De-Mente: La Ley de los milagros
Una de las enseñanzas centrales que el maestro de meditación yóguica, Paramahansa Yogananda, trajo a Occidente desde la India es que la oscuridad del sufrimiento humano puede abordarse directamente mediante la práctica de antiguas técnicas científicas, incluido el Kriya Yoga, que cultivan la conciencia de nuestra verdadera identidad.
Las técnicas científicas que Yogananda enseñó por medio de sus escritos y conferencias y de la organización sin fines de lucro que fundó en 1920, Self-Realization Fellowship, son métodos para experimentar nuestra unidad con el Espíritu. Todos los problemas de la vida se pueden superar, afirmaba Yogananda, cuando se afrontan desde la paz, la claridad y la sabiduría de esta liberadora conciencia.
El siguiente extracto procede del capítulo “La ley de los milagros”, incluido en Autobiografía de un yogui, de Paramahansa Yogananda, (Self-Realization Fellowship, Los Ángeles, California, www.yogananda-srf.org ©), que este diciembre cumple setenta años de impresión ininterrumpida:
“De la misma manera que las imágenes de un cinemató- grafo aparentan ser reales, aun cuando no son más que combinaciones de luz y sombra, así también la variedad universal es sólo una ilusión. Las esferas planetarias, con sus innumerables formas de vida, no son más que figuras en un cinematógrafo cósmico. Temporalmente reales a la percepción de los cinco sentidos, las escenas son proyectadas sobre la pantalla de la conciencia del hombre por el infinito rayo creador. […]
Con inconcebible ingenio, Dios está poniendo en escena un ‘colosal entretenimiento’ para sus hijos, haciéndoles a la vez actores y espectadores de su teatro planetario.
Cierto día entré en un cine para presenciar una película de los campos de batalla europeos. La Primera Guerra Mundial seguía librándose y produciendo estragos en el frente occidental: la película registraba la mortandad con tanto realismo que salí de la sala con el corazón acongojado. ‘¡Señor! —oré—. ¿Por qué permites tal sufrimiento?’.
Con gran sorpresa de mi parte, recibí una respuesta inmediata, en la forma de una visión real de los campos de batalla europeos. Las escenas, llenas de cadáveres y de moribundos, sobrepasaban en ferocidad a cualquiera de las del cine.
‘Mira atentamente —habló una suave voz en mi conciencia interna—; verás que estas escenas que ahora se desarrollan en Francia no son más que un juego de claroscuros. Son las películas del cinematógrafo cósmico, tan reales o irreales como la película que acabas de presenciar en el cine: un drama dentro de otro drama’.
Pero mi corazón aún no estaba tranquilo. La voz divina continuó: ‘La Creación es luz y sombra a la vez; de otra manera, la película no sería posible. El bien y el mal de maya deben siempre alternarse en su supremacía. Si el gozo fuese continuo en este mundo, ¿buscaría el hombre algún otro? Sin sufrimiento, difícilmente trata de recordar que ha abandonado su hogar eterno. El dolor es un aguijón al recuerdo. El medio de escape es la sabiduría. La tragedia de la muerte es irreal; aquellos que tiemblan ante ella son como un actor ignorante que muere de miedo en el escenario, cuando solamente le ha sido disparado un cartucho vacío. Mis hijos son los hijos de la luz; ellos no dormirán para siempre en la ilusión’ […].
Cuando había terminado de escribir este capítulo, me senté en la cama en la postura del loto. La habitación se hallaba tenuemente iluminada por dos lámparas de pedestal. Levantando la vista, noté que el techo de la habitación estaba punteado con pequeñas luces de color mostaza, cintilando y parpadeando como si fueran destellos del metal radio. Miríadas de luces semejantes a rayitas de lápiz, y como cortinas de lluvia, convergían en un haz transparente y se derramaban silenciosamente sobre mí.
Inmediatamente mi cuerpo perdió su pesadez y se metamorfoseó en una estructura astral. Sentí la sensación de estar flotando cuando, tocando apenas la cama, mi cuerpo sin peso se mecía alternativamente de izquierda a derecha […].
‘Éste es el mecanismo del Cinematógrafo Cósmico —dijo una voz, surgida como de la misma luz—. Lanzando sus rayos sobre la pantalla de las sábanas de tu cama, está produciendo la película de tu cuerpo. ¡Mira, tu forma no es nada más que luz!’.
Me miré los brazos y los moví de un lado a otro; sin embargo, no pude sentir su peso. Un gozo extático inundó mi ser. Este haz de luz cósmico, semejante a un tallo, y cuya floración era mi cuerpo, parecía una divina réplica de los rayos de luz que salen de la cabina de proyección de un cinematógrafo y que ponen en manifestación las escenas que vemos en la pantalla.
Durante un tiempo prolongado experimenté esta filmación de mi cuerpo en el cine ligeramente iluminado de mi propio dormitorio […]. Cuando la ilusión de poseer un cuerpo sólido se hubo disipado completamente, y percibía con mayor profundidad que la esencia de todos los objetos es la luz, volví a mirar la corriente palpitante de vitatrones y dije suplicante:
—¡Luz Divina, te ruego que disuelvas en Ti la humilde imagen de mi cuerpo, tal como Elías fue ascendido al cielo en un carro de fuego!
Esta oración era evidentemente alarmante; el haz de luz desapareció. Mi cuerpo volvió a adquirir su peso normal y se hundió en la cama; el enjambre de luces cintilantes del techo se atenuó y, finalmente, desapareció. Mi tiempo para abandonar este mundo aún no había llegado […]”.
MasCultura 19-dic-2016