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Rosa Montero y el poder de la resiliencia

Rosa Montero y el poder de la resiliencia

2 de diciembre 2022

Por Irma Gallo

Rosa Montero se mueve con la liviandad de quien ha presenciado un hecho terrible —la enfermedad y muerte de su esposo, el periodista Pablo Lizcano, quien falleció a causa de un devastador cáncer en el cerebro en 2009— y ha vivido para contarlo. Y no sólo lo ha sobrevivido, sino que además fue capaz de crear arte a partir de ello: escribió un libro entrañable, inspirado en los diarios en los que Marie Curie narra la muerte de su esposo Pierre, La ridícula idea de no volver a verte (Seix Barral, 2013). Rosa Montero transformó la tragedia en literatura.

En su libro más reciente, El peligro de estar cuerda (Seix Barral, 2022), la escritora y periodista madrileña reflexiona sobre las diferencias que existen entre los cerebros de los creadores y los del resto de la gente. Y aunque muchos de los personajes a los que se refiere en el libro terminaron “quemados” (se suicidaron), ella es de las que, a pesar de —o precisamente por— ser la “loca de la casa”, siguen adelante, trabajando, creando, haciendo del arte su particular forma de resiliencia.

Rosa, esta mujer que lleva con elegancia y belleza su “cabeza cableada de distinto modo”, como ella misma escribe, conversó con Lee + acerca de su proceso creativo.

¿Por qué escribes?

La verdad es que no ha sido nunca nada voluntario. Siempre digo que me considero una escritora orgánica porque nací así. La mayoría de los novelistas hemos empezado a escribir de niños. Leí una entrevista de Rowling, la autora de Harry Potter, en la que decía que había escrito su primera novela con seis años y se trataba de un conejito que hablaba. Mis primeros cuentos los escribí a la misma edad, a los cinco o seis años, y eran sobre ratitas que hablaban. O sea que nos da a todas por roedores parlantes, no sé por qué.

Lo que quiero decir es que, desde que me recuerdo como persona, estoy escribiendo, porque el recuerdo articulado de uno mismo ocurre entonces, alrededor de los cuatro o cinco años. Yo no lo he escogido; para mí resulta algo estructural: forma parte de lo que soy, estaba ahí desde siempre. De alguna manera, yo escribo ficción desde que soy. Representa mi manera de estar en el mundo y no puedo imaginar cómo podría sobrevivir sin eso. Y de hecho me asombra que haya gente en el mundo que pueda vivir sin escribir.

Dime tres libros esenciales en tu vida como lectora.

Resulta bastante imposible. Porque yo creo que los escritores somos lectores apasionados: en primer lugar, lectores, que además escribimos. Entonces, cuando eres una lectora apasionada, has leído toda la vida y has tenido tus sucesivos amores intensísimos, que además en cada época han cambiado; es injusto escoger unos sobre otros.

Pero sí que te voy a decir dos que considero mis maestros literarios a posteriori. Cuando empecé a leerlos, yo ya había publicado dos o tres novelas. Pero descubrí que ellos habían conseguido llevar al máximo, a lo sublime, a un nivel que yo nunca alcanzaré, todas esas búsquedas literarias que me obsesionan.

En la parte más realista de mi escritura, hiperrealista incluso, grotesca, está Vladimir Nabokov, con quien me unen muchos elementos de estilo literario: la mirada paradójica de la existencia, el sentido del humor, las estructuras de cajitas dentro de cajitas. Y en la parte fantástica —que Nabokov no tiene y que consiste en un rasgo muy fuerte mío— Ursula K. Le Guin, que es una escritoraza de tal calibre… inmensa. Creo que Los desposeídos representa una de las grandes novelas del siglo XX, de esas novelas en las que cabe el mundo. En Los desposeídos no sólo cabe el mundo, sino el universo.

Como periodista, ¿cuál es la entrevista que más has disfrutado hacer?

También se te olvidan, porque calculo que he hecho cerca de dos mil entrevistas a lo largo de mi vida y, para tener sitio en la cabeza para las siguientes entrevistas, las tienes que olvidar.

Disfruté muchísimo a un tipo que me maravilló absolutamente, porque tuve la sensación de estar entrevistando a uno de esos grandes benefactores de la humanidad: Muhammad Yunus, el creador del microcrédito, a quien le dieron el Nobel de la Paz —una tontería, le tuvieron que haber dado el de Economía—, pero bueno, un tío maravilloso.

