Instantáneas en tiempos hipermodernos de una conversación con Gilles Lipovetsky. (Primera Parte)
3 de diciembre 2022
Por Adriana Romero-Nieto
No hay ideas más confrontativas y relevantes en nuestros días que las de Gilles Lipovetsky: filósofo, sociólogo, profesor francés, caballero de la Legión de Honor, conferencista aclamado por todo el mundo y autor de libros emblemáticos como La era del vacío, El lujo eterno, Los tiempos hipermodernos, La tercera mujer, La estetización del mundo. Influido, sobre todo en sus primeros años, por otros pensadores como Tocqueville, Deleuze, Marx, Bataille, Bourdieu, Castoriadis, Lacan, entre otros; por poetas como Baudelaire, y transformadores como Lutero, su obra abarca temas diversos: los medios de comunicación, el lujo, la moda, el consumismo, el disfrute inmediato. Éstos nos interpelan porque somos sus propios actores y sujetos de estudio.
Lipovetsky es, pues, el intelectual más actual y actualizado. Se adentra en lo que podríamos llamar una ontología contemporánea. Aquí, con un estilo perspicuo, desenvuelto, mas no carente de rigor ni de profundidad, el autor aclara algunos de sus conceptos eje. Y, sobre todo, nos confronta con lo que somos en este aparente yo libre e infinito de individualismo maquillado, comunicado, cosmopolita y más cool que nunca, pero al mismo tiempo nunca tan esclavo. Analiza también la manera en que nos comportamos como sociedad en este turbulento siglo xxi, en el cual la ciencia y el mercado (para bien y para mal) abarcan todas nuestras esferas. Y, aunque en sus palabras hay interrogaciones y cautela sobre el porvenir, además de las posibles catástrofes que deberemos sortear como individuos hipermodernos, persiste en ellas la a veces tan ausente esperanza. En este número de Lee+ te compartimos la primera parte de esta charla, que podrás ver también en video.
En su segundo y más famoso libro, La era del vacío, hay un concepto que aparece continuamente: el individualismo democrático. Tocqueville, uno de los autores más cercanos a su pensamiento, define el individualismo como “el sentimiento que dispone cada ciudadano para aislarse de la masa de sus semejantes y retirarse lejos de su familia y amigos”. Y la democracia es una palabra que remite a “repartir”, “compartir” el poder, hacer elecciones en favor de la mayoría. Entonces, pareciera que ambos términos son disímbolos, opuestos. ¿Cómo podemos entender, entonces, el concepto de individualismo democrático al que usted se refiere?
Estos dos conceptos, a la vez la democracia parlamentaria o liberal y el individualismo como una forma de sistema, no son para nada opuestos, porque ambos participan bajo la misma lógica moderna de secularización. Puesto que el individuo no debe definirse ―como lo hace Tocqueville en el extracto que citas― como una retracción en la esfera privada, que empleo efectivamente en La era del vacío. Más fundamentalmente, el individualismo es el principio de autonomía aplicado al individuo, es decir, la idea de que cada uno es el dueño de sí mismo y que su vida le compete. De cada uno depende construir una vida propia y no obedecer a reglas colectivas.
La democracia tiene exactamente la misma lógica, pero en un plano político, pues es ante todo la sociedad autónoma. Es decir, la sociedad que se otorga a sí misma sus propias leyes. En una democracia ya no se reciben las leyes ―como sucedía en los sistemas teológico-políticos― de una trascendencia de los dioses de la Biblia o, como pasa ahora en ciertos países musulmanes, del Corán. Eso depende de la voluntad popular, de la elección de las personas.
Entonces, individualismo y democracia tienen en común que juntos construyen un mundo de autonomía, y ya no un mundo sujeto a las tradiciones y a la religión.
En su obra hay otro concepto eje: la hipermodernidad, la modernidad superlativa. Usted explica en numerosas entrevistas, así como en sus libros, que no se trata de un sinónimo de posmodernidad, porque la hipermodernidad es la continuación de la modernidad o su profundización. Es decir, no representa una ruptura.
Entonces, si es algo se perpetúa y que ya conocemos, ¿de dónde vienen todos estos pensamientos e ideas apocalípticos que hoy invaden a la sociedad y que conforman nuestra visión pesimista del presente y el futuro?
