros feliz año; completos desconocidos abrazándose. Cuando por fin llegué, George me dijo: ‘Divorciémonos este año’.” No obstante, aquello también fue el inicio de los altibajos que Pattie vivió debido a las borracheras y la adicción del propio Clapton.
En Cerati, la biografía, Juan Morris nos platica sobre los gestos de modernidad que poseía el ex vocalista de Soda Stereo y cómo durante las sesiones de composición en los primeros meses de 1990, Gustavo se quedaba despierto, enfundado bajo el manto del universo que había creado en su cuarto: “En el departamento de Alcorta, Gustavo y Paola –su entonces novia– se quedaban despiertos toda la noche tomando ácido lisérgico bajo esa galaxia privada de estrellas, mundos y constelaciones que habían creado en el techo del living, dibujando castillos, caras y planetas y escribiendo frases en el piso de porcelana blanco con marcadores metalizados”. A lo largo del texto también nos percatamos de cómo Gaby Álvarez (publirrelacionista de Cerati) lo convencía para llevarlo a innumerables fiestas y bares rodeado de modelos y amigos.
Si profundizamos en las memorias de Billy Idol —quien formaba parte de la banda Generation X, con quienes moldeó el punk en la noche—, compiladas en Dancing with Myself, descubriremos las noches de junio y julio de 1976, cuando le tocó presenciar a dos bandas que dejaron el underground para subir a los escenarios de aquellas calles inglesas. La primera y más popular agrupación de ese circuito punk fue Sex Pistols, quienes eran los headliners; mientras que la segunda, The Clash, se encargaba de abrir las tocadas. El clima de rebeldía nocturna inundaba las venas de todos aquellos jóvenes punks, mientras escupían contra lo que estaban en desacuerdo: “La juventud británica estaba descontenta. La mayoría estaban desempleados o en paro. Si tuvieran un trabajo, equivaldría a un trabajo de rutina, sin alma, de esos que mortifican la mente, como estar atrapados en el círculo subterráneo de Londres dando vueltas y vueltas en círculos con el mismo horario día tras día. Por el contrario, creíamos que estábamos luchando por nuestra libertad en el escenario de todo el país cada noche”.
Pauline Butcher narra en ¡Alucina! Mi vida con Frank Zappa esa especie de comuna que vivió al lado de Zappa, su esposa Gail y Mothers of Invention, cuando se instaló en la destartalada casa de Laurel Canyon, en Los Ángeles, documentando a detalle los pasos del músico, los cuantiosos ensayos y escándalos a altas horas de la noche, incomodando a los vecinos y lidiando con los enfrentamientos contra la autoridad.
Bruce Springsteen revela en Born to Run una de sus primeras experiencias nocturnas alocadas en Osprey, un bar de Manasquan, Nueva Jersey. Estando con los nervios de punta debido a la salida de su primer álbum, y para mitigar la ansiedad, se fue a beber y a ver a las bandas que tocaban dentro de aquel lugar, lo que encendió en él una luz de esperanza para alcanzar su sueño de gloria hasta convertirse en una gran estrella de rock: “Aquella noche actuaban Las Shirelles, pero antes, me plantaron un vasito sobre la barra y lo llenaron con un líquido dorado. Danny dijo: ‘No lo sorbas, no lo saborees, sólo trágatelo de golpe’. Lo hice. Sin problema. Nos tomamos otro. Lentamente, algo me embargó; por primera vez estaba borracho”.
Por su parte, en La canción de la bolsa para el mareo, Nick Cave comparte sus impresiones, recuerdos, poemas, reflexiones y miedos más profundos durante las noches de gira que vivió en veintidós ciudades de Estados Unidos al lado de los Bad Seeds. El conmovedor poeta nos dejó apuntado: “Sí, a menudo debemos partir enamorados. / Esta noche nos ahogaremos, pobres, en lágrimas. / Pero yo tengo que levantarme pronto, / Me voy a Detroit en un vuelo de Delta”.
El Hotel Chelsea y Max’s Kansas City de Nueva York fueron los templos malditos del glamour donde Patti Smith y Robert Mapplethorpe se rodeaban de un mundo cargado de arte e inspiración que les fascinaban, viviendo a flor de piel fiestas, cenas y reuniones nocturnas con Andy Warhol, Lou Reed, Janis Joplin, Leonard Cohen, Williams Burroughs o Allen Ginsberg, tal y como lo narra Patti en Éramos unos niños: “Mickey Ruskin nos permitía quedarnos sentados durante horas con un café o una Coca-Cola y no pedir casi nada. Algunas noches no había nada de ambiente. Regresábamos andando al hotel, exhaustos, y Robert decía que no volveríamos más. Otras noches la animación era frenética, un oscuro cabaret impregnado de la delirante energía del Berlín de los años treinta”.
Y hablando de Nueva York, Martin Scorsese y Mick Jagger retratan la música y el ambiente social de los años setenta por medio de los ojos de Richie Finestra (Bobby Cannavale) en Vinyl (una serie televisiva de HBO), quien al buscar una respuesta a sus problemas, durante una noche encuentra esa fuerza incandescente para sacar adelante su disquera y apostar todo en busca de la nueva sensación del rock, después de haber presenciado en vivo a los New York Dolls en un tugurio de mala muerte.
Es cierto: las cosas que ocurren de noche son las cosas que uno no podría hacer durante el día. La idea de hacer música para ganarse la vida es tentadora por muchas razones y tal vez por eso es el arte más disfrutado universalmente. Toda esa inspiración que encuentran los entes nocturnos será distinta a la que consigan los madrugadores. Aquellos que están dispuestos a quedarse hasta tarde para explorar el territorio no definido de la noche lograrán una formulación de ideas propia de los noctámbulos. Se asoma el primer rayo de luz y amenaza a los creativos nocturnos: habrá que esperar el siguiente anochecer.
Por Mariel Argüello
MasCultura 19-dic-2016