Otra de las que más disfruté como persona fue cuando entrevisté a Paul McCartney, porque a los 12 años estaba enamoradísima de él. Entonces, ya cuando lo entrevisté, él tenía cincuenta y tantos, y todavía estaba viva Linda Eastman. Estuvimos todo el día en su granja de Sussex. Linda nos trajo sandwichitos y té; luego pude ver cómo grababa el disco Flowers in The Dirt. Hablamos un par de horas y lo encontré maravilloso. No había envejecido: se había derretido (ríe), pero fuera de eso seguía tan persona. Me pareció un tío maravilloso.

¿Estar cuerda es un peligro?

Es un verso de Emily Dickinson, de un poema maravilloso. Dickinson, como sabes, vivió una vida muy rara: terminó sin salir de su cuarto durante 20 años. Ahora se sabe que es casi seguro que fue sometida a abusos por parte de su padre, probablemente también de su hermano, abusos incestuosos.

Hay un poema que, a la luz de esto, tiene mucho sentido, y que cuento en mi libro. De ahí saqué el título de El peligro de estar cuerda. Dice: “Cuando niña, niña en la niñez oscura”. Te la imaginas ahí a la pobre, cuando sentía que el mundo era horrible, pero lo estoy haciendo despoemizado, estoy contando solamente el contenido. En ese momento tuvo la suerte de encontrar los poemas de una escritora victoriana y se quedó fascinada; eso la salvó: el poder de leer poesía y de una mujer que le demostró que ella podía escribir también. Entonces, “Si el peligro de estar cuerda / volviera yo a experimentar…”. El peligro de estar cuerda es volver a vivir dentro de la ley paterna, dentro del mundo ordenado, que era el mundo del abuso, de la violación. “… podría protegerme o liberarme con los tomos de vieja brujería”, que era la belleza de la poesía. O sea, cómo la literatura, la belleza y el arte te salvan la vida.

Rosa, cuando te llega un bloqueo creativo, ¿qué haces?

No me ha llegado más que una vez, y luego media. Fue después de mi tercera novela, Te trataré como a una reina, me bloqueé y estuve casi tres años sin poder escribir. Estaba escribiendo una novela y se me murió, llevaba ciento y pico páginas escritas y dejé de sentirla y la tiré. 

Sufrí y no hice nada porque normalmente se escribe sobre todo en la cabeza; el bloqueo no es esa tontería que dicen de la página en blanco; antes de llegar a la página has escrito aquí, lo que se te bloquea es esto.

Decía José Donoso que el bloqueo era la seca. Y es eso, se te seca la cabeza.

La mayor parte de las cosas que imaginas atraviesan tu cabeza y se pierden y no tienen ningún sentido. Tú vas jugando, como los niños, con la imaginación, hasta que un día una de esas cosas que se te ocurren te emociona tanto, te turba tanto, que de repente dices: “yo esto tengo que escribirlo”. Y ahí nace la novela.

Cuando te bloqueas dejas de imaginar. De esto hablo en El peligro de estar cuerda. Dejas de ser capaz casi de vivir. Fueron tres años horribles, hasta que empezó la imaginación otra vez a caminar y todo volvió. 

Y luego tuve otro proceso antes de La ridícula idea de no volver a verte. Estaba preparando una novela y la empecé a escribir y después de un año y pico hice tres capítulos, y lo mismo, de repente dije: “no puedo seguir”. 

Pero afortunadamente a la semana mi editora me mandó los diarios que Marie Curie escribió sobre la muerte de Pierre Curie, y ahí ¡¡puff!, se me reventó la cabeza y vi el libro entero. Así que ahí no tuve más que unos días de bloqueo, nada más.

En El peligro de estar cuerda cuentas la historia de varios personajes de la literatura muy interesantes.

Es el libro de mi vida, porque lo he estado escribiendo siempre. Habla de cómo es la creación, de qué pasa con nuestras cabezas llenas de imaginación, a qué llamamos locura, a qué llamamos cordura, qué relación hay entre ambas y tal.

Me metí a hacer una indagación detectivesca sobre todo esto y a intentar entender cómo funcionan nuestras cabezas: no sólo las de quienes nos dedicamos a cosas creativas, sino también la de un montón de gente que tiene la cabeza cableada de una manera distinta, como yo, pero que no se dedica a cosas creativas. Por ejemplo, toda la gente lectora apasionada tiene exactamente el mismo tipo de cabeza. Forman parte de lo que Marcel Proust llamaba “la magnífica y lamentable familia de los nerviosos”.

Entonces empecé a estudiar a expertos: neurólogos, neurocientíficos, psiquiatras. Otra parte del conocimiento consistió en mirar la vida de otros escritores, lo que han opinado sobre su propia condición de escritura y su propia condición mental. Eso me derivó a la gente cuya vida ha estado especialmente marcada por sus trastornos mentales, como Sylvia Plath o Emily Dickinson, de ahí que ocupen un lugar entrañable en el libro.+