La hipermodernidad es la radicalización de la modernidad. Hay una continuación con cambios, pero, en lo esencial, la modernidad consiste en el sistema fundado, en primer lugar, en el mundo tecnocientífico: la innovación, la transformación permanente de las técnicas; en segundo lugar, en el universo del mercado, y, en tercero, en el universo democrático e individualista, como lo acabamos de hablar.
Si tomamos estos tres paradigmas: la tecnociencia, el mercado y el individualismo democrático, veremos que no han sido superados. Al contrario: se han ampliado, crecido, se han vuelto omnipresentes. Porque al inicio, en el siglo XVIII, todavía en el XIX e incluso una parte del xx, permanecían algunos restos de sociedades antiguas. El mercado no se encontraba en todas partes. Hoy en día, el mercado no deja de apropiarse de nuevas esferas. Por ejemplo, los museos: antes estaban fuera del mercado, ahora son empresas; el deporte, que era un mundo de ocio o cargado de valor moral para formar la voluntad y crear un ser humano justo, se ha transformado en el negocio del deporte, el negocio del futbol, con salarios inimaginables para los jugadores. El mercado poco a poco ha invadido todos los campos.
El individualismo todavía estaba limitado para las mujeres, las disidencias de género, los niños y jóvenes; categorías excluidas del principio de autonomía. Las mujeres, por ejemplo, debían permanecer en casa, ocuparse de los niños; no había muchos divorcios. Ahora, el individualismo ha ganado terreno en todos estos sectores, no sólo en el caso de las mujeres, como ya mencioné, sino también en la comunidad lgbt: los gays y las lesbianas pueden casarse en casi todos los países, las personas transgénero pueden cambiar de identidad. La lógica de la apropiación de sí mismo se ha intensificado considerablemente.
Por lo tanto, en esas condiciones, no hay que hablar de una posmodernidad, sino de una hipermodernidad, porque de un tiempo para acá los principios de base de la modernidad son predominantes y están en una expansión permanente. Entonces, en La era del vacío yo hablaba de un efecto de posmodernidad, un concepto que no resulta exacto, porque estamos en una nueva modernidad, una más radical, más extrema, que tiene aspectos positivos para la vida de mucha gente, para las mujeres, los jóvenes, las minorías, pero que también conlleva muchos dramas y catástrofes terribles. Lo vemos ahora con la crisis climática y ecológica proyectada por la dinámica de la técnica. Ahí debemos ser prudentes, no podemos ser completamente optimistas cuando vemos los desastres que se acumulan, las nubes negras a nuestras espaldas. Ahora bien, creo que hay un costado positivo, como la creación de la emancipación. Pero, por otro lado y, en general, como ya he desarrollado en mis libros, esta radicalización acrecienta las problemáticas.
Precisamente, para hablar de una problemática más o menos actual, pensemos en la pandemia, que parece que puso todo en crisis: la técnica, con las vacunas, el tiempo que tomó desarrollarlas y que muchos dudaban de su eficacia; la democracia porque vimos los sistemas sanitarios colapsar y se demostró que no son accesibles para todo mundo; la fragilidad humana, al darnos cuenta de que, en nuestra ausencia, los animales recuperaban los espacios que una vez fueron suyos. ¿Qué piensa de este periodo que vivimos durante dos años en relación con la hipermodernidad?, ¿algo cambió?
No comparto la idea de que el episodio del covid haya provocado una ruptura radical. A mis ojos, esta crisis va a acentuar tendencias que ya existían: la prosperidad de las industrias farmacéuticas, el compromiso por encontrar la vacuna, el teletrabajo con las videoconferencias… todo eso compete a la técnica. Ya sabemos que podemos trabajar desde casa, que no estamos obligados a ir a la oficina. Ésos son cambios importantes. Pero la crisis del covid no perturbó para nada la lógica del consumo. La gente compra en internet por medio de un intermediario, que es Amazon u otro, en vez de ir a las tiendas. Lo mismo pasó con los viajes: las medidas de seguridad fueron provisorias y, una vez levantadas, los aeropuertos se llenaron de gente. Las personas corrían para ir a nadar al Caribe, para visitar el mundo. La pasión consumista no se limitó en nada durante este par de años.
A veces uno permanecía en casa, confinado; era dramático para los jóvenes, que ya no se podían reunir; resultaba insoportable para la vida. Pero no veo ninguna ruptura en ello. Esto tal vez va a provocar perspectivas políticas diferentes. Vamos primero a asegurarnos de una autonomía médica para después ser tributarios de cubrebocas chinos u otros. En fin, no se trata de una revolución. +